
En cada ciudad, en cada pueblo existe un alma conocida por todos por sus dones. En la Capital Nacional de la Orquídea Lola Kiess es a quienes muchos recurren un busca de una “caricia” capaz de llevarse el dolor del cuerpo y un oído que sabe calmar angustias.
Es que Lola realiza desde hace ya muchos años una encomiable labor por la restitución del equilibrio psico-físico de las personas que demandan sus prácticas de reflexología.
Hace su tarea con cariño, entrega, humildad, declarando que no reemplaza al profesional de la salud sino que se remite a él o muchas veces es quien orienta a sus pacientes hacia el tratamiento específico con el perfil profesional adecuado a cada caso.
Como todo en la vida, nada es casualidad, por eso esta nota pretende que conozcamos el por qué de una elección y la rica historia que la nutre, convencidos que el destino de un pueblo se forja con el aporte de sus ciudadanos.
Llegar al mundo
Habrá que creer que el nombre que nos asignan, nos signa, da cuenta de nosotros. “Aurora”. El inicio manso y convidante del día -los días son promesa y posibilidad-, “Branca”: blanca, limpia, receptiva… el blanco acoge todas las tonalidades, e incide con su luz sobre todas ellas.
Tempranito, sin embargo, empezó en el hogar a sonar “Loooolaaaa…Loliiiitaaaaa”… una campanita, un cascabelito liviano y alegre que anduvo por aquí y por allá en la linda Santo Ángelo, Rio Grande do Sul, Brasil, donde transcurrieron los tres primeros años de su vida, desde el 7 de octubre de 1945 en que nació, al amparo de Edith Elena Dreguer, y del elegante militar de caballería Inacio Rodrígues.
Edith, la menuda y solidaria mujercita que conocimos, tesorera y colaboradora en la Comisión directiva del Hogar de Ancianos por muchos años, era la mayor de cinco hermanos en un hogar regenteado por madre sola, desde la separación de la pareja que conformaba con Herrmann Dreguer, quien tras el divorcio emigró a Argentina y se radicó en Montecarlo, para dedicarse a la carpintería.

En Santo Ángelo quedaba la abuela, a cargo de cinco hijos: Edith, Erico, Edgar, Érica y Harry, razón por la cual ofrecía un servicio de pensión-hospedaje, pero sobre todo comida casera servida en la casa familiar.
Trabajando con su madre fue que Edith conoció al apuesto militar, montado en brioso corcel, recio y elegante. Convivieron, tuvieron dos niños: Rubi y Aurora, pero cada uno siguió morando en el hogar paterno.
Edith, porque tenía que colaborar con sus hermanos menores, apuntalar a su madre, e Inacio porque permanentemente era destinado a misiones que lo llevaban lejos por largos períodos. Era culto y tenía ambiciones. Quería hacer carrera. La relación no pudo menos que deteriorarse, y la joven madre decidió probar suerte en Argentina.
Migrar y tentar al futuro
Por entonces su hermano Érico, soltero aún, estaba radicado en Buenos Aires, la mega ciudad floreciente de mediados del siglo XX, que tantas respuestas había dado a millones de migrantes de procedencia diversa. Viajó con los niños y su pequeña mudanza a cuestas. Antes del destino final iba a pasar a ver a su papá, Herrmann.
La frágil mujer llegó a la vieja terminal de Montecarlo cuando Rubi tenía cinco años y Lola apenas tres, en l948. Rubi era mayor, por eso le tocó llevar el bulto más grande. Tres hormiguitas transportaron los bienes que tenía la pequeña familia. Edith avanzaba el doble que Rubi, el triple que la pequeña, con doble carga, y volvía atrás para socorrerlos.
Esa paciente y esperanzada carrera de postas los llevó a lo del abuelo, que alquilaba una casita a la familia Volz, donde hoy se ubica el edificio de la abogada Karina Huber.
Se acordó que la estadía se prolongaría apenas los días necesarios para que la madre organizara el viaje a la capital, pero la vida puso ante Edith a Willy Osterwalder… y los planes se trastocaron.
Casi un cuento de hadas
Tal vez haya sido uno de los clásicos bailes de sábado en el galpón de don Jacobo Ranger… Guillermo Osterwalder, chofer de la Cooperativa Agrícola se prendó, y hubo amor suficiente también para los pequeños, a quienes tomó por hijos.
Es una historia de solidaridades esta, porque este segundo papá de Lola vivía con otros compañeros -Tito Wiedmann era uno de ellos- en una propiedad de los padres de Érika Fink, donde hoy residen Mirta Flamig y su esposo, Emilio Britzius. Los amigos ofrecieron la casa para esta familia que nacía grande.
Entonces Lola tuvo barrio, buenos amigos, mejores vecinos. Ahí fue que coincidió con mi mamá, Enilda Miecth, recién llegada de los mismos pagos de los que provenían los Rodrígues, con sus pequeñas hermanas a cargo y su papá Felipe, excelente carpintero ebanista, quienes también buscaban cobijo para un problema de disolución de pareja, albergados temporalmente en un hospedaje que ofrecían Wilma y Carlitos Ebert.
El barrio, la casa, ¡¡¡la escuela!!!
Cerca para juegos y aventuras, Carlitos Mendoza Pilas, Érika Fink y Gerda Rüssell, los chicos de la villa Cooperativa con los que se podía intercambiar regalitos de Pascuas: huevitos de maní y azúcar por comida tradicional… La barriada de la calle Córdoba: los Ebert, Spengler, Rüssell, Pilasz.
El hermoso parque y el acceso de ensueño -parecía de cuentos de hadas, lo recorrí yo también- a la Escuela 254, donde la gurisada era tan amablemente acogida por don Raúl Porta, y proverbiales maestras como Elena de Porta, las señoras de Jara y Rizziutto.
Lola recuerda todavía cuánto le costaba la lectura, esa cosa que daba miedo, y la mañana luminosa de la comprensión, guiada por Elena, que la ayudó a descubrir cómo las letras se juntaban a los sonidos, y producían palabras… ¡¡¡las mismas que se hablaban!!!
La familia grande, otra vez a Brasil
Mientras se jugaba en los añosos cipreses del patio de la escuela, entre sus ramas y sus grandes y retorcidas raíces, mientras se escurrían por los laberintos de la villa, en casa nació Edgardo, y pronto la noticia de otro viaje.
Otra vez a Santo Ángelo, porque la abuela materna y los tíos Harry y Érica precisaban ayuda. Lola debió despedirse de la escuela, justo cuando la lectura se había transformado en conquista. Edith volvía a casa con esposo y otro bebé.
Papá Willy se desempeñaba como mecánico los días de semana. Los sábados y domingos estuvieron dedicados a acondicionar el terreno para concretar, paradojalmente, el sueño de la casita con patio, árboles y arroyito que había sostenido la pareja de Edith e Inacio.
Hubo que levantar dos casas: la de la pequeña familia y la de la suegra y los tíos. Hubo que hacerlo todo: desmalezar, aplanar, cavar el pozo y para ello dinamitar, solos, Willy y Edith, con sumo cuidado y muchísimo esfuerzo.
El detalle final de la proeza fue cercar: el tejido hubo que tramarlo en casa, con alambre en rollo. Entonces los niños quedaban a cargo de la amorosa Érica, considerada por siempre una segunda mamá.
Mientras, los chicos crecían. Había contacto esporádico con la abuela materna, adonde Rubi y Lola iban a hacer los mandados en la pequeña despensa de la mamá de Inacio, a quien había permiso de visitar, de modo que se tardaba en regresar con la yerba o el azúcar, porque se jugaba un rato en el patio de los otros abuelos, y con suerte a veces se encontraba a Inacio, tan elegante con su traje militar.

Por fin hubo hogar y abrigo para todos… pero la vida se recordaba más fácil en Argentina…
Recuerdos, consultas, regreso
Cuando Edgardito tuvo edad para empezar la escuela, Willy retornó con él al país, para preparar el regreso del resto de la familia. Lola tenía catorce y quería confirmarse con sus compañeros. Apenas terminada la ceremonia, se emprendió el viaje, vía Alba Posse.
Era Domingo de Ramos de 1959. A orillas del río esperaba con el camión dispuesto para la mudanza don Guillermo Ranger. Hubo larga y sentida despedida, porque Rubi, que tenía 16, decidió quedarse en la madre patria.
Las dos mujeres retornaron a un viejo galpón, alguna vez herrería del suegro de don Carlos Osterwalder, un señor de apellido Senghaas, cuyos descendientes conservan hoy parte de la propiedad sobre la ruta nacional 12, entre los dos accesos a la ciudad.
Mariposas en la panza
Enfrente, vivía la familia Kiess. Helmut fue a los ojos de la adolescente el más atractivo varón, recién culminado su servicio militar obligatorio. Willy se percató de los sentimientos que embargaban a la joven y desalentó la relación porque “sos muy chica y él muy mayor”… pero lo dejó brotar, crecer, a los 17 años de su hija, cuando el elegido pisaba los 26.
Vivir en el pueblo… la aventura del primer trabajo
Superada la emergencia de la radicación definitiva, regresaron al poblado, esta vez al oeste de la villa de la infancia, hoy calle Chile, en el lugar donde se erige la galería Florida.
Lola tenía quince años cuando en la Cooperativa Agrícola se suscitó un accidente con un importante cargamento de telas que se mojó. Miss Dormond, esposa del gerente, solicitó su ayuda en la tarea de lavar, secar, planchar acondicionar. Fue la puerta de entrada a su primer empleo. La asignaron a la sección Ferretería.
Duro el trabajo de contar y organizar arandelas sumergidas en líquido limpiador. Mejor, el almacén… ¡todo a granel! Había que embolsar y pesar: ¡ay! la jovencita tenía bastantes problemas con las medidas de peso y capacidad. Lo advirtió Hildegard Spengler, que la auxilió y fue paciente maestra.
Finalmente -supongo que sus modales suaves, su sutileza, animaron el cambio- pasó a la sección Tienda, donde en 1966 confió al azorado señor Yontza, un interesante personaje, pintor, escultor, artesano, bohemio, que eligió Montecarlo para afincarse, que “dejaba de trabajar, porque se iba a casar”.
Él no podía comprender una tradición que no se discutía: las casadas eran amas de casa y madres, y se atrevió a poner en discusión la norma: veía potencia en la muchachita… “casarse no es motivo para dejar de trabajar y realizarse”. Pero eso, a pesar de la inquietud del caballero, debió esperar unos cuantos años.
Ama de casa, mamá, esposa
Efectivamente -antes de cumplir 21, lo que ameritó que mamá debiera consentir el matrimonio- contrajo enlace con Helmut Kiess, y se transformó en lo que se esperaba de ella: una dedicada ama de casa, madre amorosa de Charly, que nació en 1969, y de Patricia, que llegó al mundo en 1972, cuando la familia estaba instalada en su actual domicilio de calle Bischoff.
Con esfuerzo habían construido la casa propia y se mudaron la noche en que enfrente nacía Corina, la pequeña benjamina de Alfredo Franke y Maidy Böttger, año 1971.
Corina y Patricia conservaron siempre la preciosa amistad gestada en la infancia. Ser esposa, madre, jefa de hogar no le impidió participar activamente en las tareas sociales de su iglesia, la I.E.R.P, ni prestar apoyo a los compromisos encarados por su esposo.
Cuando los chicos se fueron de la casa, para estudiar y encarar luego la vida adulta, una profunda crisis personal y de convicciones la llevó a culminar la escuela primaria, que había quedado inconclusa. Desde lejos, animaban los hijos. Cursó el 7° grado en la Escuela de Adultos de la escuela de Frontera 607, y conserva en el recuerdo el aliento de su maestra, Liliana Vargas de Perini, que la estimuló a más.
Un giro copernicano
Se atrevió: hizo la secundaria en el ESA (Escuela Secundaria Abierta). No se le daban las Matemáticas, y muchas veces precisó la paciencia de Adela Berger y Gabriela Ortiz, que acompañaron ese período de tantos descubrimientos y azoro. Costaba cumplir con tantos frentes, con tantas tareas, a las que se sumó la de estudiante.
Christa Von Of le brindó con generosidad unos masajes sedantes en los pies que resultaron en otra inquietud, otro acicate… para Lola se abrió una puerta inesperada… “Reflexología”, llamaba Christa a lo que hacía con tan tranquilizantes resultados. Entonces Aurora Branca Rodríguez empezó a investigar, a buscar maestros, bibliografía, a aplicarse, a practicar.
Pronto llegó la literatura específica, la investigación rigurosa, el contacto con maestros y la oportunidad de ejercer oficio en el reducido ámbito de la familia, los amigos cercanos, para tomar confianza y adquirir destrezas que necesariamente tenían que acompañar los saberes y la buena disposición.
Estos primeros pasos se volcaron en un trabajo práctico: una pequeña tesina para coronar sus estudios secundarios: “Masajes de relajación: la conveniencia de estas prácticas para colaborar en la crianza y educación emocional de los niños”.
Su humildad los llama así: masajes de relajación. No reemplaza el trabajo de los profesionales de la salud. Aporta a la fisioterapia, a la kinesiología, la dosis de ternura y paciencia que hacen falta para hacer frente al dolor, los estados depresivos, las emociones abatidas el stress, el agobio.
Ir al lugar de las necesidades
El boca a boca, las recomendaciones -“curan sus manos y su actitud”- la animaron a agregar a las meriendas especiales de oración, música y pequeñas delicias que su iglesia ofrece a los viejitos del hogar de ancianos, masajes, charla, compañía.
Estrella Algamiz vio luz y entrega e hizo la oferta de contratarla, una vez acordadas las condiciones con la comisión directiva. Las primeras tentativas y sus frutos entusiasmaron también a Adelicia López de Gómez, que se instruyó para acompañar la tarea con entusiasmo y compromiso.
Es lindo verlas, con grandes pelotas, con algunos recursos que hacen sentir a los internos que todavía pueden jugar y conectarse con otros.
Para muchos, la presencia de ambas es la única compañía, aparte de la de sus cuidadoras habituales o de los servicios religiosos que se prestan en el hogar; manos amorosas que son la mejor medicina, oído para las tribulaciones, las pequeñas alegrías, las preocupaciones, los recuerdos, las historias de vida.
Hay quienes las esperan ansiosos, aseados: habrá cremitas curativas y un rato exclusivo y único para cada uno.
Así la siento, la sentimos
Lola llega, sigilosa y cauta donde se la llame. A mí me enseñó a tomar de las manos a mi amiga Mucky, para que ella sintiera en mí una presencia benefactora. Hay maneras de tocar que son convite, y ella lo sabe.
Hay formas de decir y de mirar, que en ella son naturales. A Lola se recurre si una emergencia requiere una cama ortopédica, un andador, una silla de ruedas, porque la I.E.R.P le confió la administración y coordinación de los limitados recursos con los que se cuenta para asistir necesidades especiales.
“Hubiese evitado herir con palabras y actitudes que dolieron como castigos… si hubiera sabido antes”, se lamenta. Lo hace porque su corazón sabe que no hubo mala fe, que aprender es el camino. Anda por él con entusiasmo todos los días y eso no significa que no la hayan tocado dolor y desazones, como a cualquiera.
Aprendió a evitar la crispación, a reconocer la rigidez, no sólo de músculos o de huesos, sino de cuerpos, de ideas, de principios enquistados. Trabaja sobre ellos con mesura y la sabiduría que da el vivir.
Tal vez por eso la vida la premió con dos nietas, Luana y Lara, que le dio Charly -hoy viven con su madre, Analía Melo, y comparten muchos fines de semana con su padre y su nueva pareja, Julia, en Alemania-, y con los varones -Ciro y Theo- que engendró Patricia con Andrés Barrios.
Todo un detalle, también: Charly fue un niño sensible, introvertido, que se refugiaba en la pasión que le generaban los fenómenos de la electricidad… se merecía esas mujercitas que son razón de su residencia definitiva en Europa.
Patricia fue desde pequeña llamativamente madura e independiente… Penélope, la llamaba yo que fui su maestra, porque en los recreos, en las rondas de charlas con amigas y aún en momentos de clases en que pensaba que la labor no interfería, tejía, tejía. Bueno, siguió tejiendo los días hasta la familia de dos varones, que demandan briosos, la atención de mamá y papá, con insistencia.
Mirar atrás, recobrar aliento… vivir, vivir
Papá Inacio fue apenas una figura fugaz. Perdió tempranamente el contacto con él, aunque supo que falleció muy joven, en su patria. Fue Willy quien brindó un hogar seguro, un hermano más, Edgardo.
Su papá estuvo presente y disponible hasta que se durmió en el cómodo sillón de su casita de calle Belgrano, una mañana primaveral de septiembre de 1991. Mamá Edith vivió el último período de una vejez tranquila en casa de Lola, y terminó de apagarse el 7 de noviembre de 2014, un solo día después de la partida de Enilda, mi mamá.
Habían coincidido en el tiempo de llegada al país, en el primer lugar de acogimiento. Venían desde el mismo Estado del mismo país, una de San Luis Gonzaga, la otra de Santo Ángelo, por motivos parecidos… la disolución de las parejas de sus padres.
Se habrán ido juntas, ese casi verano de 2014. Fueron de Lola los primeros brazos que contuvieron mi tristeza la noche de la despedida, y fueron los míos los primeros por fuera de la familia que abrazaron la resignada melancolía de Aurora Branca, como quiso llamarla esa madre.
2016 trajo la noticia de otras pérdidas: el 3 de febrero fallece el tío Harry, en Santa Catarina, Brasil, a los 78 años. El 13 de ese mismo mes tocó despedir a la vecina, amiga, casi hermana si se recuerda que criaron juntas a sus hijas Corina y Patricia… debió llorar la partida de Maidy Franke.
Quedaba todavía despedirse del gran amor de su vida, Helmut Kiess, que no llegó a celebrar con ella los cincuenta años de matrimonio, y se fue a los 79, a seis meses de lo que hubiese sido un lindo motivo de festejo.
Conserva una relación tibia y cercana con Ula Kiess y sus hijas y nietas… y juntar fuerzas y consuelo para aceptar la muerte de su hermanito argentino, Edgardo, dolor que comparte con Graciela y los hijos de la pareja, los mellizos Diego y Edgardo, y Noelia Osterwalder.
Alrededor, otros afectos y más desafíos… de modo que después de saludar al día que se derrama en verdes, trinos y estallido de flores y frutas en el patio de su casa, Lola parte a las labores donde se la precisa, cuando no recibe la visita de quienes demandan un oído atento, unas manos blandas para disuadir malestares, o para recibir, simplemente, el abrazo de un amigo agradecido.
Por Verónica Stockmayer