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¿Era todo así? ¿tal cual? Preguntan los visitantes al ingresar al Centro de Interpretación del Conjunto Jesuítico Guaraní de Corpus Christi. Es que en ese espacio se exhibe una maqueta que intenta mostrar, con la mayor aproximación posible, cómo fue la reducción de Corpus Christi durante la administración jesuítico-guaraní, teniendo en cuenta que de este pueblo no se encontraron planos o croquis originales como sí se obtuvieron en otros, como Candelaria y Mártires. La licenciada Estela Garma, junto a un equipo interdisciplinario, es la encargada de evacuar todas las dudas.
Junto a su esposo, Andrés Sansoni, y a sus hijos: Quinde e Ignacio, llegó desde Mendoza, directamente a Corpus, y aquí encontró su lugar en el mundo por determinadas características que ofrece el ambiente para el nucleo familiar.
Apenas establecida, empezó a colaborar con el Fondo de Misiones Jesuíticas y la Subsecretaría de Cultura, mientras que su esposo desarrolla tareas en la Subsecretaría de Gestión Estratégica de la provincia.
En 2013 se inició el trabajo de puesta en valor en la Reducción de Corpus, y la profesional comenzó a prestar servicios para el municipio en la restauración de los vestigios que se iban rescatando y, a la par, comenzaba un trabajo museológico con la comunidad sobre la valoración del sitio.
El proyecto de puesta en valor “me permitió ir trabajando con las escuelas, con la comunidad. El trabajo aquí, para nosotros fue una apuesta familiar”, aclaró Garma, recibida en la Universidad Tecnológica Equinoccial de Ecuador.
Mientras se preparaba para retomar las tareas en el Laboratorio de Restauración de los vestigios que se van recabando de este sitio patrimonial, explicó que este lugar gestionado por la Subsecretaría de Gestión Estratégica y en coordinación con el municipio, “nos permite trabajar, aportar y contribuir desde lo nuestro”.
La museóloga trabaja también en conjunto con el equipo de especialistas del Fondo Misiones Jesuíticas, compuesto por la arqueóloga Alejandra Schmit, el historiador Esteban Snihur, y Sansoni, del equipo de conservación.
Contó que de 2013 a 2019 trabajó en un espacio que el municipio destinó para proteger el material que se iba sacando. A la vez, iba llevando el inventario y el registro de ese material, “todo lo que es la investigación y la restauración, todo lo que tiene que ver con la reconstrucción de las piezas, que es lo que se ve en la muestra”. Todo el material que se rescató, se investigó y se conservó”, aclaró.
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Confió que a la muestra la armaron con vestigios de la excavación, con otros que estaban en investigación en otros sitios como la Universidad Nacional de Misiones (UNaM) -que fueron restituidos- y con piezas donadas por la comunidad: moldes, de cuentas, fragmentos cerámicos, lápidas, tejas, balas de cañón, pipas, medallas y muchas otras piezas fragmentadas.
La muestra es importante para cerrar esta primera parte de la investigación. “Es como que se cerraron algunas etapas, pero hay mucho más por hacer en cuanto a excavación, a investigación museológica, a investigación histórica y restauración.
Pero, sobre todo, seguir trabajando ese sentido de pertenencia, de apropiación de la comunidad. Por eso en la muestra hay una parte que está destinada a contar lo que significa este sitio histórico como parte de una empresa misional más amplia de los treinta pueblos jesuíticos guaraníes y una parte representada por la comunidad”.
A su entender, lo importante de esta quinta reducción “es que el rescate se llevó paralelamente al trabajo con la comunidad local. Es muy importante el turismo que podamos recibir, pero también lo es ese trabajo con la comunidad. La gente sabía que estaba pero quizás no tenía noción de la magnitud de lo que implicaba este sitio histórico patrimonial.
Como profesional del área mi objetivo fue trabajar con los colegios brindando talleres de artesanía, de conservación, armando muestras, buscando distintos recursos pedagógicos para que fuera comprensible; y la concientización de la comunidad que posibilitó que muchos vestigios que estaban en poder de las familias, que venían de sus padres o abuelos, y que llegaron a sus manos por determinadas circunstancias, nos fueran donados”.
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El trabajo desarrollado desde 2013 hasta hoy, con la comunidad, “de transferir esa información, qué se hace, cómo se hace, por qué se hace, implica la valoración del sitio y, para nosotros, la recuperación de nuestra historia, porque cada fragmento es como parte de un rompecabezas que vamos recuperando y que nos ayuda con la investigación histórica, con lo arqueológico, con la museología y, de alguna manera se va armando la historia de este sitio”, insistió.
Cree que, en ocasiones, esa riqueza se hace muy cotidiana y por eso es bueno refrescarla, “porque uno viene con esa mirada de que todo es nuevo, aunque la gente valora lo propio, mucho.
En el pueblo nos encontramos con personas muy interesantes, que durante años venían trabajando y queriendo hacer cosas, que quieren muchísimo lo propio, desde la educación, desde el vecino común, mis compañeros de trabajo. Encontramos gente muy interesante, muy rica culturalmente”.
Lo bueno de la museología es que “nos da las herramientas para lograr hacer visible o traducir esa información, esa riqueza que está en el inconsciente, hacerla consciente. Poder plasmarla de tal manera que sea comprensible”.
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Estar y ser parte
Indicó que como familia buscaron ese cambio de vida. Fue una apuesta porque “para construir desde un lugar, tenés que vivirlo, estar, ser parte de su gente. Eso es lo que decidimos. Pudimos haber llegado a Posadas o a cualquier otro municipio, que por ahí desde lo profesional podría haber sido distinto.
Pero decidimos venir acá. Nuestro hijo concurre al colegio del pueblo, nuestra hija cursa en la UNaM. Apostamos por el lugar, el recibimiento fue excelente y nosotros estamos felices en cuanto a la tranquilidad”.
La naturaleza de Misiones es exuberante, el clima es beneficioso e, históricamente, “es riquísima para trabajar. Es una provincia que reúne muchas características, de seguridad, de tranquilidad, muchísimos aspectos importantes para que nuestra familia pudiera crecer humanamente, como estilo de vida y profesionalmente, gracias a los gobiernos provincial y municipal, que permitieron que aportáramos desde lo nuestro”, describió.
Acercarse lo más posible
¿Cuándo surgió? ¿Por qué Corpus Christi? ¿Por qué la festividad? ¿Cómo eran los distintos espacios? ¿Cómo eran sus particularidades? Son algunos de los interrogantes que tienen respuesta desde cada una de las vitrinas de la exposición, dispuesta en una amplia sala de la Misión Jesuítico-Guaraní de Corpus Christi.
“Si bien los treinta pueblos reduccionales eran semejantes, cada uno tenía sus particularidades. Por nuestra ubicación geográfica, a nuestros indios les decían espías y en cuanto a los oficios, talladores y escultores, eran maestros muy solicitados”, dijo, al tiempo que se refirió a las distintas características urbanas de la reducción.
“Esas viviendas dobles, la plaza, el cementerio de mayores dimensiones, son cosas que tratamos de transmitir, de exaltar en el relato, en el guión museológico, para diferenciar este sitio”.
“Queremos que este pueblo se conozca, queremos destacar sus particularidades. Las piezas que están en las vitrinas mayores son de excavaciones, y otras que gracias a la donación nos permiten tener una parte más de ese rompecabezas para ir armando la historia de este sitio. Esa toma de conciencia, esa experiencia de sentir propio, de identificarse con el lugar hace que tengamos estos vestigios donados, que son muy importantes”, alegó.
La pieza más antigua con fecha inscripta, que allí se exhibe data de 1713 y es gracias a una donación. Engrosan la lista las medallas, los moldes, las balas de cañón e, incluso, un fragmento del yaguareté-korá (ancestral juego guaraní) habiendo una pieza similar en el Colegio Pascual Gentilini, en San José.
Garma destacó la importancia de llevar el rescate in situ pero también la recuperación de esas piezas que por diversas circunstancias estaban al resguardo de las familias y que ellas decidieron entregar a este espacio, que cuenta con las condiciones para ser conservadas para perdurar, pero también porque podrán ser apreciadas por todos.
Es que, por lo general, “cuando está en la familia, es apreciado por el núcleo, por los amigos, pero aquí, de alguna manera, todos tienen la posibilidad de conocer ese fragmento, esa parte de la historia, y a nosotros como investigadores, nos permite seguir armando la historia del sitio”.
Valoró que “tenemos piezas que son Jesuítico-Guaraní pero también tenemos piezas más antiguas de lo que es el período Pre-Jesuítico, que estaban en poder de las familias. Es decir, que estamos hablando que son de alrededor del año 1500, 200 años más antiguos que el pueblo reduccional”.
Puso de manifiesto que “las familias decidieron donarlas y para nosotros fue importante exponer todo. Obviamente que hacemos la aclaración que pertenecen a períodos distintos, pero que la familia vea que todas las piezas que donó, están expuestas.
Eso les genera la seguridad que lo que nos dieron en 2013, en 2020 lo pueden ver, que está, que está inventariado, documentado, investigado, y que es parte del patrimonio local y provincial”.
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Abriéndose camino
Tanto Garma como Sansoni siempre estuvieron en contacto con el arte, la historia. La relación con lo antiguo, con el coleccionismo, la vida en los museos los incentivó a estudiar.
En 1996, se dio la posibilidad de viajar a Ecuador, el único lugar de América donde existía una carrera universitaria que incluía la restauración y museología, cursar ambas especialidades que se complementan, y “nos pareció muy enriquecedor”.
La pareja se radicó en Quito -primera ciudad patrimonio de la Humanidad-, donde Sansoni, que era licenciado en filosofía, había residido.
“Fuimos a la Universidad Tecnológica Equinoccial a estudiar y a trabajar en restauración. Desde las 8 y hasta las 17 estábamos en los talleres, trabajamos en la iglesia de la Compañía de Jesús, en la iglesia Santo Domingo, en Guayaquil, en el abrazo de San Martín y Bolívar”, enumeró. Estuvieron casi siete años en Ecuador, donde nació Quinde (colibrí, en quechua).
Como el ciclo lectivo es diferente al argentino, la familia regresaba todos los años para trabajar y cumplimentar las prácticas. Siendo estudiantes, tuvieron la oportunidad de trabajar en la restauración de la Catedral de La Plata, en 1998, a medida que se contactaban con otros museos. Como Sansoni es mendocino y ella de Brandsen (Buenos Aires) eran dos lugares “adonde íbamos recalando”.
Así, conocieron las distintas necesidades de Mendoza como de Buenos Aires y cuando Quinde cumplió cinco años, tuvieron que decidir qué hacer.
Optaron por regresar al país, “a brindar algo de nuestra formación. Llegamos a Buenos Aires y, después de realizar algunas restauraciones en la catedral de Chascomús, colaboramos en la conservación de la Biblioteca de los Jesuitas en Capital. Luego fuimos a Mendoza, donde mi esposo estuvo a cargo del Museo Fader y como rector de un colegio jesuita.
Desarrollamos tareas en la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, en distintos proyectos, con fondos provinciales, colecciones privadas, colegios que son monumentos, todo en el ámbito de la restauración, de la museología y la docencia”, recordó.
La restauración es algo en lo que puedo trabajar muy encerrada, muy sola, muy en el laboratorio, solo con el vestigio, con la obra de arte y aveces suele ser un poco solitario.
El restaurador no puede crear como un artista, y debe respetar lo que hace el artista. Y como museóloga me permite transmitir lo que voy descubriendo, mostrar”.
En sus lugares de trabajo, tanto en Mendoza como en Buenos Aires, el matrimonio buscó abrir los espacios de trabajo y contar qué es lo que se está haciendo, a fin que no fuera “algo tan oculto, la conservación y la restauración. Quisimos abrir esos espacios de trabajo para comunicar, hacer más comprensible a qué nos dedicamos. La museología me permite esa difusión, esa comunicación, esa educación que, en mi caso, se complementan”.
En la década del 90, Sansoni conoció Misiones y en 2007 la familia vino de paseo a la tierra colorada y vio el patrimonio reduccional. “Siempre fue una opción vivir en Buenos Aires o en Mendoza, pero en ese momento decidimos dejar todo -estábamos con trabajo y nos venimos a vivir acá en 2012, directamente a Corpus”, contó.
Es que el profesional recorrió los distintos pueblos reduccionales y Corpus reunía “para nosotros un montón de aspectos importantes, tanto en lo cultural como en lo educativo”, porque veníamos con dos chicos que debían asistir a la primaria y al secundario, y enseguida empezaron a trabajar.
Se dio la oportunidad de poder aportar “en lo nuestro y abrir para el Fondo Misiones Jesuíticas un taller de conservación en San Ignacio Miní. Cuando llegamos no existía dicho espacio en la provincia, para poder conservar lo que es el patrimonio reduccional mueble.
Entonces en ese momento comenzamos en un lugar muy pequeño, mi esposo como personal de la provincia y yo colaborando. Estuvimos allí hasta que se encararon refacciones en los edificios de San Ignacio Miní y en 2016 se inaugura el actual Centro de Conservación y Restauración de las Reducciones de San Ignacio Miní”.
Felices de recibir visitas
Garma celebró que en un momento tan crítico, debido a la pandemia, se pudieran abrir las puertas del quinto Conjunto Jesuítico Guaraní, “es súper destacable”. El 23 de julio, protocolo mediante y cuidando todos los aspectos, se inició el trabajo en el Centro de Interpretación de la Misión Jesuítico-Guaraní de Corpus Christi.
Aquí, “hay un equipo de guías y el apoyo de personal de la comuna, en un trabajo coordinado entre la provincia y el municipio, con el propósito de cubrir las distintas necesidades del espacio”, que permanece abierto los viernes por la tarde, y los sábados y domingos durante todo el día.
“Hace algunos años que trabajamos en esto y tratamos de transmitir el entusiasmo tanto en la muestra, en este sitio, en el Centro de Interpretación, como en los recorridos, buscamos que se comprenda, y el recibimiento fue más que satisfactorio, en cuanto a la devolución de la gente”, dijo. En el recorrido es muy importante el relato del guía y, en la muestra, el museólogo.
“Tratamos que sea muy pedagógica, que se comprenda, al describir este espacio que aún está oculto bajo los sedimentos, la vegetación, por así decirlo”, graficó Garma.
El recorrido puede tardar unos cincuenta minutos y posee un circuito con una especie de estaciones, con señalética que explica en qué sitio se encuentra el visitante, cómo era la residencia, los talles, el templo, la huerta, el cementerio, el cabildo, como se aprecia en la maqueta de ingreso.
Apuestan a que se continúe el trabajo de excavación, in situ, de despeje de esos espacios porque “eso nos va a ayudar a conocerlo mucho más. Por ahora trabajamos en relevamientos en superficie para lo que es el trazado urbano. Pero este sitio y su riqueza está todo por ser investigado”. Mientras, continúan en lo que respecta a la restauración donde, “hay muchísimo por restaurar e investigar”.
Estimaciones
En el sitio de catorce hectáreas cercadas “sabemos dónde estaba y cómo era la iglesia porque los documentos, las Cartas Anuas, los memoriales, los inventarios proporcionan mucha información histórica que manejamos, que dice cómo era la festividad, cómo era el retablo, cómo estaba decorado, cómo eran los distintos espacios urbanos de la reducción. Eso se sabe a través de la documentación”, expresó la restauradora.
Sostuvo que si bien Corpus no tiene el privilegio que se hayan conservado sus planos originales como en Candelaria o en Mártires, a través de la documentación histórica se pueden hacer reconstrucciones hipotéticas.
Y “del trazado urbano y la ubicación de las viviendas o de cada espacio, a través de los relevamientos en superficie realizados por el agrimensor Gustavo Maggi y el posterior, que hicieron desde la UNaM, se podrán ratificar o rectificar dichos relevamientos cuando se concluya la excavación in situ”, admitió quien, además, es fundadora del Centro Aletheia.
Explicó que a diferencia de San Ignacio, donde sus muros fueron construidos en piedra, “lo nuestro difiere en que las viviendas fueron levantadas sobre un basamento de piedra itacurú y basalto hasta aproximadamente ochenta centímetros, y hasta 1,50 metro, los que son los edificios del núcleo como el templo, la residencia y taller, y luego el resto del muro todo es adobe, estructura de madera portante, y teja. Todo eso colapsó sobre los basamentos.
La visita de Ko´ape la sorprendió conservando una vasija. Es que en su mayoría los materiales que se rescataron del sitio excavado salen fragmentados. Hay piezas que “no están integradas, completas, entonces estoy haciendo en primera instancia un proceso de conservación, que es lo que se hace cuando se encuentra un vestigio”.
Explicó que primero se hace el análisis de los deterioros que presenta y, de acuerdo al estado de conservación, se concreta una limpieza superficial y profunda. Luego “se inyectan distintos productos para que el material constitutivo, si está por disgregarse o con falta de cohesión, se adhiera y fortalezca, se consolide ese espacio.
Después, viene la adhesión de las partes de la piezas. En este caso, estamos con una pieza para la que trabajamos con estudiantes de la UNaM (Martín Eiden) en lo que es reconstrucción de fragmentos en 3D”.
La intención de Garma es siempre el máximo respeto al original y su mínima intervención, mediante la conservación y no una reconstrucción total, no hacer a nuevo todas las partes faltantes, pero “vemos que hay lugares que están comprometidos y que necesitan la otra pieza para sujetarse, porque si adhiero los distintos fragmentos, pueden colapsar.
Entonces, estamos viendo de no utilizar materiales de difícil reversibilidad, que son invasivos al momento de reconstruir la pieza”. En otros casos, “pudimos realizar los procesos de limpieza y de reconstrucción, de adhesión de todas las partes, pero hay algunas para las que estamos tratando de implementar nuevas tecnologías para ver cómo resolver esas piezas, esos fragmentos que faltan”.