“En Argentina, por más esfuerzo que nosotros pongamos, no vamos a lograr que nos acompañen porque a ellos les ha ido muy bien con el cierre de la frontera”, aseguró ayer el gobernador del departamento Itapúa, en Paraguay, Juan Schmalko al tratar de explicar a los comerciantes y vecinos de ese lado del río Paraná lo difícil que será negociar con nuestro país la apertura fronteriza por el puente internacional Posadas-Encarnación.
Conoce la firme postura del Gobierno misionero como de las entidades comerciales posadeñas contra una medida de ese tipo. Se mezclan decisiones que tienen que ver con la salud como un impulso al comercio que sufrió un duro golpe con la pandemia de COVID-19.
Casi como un discurso electoral, Schmalko no quiso anteponer la necesidad comercial sobre la “fraternidad”. Así, afirmó que siguen “esperando una apertura de la frontera que signifique estrechar vínculos de amistad con nuestros hermanos argentinos, además del comercial”.
Pero ya a nadie escapa que la verdadera intención es que se habilite el paso por la importante cantidad de millones de pesos que se “fugaban” hacia Encarnación y alrededores, gracias a lo cual se potenció el comercio y el turismo.
No abrir, en este contexto epidemiológico, es una medida correcta más que un capricho. Paralelamente a las palabras del mandatario itapuense, los medios del vecino Departamento confirmaban la muerte número ocho en ese lugar, de enfermos por coronavirus.
Sin problemas sanitarios como el actual, la frontera es muy permeable y con un control que siempre generó críticas por sus falencias. ¿Qué se podría esperar de consecuencias si se abre repentinamente, sin una vacuna en distribución?.
Por ahora, mal que les pese a un grupo en ambas márgenes del Paraná, las fronteras deben continuar cerradas un tiempo más. Misiones está rodeada de miles de casos de COVID-19 y pondría en riesgo su propio sistema de respuesta hospitalaria. Más aún cuando nadie sabe si el pico de la pandemia ya pasó.