Había una vez una joven guerrera. Su profesora le dijo que tenía que luchar con el miedo, pero ella no quería hacerlo. Le parecía algo demasiado agresivo, temerario, le parecía poco amistoso. Pero la profesora insistió y le dio las instrucciones para su batalla. Llegado el día, la estudiante estaba de pie en un lado y el miedo estaba al otro lado.
La guerrera se sentía muy pequeña y el miedo parecía muy grande e iracundo. Ambos tenían asidas sus armas. La joven guerrera se levantó, fue hacia el miedo, se postró tres veces ante él y le preguntó: “-¿Me das permiso para entrar en esta batalla contigo?”. El miedo dijo: “-Gracias por mostrar tanto respeto al pedirme permiso”.
La joven guerrera volvió a preguntar: “- ¿Cómo puedo derrotarte?”. Y el miedo replicó: “Mis armas son que hablo muy rápido y me sitúo muy cerca de tu cara. Entonces te pones muy nerviosa y haces lo que te digo. Si no hicieses lo que te digo, no tendría ningún poder.
Puedes escucharme y puedes respetarme, puedo incluso convencerte con mis argumentos; pero si no haces lo que te digo, no tengo poder”. De esta forma la estudiante guerrera aprendió a derrotar el miedo.
Respetar nuestras emociones implica sentirlas, registrarlas, habitarlas, darles ese espacio permitiendo que nos muestren cuál es la necesidad insatisfecha que las detona. Si estamos atentos podremos verlas ni bien surjan y su comprensión nos permitirá evitar la reacción.
Esa reacción que sólo nos lleva a repetir una y otra vez conductas de las cuales nos arrepentimos llenándonos de culpa.
La culpa se convierte así en el punto de llegada en todo momento, cerrando un círculo que se alimenta de culpa y castigo, en un espiral sin fin.
Detenernos un momento en lugar de llenar el espacio de manera inmediata con la reacción es una experiencia transformadora.
Cuando esperamos comenzamos a conectar con nosotros mismos, es en ese instante que podemos conocernos y respetarnos.El bienestar es como un lago.
Cuando no hay olas el agua es transparente, pero cuando el agua esta agitada no se puede ver nada. El lago sereno es una imagen de nuestra mente en paz, tan amistosa con todas las basuras del fondo que no necesita agitar sus aguas para evitar mirar lo que hay allí abajo.
Parte de estar despiertos es ralentizarnos lo suficiente como para tomar conciencia de lo que decimos y hacemos.