Allá por diciembre de 2010, un extraño caso mantenía en vilo a toda una familia en el barrio El Porvenir de Posadas: “Prende fuego solo, desde las 3 más o menos”, intentaron explicar tras haber pasado la madrugada en vela al observar que repentina y alternadamente comenzaron a encenderse llamas en las paredes de madera de la vivienda, un armario, colchones y ropas.
“El lunes tiró huevos del gallinero, tiró un martillo, una garrafa, escombros, pero nadie de nosotros vio nada, ni un bulto ni una persona que haya tirado esas cosas. Y me quedé con lo puesto, se quemó toda mi ropa y los colchones y a cada rato se prende fuego algo”, explicó a PRIMERA EDICIÓN Domingo Ojeda (82), dueño de la casa sobre calle Güemes, a orillas del arroyo El Zaimán (a quince cuadras de la ruta 12 y a pocos metros de los fondos del Club Tacurú).
Llamas espontáneas
Soledad (18), una de las nietas de Domingo, que también vivía en la casa con su marido y tres hijas, dijo a este Diario que “vimos cómo voló una garrafa hasta cerca del portón”, lo que habría sido uno de los primeros hechos inexplicables, al igual que “huevos de gallina que le apuntaba a mi nena, la más chica, y hasta la televisión le cayó arriba”.
Cerca del mediodía, esta pequeña de sólo cuatro meses dormía en un colchón sobre una carretilla. La cama en que descansaba por la noche junto a sus padres también se había comenzado a incendiar en la madrugada. “Estábamos durmiendo y empezó a prender, mi abuelo se había despertado y sacamos para afuera a mis nenas, y sacamos los colchones que están todos quemados”, explicó Soledad. Y agregó que “mi hija de tres años le contó al bisabuelo que cuando fue al baño -ubicado en una casilla a unos ocho metros detrás de la casa- vio un enano con ojos grandes. Vino llorando y dijo que él le dijo que le iba a invitar chupetines para llevarla al monte, le dijo que quería llevar a la bebé”.
“Hace rato que nos queremos ir de acá, pero no consigo para mi casa, yo quiero conseguir un trabajo y poder llevar a mi familia para estar mejor, pero hasta ahora nadie me dio una ayuda”, dijo Soledad.
En el lapso de media hora, la periodista y el fotógrafo de PRIMERA EDICIÓN presenciaron dos de estos focos espontáneos en un pañal descartable guardado en el armario y en una pared, sin intervención de un encendedor o un cortocircuito.
Fue a través de esa nota de este Diario, publicada el 23 de diciembre de hace diez años, como la sociedad posadeña se enteró de esta insólita historia que al día siguiente -o mejor dicho, ese mismo día- cobraría otra dimensión, al quedar la precaria vivienda reducida a cenizas.
Un incendio de origen desconocido, como todos los anteriores, arrasó con todos los bienes de la familia. Por suerte no dejó víctimas personales, aunque cerca estuvo de cobrarse la vida de un integrante de la familia.
De acuerdo al relato de allegados y testigos del hecho, el siniestro se produjo cuando el propietario, Domingo Ojeda, tomaba tereré en el patio junto a una nieta y una vecina. A esa misma hora, “mi tío estaba durmiendo en el colchón donde aparentemente empezó a prender fuego y apenas pudieron entrar y
sacarlo arrastrando”, contó Silvina, una de las nietas del dueño, a PRIMERA EDICIÓN el día siguiente.
Según la mujer, que no se encontraba en el lugar pero transmitió los comentarios de quienes estaban presentes, el incendio se inició “de la nada, no se sentía ni el olor a humo”. Por suerte, se dieron cuenta porque “uno de los nenitos fue al baño y vio que se estaba quemando la pared (de madera). Ahí ya fue impresionante cómo se quemó todo enseguida”.
En ningún caso vieron a nadie que pudiera haber provocado los fenómenos.