Por: Rita Figueredo.
La plaza está vacía. Blanca come las semillas que caen de los árboles. Pelea con sus hermanas por un gusano y dos insectos que, más rápidos que ellas, se escabullen en la tierra húmeda.
Pasan los días… ¡nadie!. El pasto se va volviendo verde. No hay ruido de motores, ni bocinazos, ni gritos.
Los árboles se llenan de pájaros nuevos.
Los gorriones son los más bochincheros. Están contentos de que no haya gente. Se bañan en los charcos, hacen nidos, gorjean.
Pero Blanca extraña el bullicio de los niños que jugaban a correrla, por ejemplo. Era como una danza. Los esperaba. Casi se dejaba alcanzar y cuando estaban por tocarla, levantaba vuelo, no muy alto, sólo un poco, como para volver a empezar.
Extraña a las señoras elegantes que la espantaban con la mano, a los jóvenes que casi la pisaban por ir enfrascados en sus teléfonos.
Pero al que más extraña es a josé.
¿dónde estará José?
Da vueltas alrededor del banco donde se sentaba siempre, con su bolsa de semillas o pedazos de galletas o bizcochos a los que de vez en cuando daba un mordisco.
Antes de conocer a José ella no tenía nombre. Él la bautizó Blanca. “Blanquita” le decía a veces.
Se había acostumbrado a esperarlo, siempre a la misma hora. Temprano en verano, cuando el día nacía lleno de promesas y la gente caminaba apurada hacia sus trabajos.
A la siesta, en invierno. Envuelto en su poncho con olor a naftalina y exhalando vapor.
José siempre sonreía. Miraba lejos, más allá de la plaza. Como si viera todas esas cosas de las que hablaba sentado en su banco.
Blanca picoteaba las migas, no tanto para saciar el hambre (como las atolondradas de sus hermanas y primas) sino para escuchar a José.
Muchas veces pasaba gente y lo miraba, como diciendo «ese viejo loco habla solo» pero no hablaba solo, le contaba a ella las historias del mar enorme que había cruzado para venir a la argentina; de cuando era chico y trabajaba en el puerto acarreando bultos; de cuánto extrañaba a sus hijos que vivían lejos y casi no lo visitaban.
Ella sabe que él vive solo y que su casa queda cerca. Camina muy despacio, ¡no puede vivir lejos!
¿y si lo busca?
Blanca vuela de balcón en balcón por todo el barrio. Se detiene en el alféizar de las ventanas; en los cables de teléfono; en las ramas de los árboles. Ve a las familias alrededor de la mesa; a la gente que vive sola; a las parejas… todos en sus casas mientras afuera, las calles y las plazas siguen desiertas.
Hasta que por fin, una mañana, llega a un departamento sin balcón. Siente la voz grave de José que canta. Sobre el borde de la ventana, se acumulan miguitas, restos de semillas; pedazos de bizcochos, que el hombre fue poniendo, esperando que sus palomas lo siguieran. Blanca se posa, y tranquilamente, mordisquea el festín.
José abre la ventana, feliz. Ella no se espanta.
— ¡Blanca! ¿sos vos? ¡sabía que ibas a encontrarme! No puedo salir. ¡tengo tanto para contarte!
Sobre la autora
Vive en la ciudad de Posadas desde 1993. Es abogada, ejerce la docencia en la UCSF, donde se encuentra a cargo del Taller de Extensión Universitaria de Escritura Creativa. Escribe desde la adolescencia. Participó de diversas antologías y publicaciones digitales. Realizó los arreglos dramatúrgicos del guión de “La Obra de Tu Vida” presentada por “Grupo de Teatro Consciente”. Su libro de cuentos infantiles “Siete Cuentos con Tapitas” fue seleccionado para representar a la Provincia de Misiones en la Feria del Libro de Buenos Aires en Mayo de 2018.