Vivir cada día desde el momento presente sin desatender las obligaciones y compromisos de la vida es un desafío. Abrirse cada día al momento como único sin perder el hilo del día anterior y sin dejar de actuar en consecuencia para el posterior es también un desafío.
Sostener nuestro punto de vista elevado en el vertiginoso y cambiante mundo en el cual vivimos es un desafío. Focalizar la conciencia en el centro vacío a cada momento como un ejercicio cotidiano es “El desafío”.
Aceptar el fluir de la vida con sus altas y bajas observando el miedo y atravesarlo, aceptando el reto de entender que sólo se trata de rendirnos, ante aquello que no podemos controlar.
Rendirnos a la incertidumbre soltando el control de cada situación, dejando de lado la intención de manipulación para controlar los acontecimientos es el primer paso para encontrarnos nuevamente y dejar de estar divididos. División que causa desamor, miedo, ira, frustración.
Hay un momento en el cual podemos estar presentes para poder elegir, ese es el momento maravilloso de la vida donde nos volvemos adultos y podemos hacernos cargo de las consecuencias de nuestros actos. En ese momento comenzamos vivir sin miedo y sin intención.
Luego, siguiendo en nuestro camino y vislumbrando el poder que da convertirse en el hacedor de su propio cambio, podemos seguir adelante eligiendo no juzgar.
Cada uno es perfecto tal y como es. Respeto y me respeto. Ahora sí, ya entrando en ritmo con la vida nuestro siguiente portal para atravesar es llegar al amor, ese amor puro, esa clase de amor no romántico que asiente a todo como es y respeta a todos como son.
Ese amor que en sí mismo absorbe todo, ya que es el centro mismo del universo donde cada cosa, persona, situación o acontecimiento ocupa su lugar en nuestra vida y todo adquiere la magia y majestuosidad del poder comprender que no estamos solos y que cada acto de nuestras vidas nos modifica y modifica nuestro entorno porque no solamente no estamos solos sino que además todos estamos relacionados.
Cada uno de nosotros es el sol, el centro mismo de su universo proyectando hacia fuera lo que es. En realidad es el afuera que nos trae lo que somos.
Cada acontecimiento, cada persona o situación nos está hablando de nosotros mismos, de nuestro interno, de nuestro mundo, ese que no vemos por permanecer en sombras, ese que ocultamos y que en realidad genera todo el resto. Ese que sólo vemos en los demás y a través de los otros.
Todavía no nos damos cuenta de que cada uno de nosotros es su propio Alfa y Omega.