En esta cultura que pone énfasis en la juventud es común que se asocie envejecer y la vejez con la pasividad y la senilidad, de manera que muchas personas hacen grandes esfuerzos para negar esta etapa.
Nosotras, las que estamos en la franja de edad que oscila entre los cincuenta y pico y los setenta y pico, representamos una generación de mujeres que por primera vez en la historia alcanzamos la edad madura estando plenamente activas. Disfrutamos de haber accedido a educación y trabajo en las mismas condiciones que los hombres, y a ocupaciones y profesiones que eran exclusivamente masculinas.
Tenemos el privilegio de envejecer luego que, como generación, abrimos muchas puertas que estaban cerradas a las mujeres: a elegir cómo y con quién vivir, el derecho a decir que no, a escoger una religión o un culto, a beneficiarnos de los avances de la medicina y a disfrutar de nuestros derechos con total naturalidad.
Este privilegio de envejecer tiene que ver con el desarrollo interior, no con la apariencia externa, con cualidades que se van adquiriendo día tras día: cultivando la autenticidad de decir lo que se sabe y lo que se siente, la valentía de realizar acciones necesarias y aprender a llenar los ojos de compasión para ver los defectos de los demás y los propios sin enjuiciar.
Es una época en que la conciencia de la finitud nos empuja a convertir la vejez en los “años dorados”, a emplear bien el tiempo, la energía y la vitalidad, a expresarnos con creatividad y a desarrollar talentos e intereses.
Si bien es cierto que el cuerpo ya registra cansancio y dolores es posible elegir concentrarse en los aspectos positivos de envejecer: a descartar lo que no sirve, aceptar y superar los obstáculos sin estrés, bendecir todo lo bueno que se recibe. Tiene su aspecto luminoso, interesante y didáctico pues estamos transmitiendo “la revolución de la edad” a las nuevas generaciones que nos miran, nos estudian y nos toman como ejemplo.
De nosotras, las “envejecientes”, depende mucho que la imagen que proyectemos de la Tercera Edad no sea de tristeza, decadencia y enfermedad. Mostrar a través de vidas bien vividas que en esta etapa hay mucha compasión, valentía, vitalidad y compromiso.