Eran las 9 de la mañana cuando la lluvia paró por completo. Los pájaros con su canto de festejo lo hacían saber. Pensativo, Ramón recordaba el momento en que su padre le enseñó a armar una honda, cuando todavía era un niño. “Ésta es la mejor planta para hacer las horquetas”, le dijo una vez caminando por una picada.
En otra oportunidad luego de una lluvia le enseñó a hacer bodoques de barro. “Tenés que hacer bolitas con la mano y después pones a secar con calor y queda una perfecta munición”.
Con su familia sufrían el encierro, por falta de costumbre y porque no podían salir a ganarse el pan, como lo hacían diariamente.
—Falta harina y sal— le dijo María, rodeada de dos niños hambrientos.
—Sí, voy a ir hasta el almacén y cuando vuelvo comemos algo— Respondió.
Juntó los bodoques que le quedaban, guardó su honda en la cintura y se fue rumbo al almacén del poblado.
Una vez ahí:
—Hola doña. ¿Cómo está? Yo vengo a preguntarle si puede anotarme algo hasta la quincena—Se dirigió respetuoso a la dueña del almacén, un poco nervioso, por la cara que puso al verlo.
—¡Otra vé! —Respondió la señora, sin devolverle el saludo.
—¿Qué queré? —Respondió con hartazgo.
—Dos kilos de harina y un paquete de sal nomas.
—Bueno, pero en dos días sin falta me pagá todo. ¿Entendiste?
—Sí doña, no se preocupe, así será. Mucha gracia.
Caminando entre charcos, deslizándose sobre el barro, que parecía interminable, volvía a su casa. En eso, escuchó el canto de un nambú, proveniente del yerbal. Lentamente entró a la plantación, sacando la honda y los bodoques de su bolsillo.
Con pasos livianos y el arma preparada, ya tenía a su presa camuflada debajo de una planta de yerba. La puntería que le regaló la experiencia, ayudó a que en un lapso corto de tiempo siguiera su camino, con los ingredientes justos para saciar el hambre que golpeaba.
Recordó nuevamente a su padre, no casualmente, debido que hoy estaría cumpliendo un año más. “Practicá tirarle a cosas chicas, así tenés más puntería, y nunca tires a un cuervo, porque si le acertás eso sí que te saca la puntería”, le decía.
Cuando llegó a su casa, sus hijos celebraban la inminente ingesta al ver que su padre traía una bolsita en la mano.
—Prepará nomas el reviro, que yo me encargo del frito—Le dijo a María, pasándole la bolsita con harina y sal.