La mayoría de las personas no queremos recordar hechos que nos han dolido, es más, muchos negamos lo que nos dolió a tal punto que lo guardamos sin procesar en el fondo de nuestro corazón. “Recordar es el mejor modo de olvidar”, lo dijo Sigmund Freud.
Escuchas frases como: “¡Para qué recordar lo que nos da tristeza!” o “la vida es corta para estar amargándose con recuerdos tristes”, y en parte es cierto, pero si tenemos en cuenta que lo que no sanamos lo volvemos a vivir de diferentes formas.
Es más que necesario hacernos cargo de lo que hemos vivido, sobre todo de aquello que nos ha lastimado y no lo hemos aceptado.
Como una forma de defendernos huimos del dolor y eso mismo hace que la tristeza sea una de las emociones que menos se acepta y se entiende. Cuando pensamos en la finitud de la vida decimos: “De qué vale recordar un evento triste, que nada de lo que ocurrió va a cambiar porque lo recuerde”.
Y en la lógica sería así, pero leyendo sobre los que han estudiado el inconsciente como Carl Jung que dice: “Aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de la vida fuerzan a la conciencia cósmica a que los reproduzca tantas veces como sean necesarias para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido”.
Pensando esto sería como si hasta que no lo hagamos consciente nuestro dolor o lo que sea que negamos, la vida nos va a seguir trayendo más ¡de lo mismo!
Por eso negar sólo es dilatar un problema que está. Hoy los invito a detenernos, ir hacia adentro de su corazón y sentir lo que nos dolió, ponerle nombre, reconocerlo, aceptar que pasó y si necesitan buscar ayuda donde puedan tener un espacio de escucha, para poner palabras a lo sentido y así transformar el dolor en vida. Dijo Jung: “Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”. Nosotros no podemos cambiar lo que sucedió, pero sí cómo vamos a seguir viviendo.
Que Dios los bendiga