A veces focalizar más en un sentido nos permite desconectar de los otros y a su vez comprender el alcance que tiene cada uno.
Los sentidos se nos despiertan y despliegan en el silencio, el silencio es lo que nos sucede cuando estamos en armonía, armonía que nos deviene cuando cesa la lucha en la mente.
Silencio, paz, armonía hacen que podamos conectar con nuestro mundo interno, ese que crece solamente a través de nuestras comprensiones. Comprensiones que van iluminando nuestra mirada, a la vez que nos van dando la certeza de ese lenguaje no verbal, con el que todos nos podemos comunicar. Ese que solamente comprendemos cuando estamos conectados con nuestra esencia en donde no existe la duda, donde todo es unidad. Unidad que sólo comprendemos en silencio y así de repente nos damos cuenta que entramos en el círculo virtuoso.
¿Cómo sucedió? Simplemente depositando la mirada dentro, depositando la confianza dentro, dejando de estar pendientes del afuera. Dejando de buscar la aprobación y la mirada externa nos encontramos creado el mundo interno.
¡Hay tanto por hacer! Tanto por transformar, tanto por aprender de nosotros mismos, tanto por experimentar.
Así que volvamos a la mirada, esa que se vuelve transparente de tanto rezar, llorar y reconciliarnos con nosotros mismos.
¿Conoces a alguien con el que puedas hablar sin palabras?
Te cuento que ese también es de una rara especie, creo que ha descubierto también que la conciencia y el alma se transmite a través de la profundidad de la mirada, sin necesidad de palabras donde no hay límites, distancias, tiempo y espacio que detenga la conexión. Donde al fin descubrimos que todos somos uno, donde integrar es sanar. Sanar para construir sin competir, sin dividir, sin excluir a nadie.
Mirémonos a los ojos para re encontrarnos de alma a alma.