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Curiosidades del fútbol, Rodrigo Bareiro (27) no sólo se encarga de armar el juego en busca del gol, sino que también es el artífice de que muchos de los hinchas puedan disfrutar del grito sagrado desde la tribuna. Y eso último no tiene que ver estrictamente con lo futbolístico, sino con su profesión, la de técnico óptico y contactólogo.
Aunque es un hombre de la casa, no está mal decir que Bareiro regresa a Guaraní. Y después de andar por varios clubes, el volante ofensivo lo sabe. Y lo siente.
“Volver a Guaraní es como volver a mi casa. Ojalá podamos repetir lo de 2014”, se ilusiona ante EL DEPOR, que lo visitó en su trabajo para hablar de sus inicios, de las anécdotas que acumuló en la Reserva de aquel Estudiantes de Alejandro Sabella que fue campeón local y de la Libertadores; además de su faceta laboral, poco conocida en la cancha.
Rodri, ¿cómo arrancaste con el fútbol?
Fue de muy chico, en Argentinos Juniors de Posadas. Mi viejo, Topeca, fue uno de los cinco mejores cinco de Posadas, no lo digo yo, está chequeado, lo decían los diarios de esa época (se ríe). Así que el fútbol fluye por mi sangre. Como mi papá es amigo de Fafi Díaz, un día Fafi me consiguió una prueba en la categoría 93, que estaba Fabián Gaspari como DT. Ahí estaban Fer Maidana, Bruno Humada, Elías Lezcano, Oscar Silva, Fede Benegas. Era un lindo grupo, que casi siempre fue campeón en inferiores.
¿Cómo llegas a Estudiantes de La Plata?
Eso fue en 2009. Me convocaron para jugar primero el Regional y después, como ganamos, el Nacional de Selecciones de ligas. Nosotros, con Posadas, ganamos la final de ese Nacional. Fue 2-1 a San Pedro de Buenos Aires y yo tuve la suerte de meter los dos goles, uno de penal y otro de cabeza. Gracias a Dios, me fue bien en ese partido. Y en la tribuna había veedores de varios clubes. Ahí tuve la chanche de elegir entre Racing de Córdoba, Lanús o San Lorenzo, pero el más firme era Estudiantes. Me había visto el Bocha Flores, uno de los campeones del mundo… Y me fui… La prueba duró tres días y quedé. Ahí tuve compañeros de pensión como Joaquín Correa, que hoy está en la Lazio; o Leo Jara, de Boca.
Una experiencia tremenda…
Sí, pero fue duro al principio. Estuve cinco años en Estudiantes, en la época de Sabella. Jugué desde la Séptima hasta la Reserva, donde ya entrenaba con la Primera. Ahí pude compartir práctica con Verón, Enzo Pérez, Boselli, la Gata Fernández. Cuando Sabella se fue, dejé de entrenar con la Primera. Desde ahí ya me costó mucho, sobre todo porque no tenía representante. Y el fútbol se maneja así.
¿Qué recordás de compartir cancha con esos jugadores?
Nosotros éramos chicos, pero aprendíamos mucho en la velocidad de los pasos, en la exigencia. Por ejemplo, los reducidos eran súper intensos y nos pegábamos cada ahogada (se ríe). Una vez, en un entrenamiento, me tocó marcarlo a Clemente Rodríguez. Sabella explica cómo tenía que ser la jugada, tira la pelota, arrancan y Boselli mete un pelotazo de una, Clemente me gana la espalda, tira centro y gol. Ni tiempo a reaccionar nos dieron. Ahí confirmamos la velocidad impresionante a la que se juega en Primera, la jerarquía, el ritmo que tenían esos jugadores. Encima en Primera se entrena con cancha mojada, así que la pelota vuela, va mucho más rápido.
¿Y la Brujita Verón?
Mirá, a mí me tocó varias veces ir de alcanzapelotas por la Copa Libertadores. Verlo jugar a Verón era impresionante, te metía un cambio de frente de 50 o 60 metros, de primera. Una calidad terrible. Y también los tenía a todos cagando, siempre exigiéndoles, no quería perder a nada, se notaba que era un tipo súper ganador. Era un lujo ver jugar a ese equipo de Sabella.
¿Cómo te fue en Reserva?
Jugué varios partidos de titular. Debuté contra Unión de Santa Fe y después también ante San Lorenzo, Lanús e Independiente. En esa época me tocó jugar contra Manuel Lanzini, Ángel Correa, el Ruso Ascacíbar, Matías Kranevitter y otros tantos. Siempre me acuerdo de Montoya y del Tucu Salazar. Los dos jugaban en las inferiores de Central. Ellos fueron los que más me costaron, porque eran muy rápidos, jugaban bien y tenían mucho estado físico.
¿Llegaste a jugar el clásico?
Sí, sí. En un clásico me tocó hacerle un gol a Gimnasia. En el otro, me expulsaron a los 22 segundos (se ríe). Pero en ese partido del gol, jugué de titular y me salió todo bien, fue uno de los días más lindos. Ahí jugué contra Lisandro Magallán. Con ellos y los chicos teníamos una buena relación, porque íbamos todos juntos a la escuela nocturna. Éramos 15 alumnos y doce eran futbolistas.
¿Cómo sigue tu carrera?
A fines de 2013, quedo libre y me vuelvo a Misiones. Esas cosas te frustran mucho, pero por suerte en Guaraní estaba como coordinador Osvaldo Gutiérrez, que enseguida me llamó. Ahí entrenaba con el plantel del Federal A, pero jugaba la liga local. Ese fue el proceso del ascenso a la B Nacional.
Y llegaste a jugar B Nacional…
Sí, el ascenso fue en junio de 2014 y a fines de diciembre, en el último partido de esa ronda, debuté de la mano del Chaucha Bianco. A él le gustaba que el equipo sea aguerrido en todas las líneas, que no baje los brazos. Tiene un forma de llegar al jugador que hace que te motives muchísimo. Mi debut fue contra Instituto de Córdoba, empatamos 1-1. Al año siguiente, Guaraní estaba complicado. Se armó un plantel de 34 jugadores, el Chaucha renunció y llegó Martín y Humberto Zucarelli. Pasaron cinco fechas y ni siquiera me citaban al banco, así que fui a encararlos…
¿Y qué pasó?
Les pedí 10 o 15 minutos. Martín me dijo que necesitaban que marque más. Ahí jugamos ese partido contra Argentinos Juniors por la Copa Argentina, que ganamos 1-0 con gol de Pablo Ostrowski de cabeza, tras un córner que pateé yo. Después vino el recordado partido con Boca. Y así empecé a sumar minutos también en la B Nacional y a jugar partidos de titular.
Y ahí llegó esa campaña que parecía imposible y en la que Guaraní casi se salva…
Sucedió que ese fue un torneo de transición, en el que ascendió Crucero. Y los que no ascendían, acumulaban puntos para el año siguiente. Y como no sumamos muchos puntos, se nos complicó. Hasta el último partido contra Gimnasia teníamos chances, pero perdimos 1-0. Faltó muy poco. Ahí vino el descenso, se fueron todos y quedamos los pibes del club. Y demostramos, porque pasamos de ronda y en el primer playoff ante San Martín de Tucumán quedamos afuera en el último minuto.
Y de ahí, a Córdoba…
Sí, en 2017 me fui a Sportivo Belgrano. Guaraní jugó un año más y luego descendió. Allá sufrí una fractura de peroné en octavos de final del Federal A, contra Central Córdoba de Santiago del Estero. Se me terminó el contrato y volví a Posadas. Después me fui a Juventud Unida de San Luis, pero no estaba cómodo. Estuve un mes y me volví a fines de 2018.
¿Y el año pasado?
El primer semestre estuve en Libertad de Sunchales. Me fue bien allá y pude volver a sentirme cómodo tras la lesión. Luego volví a Posadas y me llamaron de Crucero del Norte para el Federal A. Dije que sí para progresar en lo deportivo, pero luego por lo económico decidí irme a Atlético Posadas para jugar el inicio del Regional Amateur.
Vino la pandemia, borrón y cuenta nueva… Horas atrás, se confirmó tu regreso a Guaraní para el nuevo Regional Amateur…
Sí. Para mí, volver a Guaraní es como volver a mi casa. La expectativa es muy grande. Yo prácticamente me crié ahí, jugué desde los 12 hasta los 15, volví a los 20, estuve tres años y pudimos ascender a la B Nacional. Pasé varios momentos muy lindos de mi carrera en el club, como ese partido contra Boca, algo que me va a quedar para toda la vida. Por eso, volver a Guaraní es volver otra vez con gente y compañeros de toda la vida.
¿Soñás con el ascenso?
Cuando volví y ascendimos a la B Nacional, fue impresionante, un proceso inolvidable. Ojalá Dios quiera que se nos pueda dar ahora, va a ser difícil, pero no imposible. El objetivo es armar un buen grupo, tirar todos para el mismo lado y que eso se plasme en la cancha.
Muchos no lo saben, pero sos técnico óptico… Contanos un poco…
Le hice caso a mi vieja cuando me decía que estudie (se ríe). Uno nunca sabe lo que te puede pasar en la vida. Y si tenés un oficio, podés salir a la calle a pelearla de otra manera. En cambio, si dependés sólo del fútbol, es difícil. Tengo amigos que jugaban muy bien, que cobraban buena plata y hoy tienen que volver a vivir con sus padres porque no tienen un ingreso. Mis viejos siempre insistieron con eso y hoy lo confirmo. Tener un título es diferente. Te parás ante la vida con otras herramientas. Aparte de futbolista, también juego de óptico (se ríe).
¿Cómo hiciste para alternar entre la camiseta y la chaquetilla?
Mirá, el día que rendí mi última materia les tuve que pedir a mis compañeros que no me tiren mucha harina ni nada, porque a la noche jugábamos por el Federal A con Guaraní. Me tiraron agua nomás, pero al otro día se vengaron (se ríe). Hoy soy un agradecido por tener un título y trato de aconsejarles a los más chicos que estudien. Gracias a que tengo un título, hoy tengo para comer, porque si fuera sólo por el fútbol, sería más complicado.
¿Costó al principio?
Me recibí en 2016. Y cuando jugaba en Guaraní, le hacía anteojos a mis viejos. Pero trabajar en un local, en un comercio, comencé recién en febrero. Y desde mayo estoy trabajando en la Óptica de Liliana Orestini, por calle Córdoba casi 3 de Febrero. Al principio costó un poquitito, pero me fui acomodando y ahora prácticamente sé hacer todo solo.
¿Qué es más difícil? ¿Hacer un par de anteojos o un gol?
(Se ríe). Armar anteojos es algo complejo, tiene sus cosas, pero hacer un gol es más difícil. Además, la sensación de una cosa y otra es totalmente diferente (se ríe)…
Al final, el fútbol te sirvió para entender mucho más que sobre el juego…
El fútbol es algo que me apasiona, que amo. No digo que sea mi vida entera, porque hoy lo más importante para mí es Dios, la familia y el fútbol. Eso lo aprendí a la larga, porque cuando era chico, todo era fútbol. Hoy ya puedo diferenciar las cosas y darme cuenta. Vivir en la pensión de un club te enseña muchas cosas, a manejarte en la vida, a valorar a las personas, a que nada es fácil. Y eso te permite crecer como jugador y como persona. Y al final de cuentas, lo que queda es la persona. No importa si sos un crack o un burro, al final, lo que queda es la persona.