Cada 21 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Paz. La Asamblea General de Naciones Unidas insta a que ese día se refuercen los ideales de paz en todas las naciones y pueblos del mundo.
Tradicionalmente se percibe a la paz como “ausencia de guerra”. Esta noción de paz, llamada paz negativa, nos lleva a confundir “conflicto” -proceso natural y necesario en cualquier organización o relación humana- con violencia. Nos lleva a asociar el conflicto con la pérdida o ruptura, por ello es importante que migremos hacia un concepto de paz positiva.
La paz negativa apunta al cese de los conflictos bélicos y de la violencia directa. Bajo esta definición fácilmente podríamos hablar de paz en muchos países, sin embargo, desde esa mirada quedan afuera actos que no brindan bienestar y calidad de vida como la injusticia, la intolerancia o la desigualdad.
La paz es el resultado de nuestras relaciones humanas, es un fenómeno a la vez interno y externo del ser humano. No basta con conseguirla sólo en la mente y el alma sino que debe ser construida cultural y organizacionalmente, en la dimensión personal, económica, política, social y ecológica.
Para construirla, podemos comenzar con nuestro metro cuadrado por ejemplo, decidiendo gestionar lo que nos preocupa de manera asertiva, buscando armonía, coherencia y equilibrio tanto con nosotros mismos como con los demás.
Desde cada uno, podremos generar la base de una sociedad pacífica: no dañarnos a nosotros mismos ni a los demás, una derivación del “amar al prójimo como a uno mismo”.
La agresión más grave sea quizás entonces, permanecer en la ignorancia por no tener el coraje y el respeto de mirarnos a nosotros mismos de manera honesta.
Y para ello debemos permanecer atentos a fin de mirar lo que estamos viendo con respeto y compasión. La atención nos permite ver las cosas cuando surgen y la comprensión nos permite no reaccionar desencadenando una escalada que toma una dimensión descontrolada.
La convivencia nos cuesta por que todos somos diferentes, y nos cuestan las diferencias porque nos cuesta cambiar y nos cuesta cambiar porque hemos construido una identidad que nos sostiene y creemos que si nos la sacan nos vamos a caer.
Entonces, cuando alguien no piensa como nosotros, lo primero que creemos es: “_está equivocado”, “_lo está haciendo mal”, “_me lo hace a propósito”, en lugar de pensar, que simplemente, es diferente.
La paz no es una meta utópica, es un proceso. No supone un rechazo del conflicto, al contrario. Los conflictos son una oportunidad de elección y transformación.
La próxima situación de esas que nos ponen a prueba, en lugar de tomarla como un conflicto, tomémosla como un desafío.
Siempre podemos elegir “quienes queremos ser” ante cada situación que se nos presenta.