“Termino hoy una etapa de mi vida… Quiero agradecer a todos mis clientes y amigos que alguna vez entraron por estas puertas de la ferretería”. Palabras más, palabras menos, componen la frase que Carlos Szewald (79) plasmó en un cuaderno para anunciar el cierre definitivo de Casa Szewald, un emblemático comercio obereño fundado por su padre y dirigido por él a lo largo de 62 años.
El 30 de noviembre cerró las puertas de forma definitiva, y no fue porque le haya ido mal. Por el contrario, “siempre tuve clientes y amigos que me bancaron en este emprendimiento, a los cuales agradezco mucho. Pero decidí que mi etapa estaba cumplida”.
“Estoy jubilado hace unos años, así que me pareció correcto cerrar el comercio. Creo que cada día que pasa me siento más convencido de que lo que hice, es correcto”, aseguró en diálogo con Ko’ape.
El negocio, que en un comienzo era familiar, nunca significó una carga para Carlos Szewald. Y ahora sus pretensiones no son muchas. “Con 79 años quiero dormir un poquito más a la mañana, y a la tarde, además, para que un negocio funcione bien se tiene que estar como mínimo ocho horas al frente, que es muy poco. Quiero tener un poquitito de descanso”, agregó.
En 1932 José, su padre, se casó con Frida Ast y se instaló en una chacra de Campo Ramón. En 1938 se radicó aquí, en la esquina de Jujuy y Sarmiento, junto a sus hijos Horst y Aurelia Pabla. Carlos llegó al mundo en 1941.
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En 1945, José compró una propiedad sobre la avenida José Ingenieros, y comenzó a levantar el edificio donde funcionó Casa Szewald, que bajó las persianas. Carlos empezó a trabajar aquí después de haber terminado sus estudios en la Escuela Industrial de Posadas, en 1960.
“Papá había viajado a Europa mientras mi hermano y yo, nos encargamos de manejar el negocio. Así, llegó el servicio militar y, más tarde, compramos una chacra en San Martín donde, mi padre, que amaba la naturaleza, se instaló ahí cuando yo me casé, en 1971.
De ahí en más, mi padre, mi hermano y yo, comenzamos a manejar este negocio”, comentó. Pero en esa etapa, Don José falleció, por lo que Horst y Carlos disolvieron la sociedad.
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“Cada uno se llevó su parte, y yo me puse a trabajar acá. Recomenzar fue difícil porque había que mantener muchas cosas. De ahí en más, toda la responsabilidad estuvo sobre mis hombros”.
“En un principio teníamos la parte de electricidad, pinturas, bazar, un depósito con hierros, caños, alambres, chapas, porque en esa época los supermercados no existían, y hoy en día, están abarrotados de cosas de bazar. Hay casas especiales de electricidad, de pinturas”, recordó.
“Tuve que soportar que cuando se fueron abriendo las casas de los distintos rubros, me fuera bajando la clientela. Después de eso, bajé un poco el nivel de compras y achiqué el negocio”, que funcionaba justo al frente de la antigua terminal de ómnibus de la Capital del Monte.
En pleno centro de Oberá, sobre la José Ingenieros, en frente funcionaba la terminal de ómnibus por muchos años. “Tener a la estación de policía y a la de los bomberos al lado, significaba ver cosas difíciles, algunas que te impresionaban. La terminal era un desastre, ya no podías caminar más en ese pequeño espacio por la cantidad de colectivos, por la cantidad de gente, era una cosa que ya no aguantaba más. Se hizo muy bien en trasladarla al lugar adonde está, sobre la ruta nacional 14”, expresó.
Todo de la mejor calidad
Entre las tantas anécdotas que narró, hay una que le contaron sus mayores. Se trata de la visita del Presidente de la Nación, Edelmiro Farell, que fue el primer mandatario argentino en visitar la ciudad de Oberá.
“Fue un día de lluvia muy intensa. Esta parte del edificio estaba en construcción, y se había programado una caballeriza para recibirlo. Como la lluvia no cesaba, a la caballeriza la pusieron aquí abajo, en este negocio, que no tenía puertas ni ventanas, sólo la forma, la estructura. Mientras tanto, el Presidente se guareció debajo de la pequeña galería de la casa de Sarmiento y Jujuy, que estaba techada con tablitas de madera. Recibió un ramo de flores de manos de ‘Yiyu’ Wall de Bertolini. Eso me contaron porque yo era muy chiquito”, manifestó.
Confió que la inflación que hubo durante la presidencia de (Raúl) Alfonsín, fue difícil se sobrellevar. “Ibas al supermercado y el pollo valía 20 pesos, pero cuando salías ya valía 30. Remarcar los precios era otra cosa grave, tenías que ir observando y llamar por teléfono porque no había otra manera de poder comunicarse y preguntar, hasta cuando me respeta un precio”.
“Mis proveedores eran todos de Buenos Aires porque una cosa que mi padre siempre llevó adelante y a mí también me parecía, era tener herramientas de buena calidad. No me gustó eso de entrar con las marcas chinas o algunas de otros países que no eran de primera. Aposté también a la industria argentina que era mucho mejor que la que teníamos alrededor”, agregó.
Aunque admitió que en las buenas épocas había comprado mucha mercadería y eso lo fue llevando fácilmente a soportar inflaciones o cambios de precios.
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“A veces se perdía plata, pero también se podía ganar. La crisis del 2001 no me afectó, la llevé tranquilamente porque fui previsor. Hasta el último día vendí mercaderías que quizás compré hace 20 años, siempre de calidad, no me gustaba comprar cosas que no sirvan. Eso le dio prestigio, que la gente cuando quería algo bueno viniera acá, porque estaba segura que llevaba algo de calidad”, sostuvo este nadador, cuya pasión heredaron hijas y nietos.
“Los Szewald provienen de una familia de nadadores. En el último torneo de verano también participé. Todavía voy a nadar al Oberá Tenis Club, que habilitó horarios especiales por la pandemia, en horas de la noche”, admitió orgulloso.
“Soy una persona que siempre se está moviendo, que desarrollo muchas actividades en el jardín de mi casa, en la parte posterior del terreno, y ahí me saco todas las energías. Me gusta estar entre las plantas, cuidarlas. Ahora, que tengo que salir poco, me cuido mucho, ando con barbijo, soy muy respetuoso de los protocolos porque esto acá es para largo, así que vamos a ver como salimos adelante y poder estar todos felices y contentos”, señaló.
Al hablar de la ciudad que lo vio nacer, asegura que “la veo muy linda, muy grande, pero que tiene muchas cosas para corregir. Por ejemplo, los árboles de la plaza principal ya están destruidos, no aguantan más, y pueden caer. Como en toda ciudad hay que ver los alrededores.
No es sólo fijarse en el centro, porque todos somos ciudadanos de la misma localidad y todos necesitamos la expansión de calles asfaltadas, de agua potable. La idea es que a todos les llegue. Me gusta, la amo, y espero que siga adelante”, auguró.