Enilda Miecth nació en San Luis Gonzaga, Estado de Río Grande Do Sul, Brasil, el 1º de marzo de 1933, aunque su partida de nacimiento dice “nacida el 6 de mayo de 1933”. Por circunstancias dolorosas de la vida familiar llegó a la Argentina el 18 de mayo de 1946, con su papá, Felipe, carpintero, y sus pequeñas hermanas Darci, de cinco años, y Nelci –“Neca”-, apenas un bebé.
En su tierra de infancia quedaban mamá -Modesta Rotha- y sus hermanos Silda y Egidio, mayores que ella, y Lucilo, Vandir, Olirio y Dulce, que si comparo fechas, debería estar en gestación cuando la familia se escinde.
Nilda fue acá la hermana mayor, pero pronto, debió oficiar también de madre, y acompañar el derrotero del abuelo Felipe -Leandro N. Alem, Puerto Rico, Montecarlo- con Neca en brazos y la pequeña Darci prendida de las polleras. Cuando Felipe se instaló definitivamente en Puerto Rico, cerca de algunos paisanos – entre los que se hallaban los Henn- para ejercer su oficio, ella quedó definitivamente a cargo de sus hermanas.
Vivían solas, en una vieja casa cedida por don Jacobo Ranger junto al secadero de yerba. Se ganaba el sustento sirviendo en las casas de don Jacobo –recordó siempre con respeto y cariño a Frau Edwig, que le enseñó tantas cosas valiosas para sostener una casa, y solía contar el brillo de las grandes fiestas que se celebraban ahí por entonces- y en el hogar de la familia Janssen Harms, a la que la unió de por vida un vínculo de gratitud y afecto.
Darci estuvo algún tiempo a cargo de una familia de hoteleros en Alem, donde también trabajó Enilda recién llegada del Brasil, pero pronto regresó a casa y colaboraba cuidando a los inquietos niños de don Elgelbert Günther y doña Hilga Franke.
Más familia
Así las cosas, contrajo matrimonio con Sigfrido Stockmayer en 1958. Vivían todos en la casa de don Jacobo, por muchos años portal de entrada a la Villa Alta que poblaban los tareferos y obreros del secadero de Yerba propiedad de los Ranger.
La llegada de la primogénita –yo, Verónica, según cumplía su promesa Don Sigfrido que tuvo que imponerse al “Mónica Estela” por el que peleaba la grey femenina y quedó después para la hermosa primogénita de la tía Darci- no cambió demasiado las cosas, salvo que Darci, Neca, las hermanas Alicia y Nora Bopp y Gerda Ranger tenían un juguete nuevo que lanzaban con vigor en su cochecito por la avenida desde “Casa Jacobo Ranger, “Ramos Generales de don Enrique Amacher” y final apoteótico a la altura de la báscula del secadero, con dos encargadas de recibir al alborozado piloto del carrito sin amortiguadores.
La llegada de otro bebé – Rubén Víctor, según decidieron esta vez las mujeres de la casa, 1960- , las complicaciones domésticas y la endeble salud del abuelo Felipe –el abuelo tiene corazón de atleta, escuchaban mis oídos y no se me ocurría por qué semejante privilegio podía ser motivo de preocupación-, por entonces un reconocido carpintero, decidieron a Darci y Neca a mudarse a Puerto Rico .
El tiempo de crianza la convirtió en ama de casa, pero siguió colaborando en la mantención del hogar: hubo en su mesa por muchos años suculenta comida casera para pretenciosos pensionistas que eran casi parte de la familia y siempre también mano y voluntad para los proyectos de la pareja conformada por los amigos Margarita Scheibe y Federico Russell .
Para que Sigfrido pudiera ese movilizado “descubiertero de haceres y emprendimientos”, en casa tuvo que haber una madre, presente para el hogar, la escuela, las necesidades del vecindario…eso se descubre con tiempo, distancia, y nostalgia….
Un lugar en el mundo
Cuando su matrimonio se disolvió, volvió a trabajar afuera, con Klaus Ranger en principio, y en “lo de Carlitos Ebert”. Doña Nilda siguió viviendo en Villa Ranger hasta 1978, cuando merced a muchos sacrificios pudo trasladarse a su casita, muy cerca de ahí, barrio Pablo Franke, cuando este era apenas esbozo de urbanización.
Cuántos años de levantarse antes de que despuntara el día, para carpir un poco su chacrita, plantar unas ramas de mandioca o unos granos de maíz para compartir cosecha con los pocos vecinos que conformaban por entonces el barrio naciente, dejar “alistado” el almuerzo antes de prepararse para una larga jornada de trabajo: era la encargada de la cocina, de preparar las empanadas, de ayudar en la elaboración de conejitos de azúcar, cuando llegaban las Pascuas, de atender a la clientela variopinta y particularísma de “Casa Carlitos”, de jugarse una quinielita con sus compañeros de trabajo, soñando un golpe de suerte que nunca se dio.
Tantas tardecitas de visitar a su hermana y su amiga del alma, Margarita, antes de pasar un rato en la huerta, para repicar muditas, para quitar malezas, echar un poco de agua con la vieja regadera que todavía se conserva en casa, y la sigue esperando .
Tuvo tiempo y voluntad para colaborar muchos años con la Cooperadora de la Escuela de sus hijos, con la Comisión del Hogar de Ancianos que trabajaba afanosamente en su comedor, cuando se llevaban a cabo las grandes fiestas del pueblo, con los jubilados de “AJUPEM”, donde se presentaba puntualmente para ayudar los días de reparto de bolsas de alimento, o para las vitales celebraciones en que bailaba con alegría de niña.
Tras su retiro formal, hubo para ella largas temporadas de trabajo en “Granja Emily”, Villa La Angostura, Neuquén, donde cosechaba frutos del sur y fabricaba con entusiasmo de duende ricas mermeladas, panes y kuchen alemanes. Se iba apenas despuntaba noviembre, y regresaba a fines de marzo con camperas abrigaditas para sus hijos, nietos, sobrinos, con cajas de chocolate que repartía en Semana Santa para los chicos de la familia y hasta para los amiguitos de sus nietos.
Hacer camino
Fue víctima dos veces de la rapiña y la irresponsabilidad de gobiernos que se quedaron con sus ahorros. Nunca pudo “viajar a Europa” con su amiga. No se resintió. Era pobre, pero se daba maña para vacaciones que significaron poner en contacto, hacer lazo entre los hermanos: los que se quedaron en la patria de origen, y las que hicieron vida en la Argentina.
Los eneros la veían partir…a veces primero a Brasil, con estadía breve en casa de cada hermano, hermana, llevando noticias de unos a otros, y cruce para viajar a Campana y Zárate, donde estaba la numerosa familia de Darci. A veces, a la inversa… le pasó tener que buscarla en plena ciudad, sin más datos que algunas señas: por entonces no había teléfonos tan a la mano, ni celulares, ni redes sociales .
Entonces se presentaba a la puerta, si es que no encontraba una ventana abierta, a los gritos “Pensei que no te iba encontrar más”. Los chicos de Darci decían que la llegada de la tía Nilda era como estar de vacaciones, porque solo entonces se ablandaba la rigidez de los hábitos que imponía esa madre, más rigurosa que su hermana mayor para asuntos de crianza.
Crió y educó a sus hermanas y las sobrevivió por una década. Ni siquiera entonces se rindió a la tristeza, pero tanto dolor resignado hizo mella en su salud. Se fue yendo despacito, tan niña y tan anciana, cobijada en ese hogar por el que supo brindar muchos días de entusiasta laborar. Su pequeña luz se apagó el 6 de noviembre de 2014 y costó tiempo recordar su ingenuidad, las desopilantes anécdotas que la tuvieron como protagonista sin tristeza, sin el vacío del nunca más…
Para todos fue siempre la primitiva, vital y solidaria “brasilera”. Yo, que supe de sus alegrías, su inocente entrega, su imbatible optimismo, quiero recordarla así…