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(Segunda parte)
-Bueno, a esta altura de esta conversación tan agradable, sería una descortesía no preguntar su nombre – le dije.
-Edith Gaertner, amante de los viajes y las buenas letras, y el suyo?
– Rubén. También amo las letras, las obras de teatro. Soy escritor de novelas y cuentos en mi ciudad, Posadas, Argentina.
– Le dije:
-En mi juventud, por rebeldía decidí subirme a un barco a vapor y viajé a la tierra de mis antepasados para estudiar teatro. Amé Viena, Liepzig. Interpreté obras de Moliere, Schiller, Goethe, Shakespeare, ahh cómo olvidar Otelo! Obviamente conocí y amé su país, el Teatro Colón, bello como ningún otro.
Seguimos caminando. Al final del sendero de flores y plantas maravillosas, nos topamos con un lúgubre lugar. Todavía había neblina y comencé a sentir un raro y perturbador escalofrío a medida que nos acercábamos.
Era la estatua de un gato! En su base, una placa de bronce rezaba en alemán “als ich eine spinne totgeschlagen fragt ich mich obich das wohl sezollt, hat ihr gott an diesen erdentagem gleichen anteil dochwie mir gezollt” (al aplastar hoy una araña, me pregunté si era lícito matar a quien Dios diera como a mí, parte igual de los días de esta vida).
Llegamos. Los gatitos se acostaron plácidamente formando un perfecto círculo alrededor de la estatua, y se durmieron. La anciana los miró de esa manera única que sólo las madres saben dar a sus hijos, les deseó en alemán un feliz sueño mientras ronroneaban. Fue cuando la invité a volver.
Cruzamos la calle, llegamos al hotel, nos despedimos y le agradecí por el paseo. Prometimos volver a encontrarnos a la mañana siguiente antes de nuestra partida. Me miró y se perdió en el fondo de un oscuro pasillo.
La mañana nos despertó con los rayos del sol de verano atravesando los vidrios de la ventana. Bajamos a desayunar y luego le pregunté al conserje del hotel sobre lugares turísticos para visitar que no demandasen más de medio día y el joven, amablemente, me dio un mapa con los puntos destacados.
“Empiecen por el cementerio de gatos, está exactamente enfrente de nuestro hotel”.
-Dios mío, a quién se le ocurre hacer un cementerio de gatos???… Bueno, ya que estamos, vamos…-dije a Pili y los niños.
Apenas comenzamos a andar por el bello sendero del bosque, todo vino a mi cabeza, como un torbellino. Volví a ver al niño del pis eterno.
El estupor que cruzó mi alma fue mayor al divisar aquella estatua en el centro del extraño camposanto. No era la de un ángel como es costumbre. Las lápidas eran pequeñas tumbitas, como de niños, con el nombre grabado en su parte superior y la foto de los difuntos en el centro.
Caían gotas de frío sudor por mi sien. Los niños corrieron para ver el espectáculo dantesco. Yo retrocedí de susto. Caí, me levanté rápidamente mientras comprobaba que cada túmulo tenía la foto de un gato.
Me acerqué temblando como una hoja y pude comprobar muy a mi pesar que los nombres de los gatos y la foto de cada uno eran los de Edith Gaertner, mi anciana anfitriona y guía de la noche anterior.
No dije nada. Volvimos al hotel a buscar nuestras valijas. Tenía tantas preguntas para hacerle a Edith! Quería convencerme de que todo había sido un mal sueño, una rara pesadilla de esas que parecen tan reales. Llegué hasta el hall y pedí para hablar con la dueña del hotel.
El conserje me miró fijamente, y sorprendido me dijo: “Solamente si usted puede hablar con los muertos”, y siguió haciendo sus cosas.
Quedé pensando en nada, con la mirada perdida en quien sabe qué cosas … moviendo mi cabeza hacia la izquierda pude ver la foto en blanco y negro colgada en la pared …era la anciana vestida con aquella ropa inconfundible de los años 60, rodeada por sus siete gatos.
El epígrafe rezaba: In memorian “El personal del hotel das haus der katze a su fundadora” 07-07-67.