Todas las personas que poseemos mascotas tenemos un entrenamiento diario. Es poder comprenderlos más allá de las palabras, relacionándose más allá del lenguaje donde la percepción es el nexo.
Esto es un acto que tiene que ser construido a través del amor y si es así se torna en experiencia y aprendizaje, ya que tenemos que pasar por nuestro cuerpo las sensaciones y emociones. Esto se llama empatía. Es la capacidad de percibir y sentir con el otro.
Ese aprendizaje que lo hacemos con nuestros mascotas puede manifestarse como una exigencia al principio, pero luego se convierte en un canal abierto con todo lo demás. Nuestra sensibilidad se amplía y de maestros nos transformamos en alumnos y nuevamente de alumnos a maestros del entorno, gracias a la experiencia del amor.
Luego con el aprendizaje encarnado ese mismo don o canal nos queda abierto para trasladarlo a las personas. Tal es el servicio de amor que ellos ejercen silenciosamente sobre nosotros.
Los animales tienen, tuvieron y tendrán un papel al lado del ser humano, como compañeros, confidentes, guardianes, dioses, personajes de mitos y leyendas. Al relacionarnos ambos crecemos y es en esa alianza mutua en la que recuperamos nuestro espíritu asfixiado por la materialidad.
Cuando todo nos parece perdido sólo la mirada de amor de nuestra mascota nos vuelve a conectar con el alma universal de la cual ellos nunca se desprenden.
Siempre nos van a recordar el paraíso perdido. Viviendo en el aquí y ahora transitan su vida con presencia y aceptación total. No son autoritarios, ni abusivos. Nunca toman más de lo que necesitan, se adaptan a los cambios.
Son nuestros amados ¡ángeles!, Quien no haya amado a un animal permanecerá dormido a una parte sutil de la creación, ellos son el portal de entrada al mundo sin palabras.