Las madres son ese ángel que siempre está en cada detalle, en cada momento importante, en el día a día, al lado de sus hijos acompañándolos en sus primeros pasos. Llevándolos a sus actividades, gritando los goles, alentándolos a ser todo lo que quieren ser y disfrutando cada detalle de esta hermosa experiencia.
Trabajan doble muchas veces porque lo hacen afuera y dentro de la casa y por las noches, como si hubieran descansado todo el día, revisan las tareas, preparan las láminas y toman las lecciones. Muchas veces cuando todos duermen ellas siguen despiertas preparando uniformes, planchando ropa, alistando todo para el día siguiente.
Tienen un don especial para saber cómo impulsarnos a hacer lo que es importante para nuestro crecimiento, ellas sienten lo que nos pasa tan sólo con un “hola” en el teléfono.
Dueñas de una paciencia infinita para explicarnos los “Por qué” cuando no entendemos sus “No”. Expertas en un motón de cosas: son un poco doctoras, psicólogas, cocineras, peluqueras, maestras y tienen unos brazos sanadores que cuando abrazan, “todo está bien”.
A lo largo de nuestra vida nosotros como hijos vamos cambiando la forma de relacionarnos con ella, pasamos por la etapa de rebeldía de la adolescencia y el reencuentro donde la valoramos más que nunca cuando nosotros tenemos hijos y vemos la historia del otro lado.
Ellas saben cómo quedarse en nuestra mente y en nuestro corazón, llenar nuestra memoria de hermosos momentos de tiempo compartido donde lo único importante son esos minutos vividos.
Ellas son un ejemplo de lucha y fortaleza, se ingenian para no faltarnos nunca, para generar la confianza necesaria de que contamos con ella para todo, que siempre estarán a nuestro lado.
Nos enseñan que amar es cuidar, pensar en el otro, contener, acompañar, ver de qué forma alivianar el camino, buscan la manera de acercarse y hablar por difícil que a veces pueda ser.
El amor que nos une a nuestra madre es para siempre, es indestructible, atraviesa fronteras y dimensiones, no importa donde estemos, nuestras almas se tocaron para siempre, desde el día que ella supo que veníamos al mundo, desde la vez que en el cielo la elegimos como mamá.
Algo mágico se produjo en ese instante que nos ligó para toda la eternidad y es lo que hace que todo hijo, cierre sus ojos y sienta a su madre al lado, aunque esté en el cielo.