Por: Claudia Elizabeth Gularte
Era un día como los de hoy, del mes pasado, de un año que no ha llegado a ser como todos. Admáh o como seria en Guaraní Yvy Pyta estaba sentada frente a la ventana gris de su casa, veía la lluvia caer sobre el cristal húmedo de su alma, cansada de la rutina en su vida, como el trabajo, el estudio y tantas otras cosas que sacudían su existencia.
Lo esperaba a él, ese que trae la promesa de la luna en sus manos, ese que decía y no hacía. Ella sabía que no vendría, pero los esperaba como el cielo espera el sol en la madrugada.
En la radio sonaba esa melodía que la hacía sentirse enamorada, pero, se pregunta:
¿Porqué? Si yo era yo antes de él, mi mundo era mi mundo, imperfecto, pero mío.
Ella había dejado de creer en sí misma, él le había arrancado el derecho de ser una princesa, de esa que tienen a un príncipe que la salva de las bestias malignas y la protege de todo peligro.
Él era Adam o Kuimba´e, la cuidaba para él, no fue culpa de Admáh pero si su responsabilidad, él la tomo poco a poco, fue sacándola a ella de su mundo y encerrándola en el suyo. Ella se entregó, él la tomo, ella se rindió, pues él la venció.
Una mañana Admáh se levantó de su tranquilo y tibio césped, vio el calendario de su vida y se encontró con la fecha más esperada, la fecha de la boda. Se vistió de blanco nube, dejo que el viento la peinara y salió a buscarlo, corrió por las calles frías de las ciudades, paso por cada rincón y pasillo oscuro, descanso en cada plaza y vereda, pero él no estuvo, él ya no está.
Corrió tanto que se encontró en medio del desierto, sola, sin fuerzas. Su vestido blanco manchado por la tierra, su pelo sucio y enredado, las lagrima brotadas como el rio, dejaban huellas en su rostro empolvado de cemento de las casas grises, sus labios se secaron por el calor y la sed.
Admáh cayó de rodillas sobre las piedras que nacían de la tierra, el cansancio y la agonía la desmayaron por un tiempo, o peor fue consumida por el desierto.
A partir de ese día no se habló más de su belleza, se pensaba que se esfumo como la neblina al llegar el día. Pero había algo diferente en las ciudades de cemento, el desierto que hubo alguna vez ya no estaba, en su lugar había una inmensa selva, rodeada de tres ríos que corrían por sus lados, formando una hermosa cabellera, uno la recorre de punta a punta bañándola con como lo aria el mar, y se decía ser pariente del mar, otro lo encontraba casi por casualidad para regar su cabecera y por no ser menos se decía tener sus aguas muy grandes, el ultimo al otro lado más alegre tanto que su sonido parecía salir de los caracoles o simplemente era el lugar preferido de los pájaros. Su selva era interminable, bella y con una cualidad única, su tierra era roja como la sangre, sus árboles formaban montañas verdes, gigantes e infinitas.
Entonces llego él, ese que no buscaba nada y la encontró, estaba desnudo, hambriento y abandonado por su propia civilización. La vio, se enamoró y se quedó sin darse cuenta que Admáh había muerto de amor por él y su nombre significa Tierra Roja. O en Guaraní Yvy Pyta tierra colorada.
La selva le extendió sus brazos, le ofreció alimento y un lugar donde vivir, sin darse cuenta que Adam significa hombre. Y en Guaraní Kuimba´e.
Sobre la autora
Nació el 8 de Octubre de 1988 en la cuidada de Dos de Mayo-Misiones. Desde el 2014 está viviendo en la ciudad de El Soberbio-Misiones
Se desempeña como fotógrafa y docente. Estudiante de la carrera Profesorado en Informática.
Escritora aficionada, actualmente se encuentra escribiendo un libreo sobre la dura infancia de na pequeña niña misionera.