Antonella tiene 30 años y es la menor de cinco hermanas. Ella es una chica trans. En plena adolescencia “me descubrí”. Y poco después, “me atreví a contarle a mi familia”, contó.
La primera persona que lo supo fue una de sus hermanas. Poco después “me tocó decirle a mis padres”.
Su papá quedó en shock pero su mamá le dijo las palabras que la acompañan en cada decisión: “‘Hija que Dios y la Virgencita te cuiden. Yo siempre voy a estar a tu lado’”. Antonella lloró de felicidad. Por primera vez se mostraba como se siente: una mujer.
Entonces, “me dije: ‘no me importa nada más, que se prepare el mundo porque nació Antonella y voy a dejar mi huella”.
En esos primeros años, todavía no se había sancionado la ley de Identidad, entonces se hacía llamar “Pika”, un apodo que su papá le puso cuando tenía 10 años. “Todos me llamaban así, era un sobrenombre ambiguo, no se sabía si era para nena o nene y eso amaba, porque no me llamaban por mi nombre de nacimiento”.
Oriunda de Posadas, pasó por muchas escuelas y terminó el secundario en el colegio BapayC. “Nunca pude hacer una actividad paralela al colegio porque en casa no sobraba dinero. Aunque siempre quise estudiar inglés y es lo que haré ahora”.
Por aquellos años debió superar muchos obstáculos y desafíos: “Muchas burlas de gente mala y mi mente que me autoboicoteaba diciéndome que no iba a poder lograr las cosas que me proponía por mi identidad. De tantas cosas feas que una escucha a veces te crees”. Y por supuesto los amores no correspondidos “te rompen en dos y te deja con el autoestima por el subsuelo”.
Pese a todo, siempre supo quién es y qué quiere para su vida. En 2013 estudiaba diseño de interiores en el Instituto Superior de Estudios Terciarios, sus padres le pagaban la carrera y los materiales. Pero “no alcanzaba para mucho más”.
Por meses buscó alternativas laborales para costear sus gastos. Y finalmente, la contrataron en un despacho de Arquitectura por un año, hasta que se cerró.
“Después de eso no me quería quedar quieta y repartí curriculums por otros estudios. Tenía buenas recomendaciones de mi jefe y de mis profesores. Pero nadie me llamó, incluso intenté en locales de ropa pero tampoco”.
La suerte cambió a la vuelta de la esquina, porque a pasos de la facultad había una peluquería. Un día se acercó y preguntó si necesitaban una ayudante: “Con mucho amor me abrieron las puertas y empecé a trabajar los viernes y sábados. Con el tiempo aprendí sobre la profesión y de repente me atrapó”.
Para ella, una chica trans no tiene muchas posibilidades laborales: “O sos tu propia jefa, como en mi caso que soy emprendedora y tengo una peluquería o terminás en la calle, ejerciendo la prostitución”. Otros puestos laborales, difícilmente, se abren.
Esa es la realidad “muchas chicas trans son expulsadas de sus casas con 12, 13 o 14 años y no llegan a terminar sus estudios. No les queda otra forma de subsistir que la prostitución”.
Por eso Antonella agradece a Dios por su familia: “Yo siempre conté con el apoyo de mis padres y de mis hermanas. Pude estudiar y capacitarme, pero así y todo cuesta conseguir trabajo siendo una chica trans”.
Actualmente, y después de mucho esfuerzo logró crear su propio salón de belleza: Desteñidas.
Hoy “puedo mantenerme con mi trabajo e incluso pude construir mi propia casa. Paso a paso y con una meta bien fija llegué a donde estoy hoy. Fue muchísimo trabajo, estudiando y capacitándome constantemente”.
Ella sueña con seguir creciendo y nos cuenta: “Tengo muchos proyectos, primero que mi peluquería crezca día a día. Pero además, quiero que me vaya muy bien con mi nuevo emprendimiento, mi showroom. Lo abrí hace poco. Después, quiero ampliar mi casa y pronto, tener mi primer auto”.