En el último informe de la Consultora Zuban-Córdoba y asociados que se desarrolla en la edición de hoy, se muestra que hay un importante porcentaje que descree del virus, de las medidas preventivas y entiende que el COVID-19 “es un negocio de laboratorios y médicos”.
En una pandemia que no tiene un precedente cercano, donde se murió casi un millón de personas alrededor del mundo -y sigue habiendo cientos de víctimas todos los días-, hay una evidente irracionalidad que pone en riesgo cualquier intento de control social.
Más allá de cualquier medida sanitaria, restricción gubernamental, multiplicación de camas y respiradores, el daño que ocasiona la actitud equivocada de las personas puede provocar más daños de los ya conocidos hasta ahora. Si no, miremos lo que vuelve a suceder en otros continentes.
El secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, en una entrevista con el canal británico Sky News, aseguró que “en algunos aspectos estamos retrocediendo 25 años”, en particular en luchas internacionales como contra la pobreza o el hambre.
El impacto mundial que tiene el coronavirus sobre empleo, desarrollo o inversiones que signifiquen crecimiento todavía resulta imposible de medir por completo, porque no se terminó la pandemia.
Algo que muchos -incluso en Misiones- parecen no entender en su comportamiento irracional cotidiano. Pero sí son capaces de escandalizarse, pedir datos personales o dirección cuando un caso de COVID-19 se detecta en su comunidad.
¿Puede ser tan difícil tomar ciertos recaudos de distanciamiento social, uso de tapabocas o barbijos en lugares concurridos?
Más allá de cuestiones filosóficas o partidarias ideológicas, la ciencia resulta cuestionada sin fundamentos. La misma ciencia a la que pedimos con urgencia una vacuna contra el COVID-19.Las contradicciones nos invaden cuando la irresponsabilidad se vuelve costumbre.