La casa es grande, erigida en un terreno de cuatro manzanas, ubicado a pocos kilómetros de la ciudad. Grandes árboles rodeaban el sitio dando sombra y frescura en verano, habiéndose convertido en el placer para la vista de los habitantes del predio y para quienes venían a sembrar, cosechar o adquirir mandioca, zapallos, cebollas y algunas verduras de hoja y morrones.
Los árboles -en su mayoría lapachos-, eran los emblemáticos del lugar, los que entre fines de julio hasta mediados de octubre o noviembre ofrecían todo el esplendor de su floración. Cada especie estallaba en racimos de color rosa lila, amarillos o blancos.
Cada uno más espectacular que los otros en esa etapa de su vegetal e inmóvil transcurrir, eran admirados por quienes llegaban a la quinta a comprar su producción de verduras y hortalizas.
En ese entorno enclavado o, mejor dicho, rodeado de selva, crecía un niño. Había pasado recién su tiempo del primer grado cursado en una escuelita cercana a su hogar. A pesar de residir allí dos familias que habían construido y habitado juntas la casa, desde los primeros ladrillos colocados, él era el único chico del lugar. Por lo tanto este pequeño era una suerte de idolillo.
Era un niño feliz que tenía seis abuelos, a saber: los paternos; los maternos y los que constituían el matrimonio de vecinos que convivían en la casa, siendo estos los que más continuo trato tenían con Javi, “el niño de los lapachos”.
Sí…, era el único chico del lugar, con él sus padres y los vecinos compartían comidas, descansos con mateadas incluidas, trabajos de chacra, juegos y excursiones a los tupidos montes cercanos o al arroyo que brindaba agua y pesca y hasta una suerte de playa para aplacar los veranos inclementes.
Cuando los “tayí”, nombre regional dado a los lapachos, comenzaban a ser visitados por las abejas y varias especies de insectos -agentes polinizadores-, Javi (sin trepar a las copas, algo que le habían indicado reiteradamente los padres), solía entretenerse observando las formas de las corolas, sus colores, sus tamaños, llamándole la atención que la copa de cada árbol semejaba un inmenso globo floral de variada gama de tonos, con miríadas de flores como pequeños sombreritos pero… casi ninguna hoja.
Además el estallido primaveral que significaba el florecer traía para Javi algo no menos importante en materia de motivos para pensar. El florido despertar de los árboles que cercaban la chacra y luego en noviembre, su trueque natural de flores por verdes y relucientes nuevas hojas y tras eso la transformación en finas y largas vainas cargadas de semillas era un anuncio para el chico de que … ¡se acercaba la Navidad!
Y con ella la llegada del Niñito Jesús, con sus regalos y en los días previos los preparativos (buscar un arbolito, adornarlo y colocarlo en un lugar especial eran trabajos inseparables de la fecha y para Javi un brote de esperanza y curiosidad), ¿cómo llega el niño? ¿cómo sabe qué regalos quería el chico? Y un extenso etcétera de deseos, tramas y ansiedades.
Entre esas infantiles intrigas este año Javi ha notado algunas cosas raras. Su papá y su mamá matean cada uno con su mate y no comparten con los amigos de siempre, sus vecinos.
Se le ocurre algo carnavalesco que los mayores no vayan ni a comprar harina para el pan sin ponerse una máscara.
¡Y viven frotándose las manos con alcohol! Extraña la escuela, sus compañeros, la maestra.
“No hay clases para prevenir el contagio”, les dijo el director, sin sacarse el pañuelo con que cubre nariz y boca. Dicen que a eso le llaman “barbijo” y es obligación usarlo.
Es que, cuando hay señal de TV por esos lados, Javi se entera que el mundo estaba sacudido por un hecho que suspendía todas las actividades universales en pos de que cada familia, cada persona quedara al margen de las correrías de un invisible criminal llamado coronavirus.
Ha aprendido una palabra nueva; pandemia, y que las personas que más peligro corren de ser atacadas por el virus y mueren son las de 60 o 70 años o más. Y que los niños pequeños están prácticamente a salvo.
Con esa inocente manera de ser crueles a fuer de sinceros, Javi piensa… “¡Entonces no llegará Santa Claus, Papá Noel! ¿Vendrá el Niño Jesús esta Navidad?”.
“El -se responde esperanzado-, seguro que el viejito de barba blanca no va a venir porque es peligroso para el anciano, así que…, que viene el niñito, sí. A él no le pica ese bicho malo ni aunque sea que tiene corona”.
No obstante ningún medio de prensa escrita o televisiva anunció qué posibilidades hay de que Papá Noel se quede este año en cuarentena con sus renos en las heladas tierras donde vive. De ser así el Niñito Jesús tendrá un enorme incremento laboral para esta Navidad.