“Fui inducido a la idea de la colonización, no por una fe en mi propio poder, dado que no tenía experiencia alguna, sino por la belleza y soledad de la naturaleza, que parecía estar llamando por alguna clase de actividad”, confió Adolfo Schwelm en el Instituto Real de Asuntos Internacionales Chatham House, Londres, el 14 de diciembre de 1931, poco después de iniciar este sueño, Eldorado, que actualmente es la tercera ciudad más grande de la provincia, cabecera del departamento homónimo.
Como en toda la provincia, inicialmente estas tierras estuvieron habitadas por guaraníes. Incluso su nombre proviene de una leyenda que data de los tiempos en que los conquistadores de América llegaron a estas latitudes, que narra la existencia de una comarca llena de tesoros y riquezas.
Pero fue en 1876, cuando el presidente Nicolás Avellaneda promulgó la Ley de Inmigración y Colonización y Adolfo Schwelm inicia su campaña en la Alemania de la postguerra, donde una población cada vez más empobrecida buscaba nuevos horizontes para satisfacer sus anhelados deseos de paz y el 29 de septiembre de 1919 funda la ciudad de Eldorado.
Él mismo conformó diferentes comisiones para la construcción de escuelas, iglesias, puentes y rutas, mientras el gobierno argentino garantizaba a los colonos total libertad de acción tanto en independencia cultural como económica, además de una constante cooperación para potenciar el progreso.
Así, en 1932 Eldorado contaba con cerca de 7 mil habitantes de origen europeo, en su mayoría alemanes, respaldados por la Compañía de Colonización y Explotación de Bosques, dependiente del Banco Tornquist y Compañía, de propiedad de Schwelm.
Desde su fundación la ciudad adquiere como forma de asentamiento el sistema de Waldhufendorf o lineal, transversal al río Paraná. En la actualidad, la avenida San Martín es el eje urbano que la articula de manera longitudinal.
Diez años después, estaba de pie, satisfacía las comodidades básicas, con hermosos parques, negocios prósperos, chacras ejemplares, centros de recreación, escuelas, atención médica, seguridad y la promesa de un gran futuro por delante, principalmente porque existía motivación por progresar, lo que se plantaba, crecía, daba frutos y rentables, al punto que la industria del citrus, el tung y la yerba mate se convirtieron en el sustento de muchísimas familias. Así también avanzaban los negocios que se emprendían, expandían y en muy poco tiempo la ciudad prácticamente se autoabastecía.
Lo social también estaba contemplado, las escuelas cubrían ampliamente las expectativas de la zona, algunas con la modalidad bilingüe, se construyó un pequeño hospital, se formaron clubes que congregaban a gringos y criollos en fiestas, torneos, asados, etc. Las reuniones familiares o sociales eran la salida obligatoria de los fines de semana. Hasta los cines fueron parte importante del ocio eldoradense.
Para la década del 60 Eldorado estaba muy bien constituida y de allí que se la denominó “Capital del Trabajo”. Hoy por hoy es la referente más importante del Alto Paraná Misionero.
La ardua tarea de poblar este rincón misionero
Para 1925 se contaba con puentes y caminos, una iglesia católica y otra protestante, una escuela alemana para enseñar esa lengua a los niños, una comisaría y todos los beneficios de una sociedad moderna.
Los agentes de Schwelm tomaban a su cargo los inmigrantes europeos en Buenos Aires y les informaban sobre el lugar de destino, se les proponía la compra de tierras y a veces se concretaba la operación, otorgando los boletos de compra y venta. De allí eran trasladados por tren a Posadas y luego embarcados rumbo a Eldorado, remontando el Paraná. Incluso los primeros colonos hicieron el viaje en el mismo barco Cuñataí, en el que Schwelm había llegado a Eldorado no hacía mucho tiempo.
Estos colonos traían sus pertenencias, herramientas, vajillas, instrumentos musicales, ropa, libros, en una palabra, todo para comenzar su nueva vida, y una Biblia para continuar practicando su religión. La mayoría venía con su familia y la esperanzas en un futuro mejor.
Schwelm solía cruzar con su yate a los barcos de inmigrantes, dándoles la bienvenida, lo que tal vez infundía más seguridad en esos momentos. Muchos de los colonos en sus relatos todavía recuerdan estos encuentros. Llegados a Puerto Viejo muchos se desilusionaban, sentían la impresión de haber sido engañados, porque Eldorado no existía tal como se lo habían imaginado.
Desde el puerto se apreciaban las barrancas del río, luego se avistaba la radio estación, la residencia de Schwelm, la administración, un parque y más allá solo la selva virgen.
Algunos abandonaron pronto Eldorado, no se hicieron la idea de que la colonización era una empresa que exigía mucho esfuerzo. Pero quienes venían de una Europa en ruinas, que no ofrecía ningún porvenir y habían invertido todo su dinero en estas tierras no tenían más opción que aceptar el desafío. Trabajaron con tenacidad y ahínco para vencer a la selva, el clima tropical, los insectos y tomaron posesión de sus tierras.
Las familias eran alojadas provisoriamente en el Hotel de Inmigrantes, local que había construido en el puerto la Compañía Colonizadora. Los hombres eran trasladados por el encargado a ver sus tierras, si las había adquirido en la capital, o a elegirlas y comprarlas en el lugar para iniciar sus chacras.
En un principio Schwelm procuró agrupar según la nacionalidad, por zonas, surgiendo de esa manera las distintas picadas. Pero más allá del problema idiomático y las dificultades del medio, se establecieron lazos de amistad y ayuda mutua, sin diferenciación de origen.
(Texto editado a partir del libro “Historia de Eldorado”, de Antonia Rizzo)