Pasamos muchos años compartiendo horas de ensayos: al principio en el pequeño salón de música de la Escuela Normal, después en Sala “Maruja Ledesma”; un tiempo en el gran salón del Club Social, años después en el saloncito del club Mitre… y otros tantos lugares más a los que nosotros asistíamos sin conectarnos vía WhatsApp, ni redes sociales.
¡No amigos, en esa época no existían!
El llamado era siempre el canto de niños, jóvenes o adultos unidos por la pasión que sentíamos al cantar y divertirnos aunados al ritmo de la música sus tonos y melodías; ese gozo y entusiasmo que movilizaba nuestras ganas de juntarnos, de reír y compartir, de lucir orgullosos nuestros uniformes: las chicas polleras verdes con grandes tablones y camisita blanca con delicado bouquet. Ya más grandes -y tal vez algo más expertos-, pasamos al coro de jóvenes.
¡Guaau, qué satisfacción!
Se duplicaba la fascinación y nos afirmaba en esa nueva categoría, sin dudas éramos jóvenes con otros permisos y otras libertades, una falda negra y polera roja (invierno o verano) y más tarde el renovado conjunto de pollera beige con la flamante insignia de “Asociación Coral Misiones”, visiblemente marcaban el cambio.
Sólo el tiempo nos revelaría más con la razón que con el corazón que pasar al grupo de jóvenes, lo determinaba el cambio en la voz. Maravillosos años de práctica, a veces estricta, y siempre con miles de horas de auténtico placer y diversión que los que fuimos parte, sabemos y no olvidamos.
Tantos ensayos y alegría extrema nos llevaban los fines de semana a algún colegio, a algunas Iglesias de nuestra Posadas o de algún pueblo del interior, también a otras provincias.
Todos fuimos incluidos, todos éramos iguales; las únicas diferencias las marcaban los tonos, registros o timbres en las voces y sin ningún problema nos ubicábamos en el pequeño grupo al que correspondía nuestra voz.
Así, desde nuestros lugares con la música en el alma y aire de felicidad en los pulmones, al oír el diapasón abríamos nuestras carpetas y las místicas manos de nuestra Directora -con absoluta maestría- daban vida al coro en concierto, que armonioso entonaba una bella canción.
Cuando Beby nos anunciaba “hay un encuentro en… pidan permiso, vamos a viajar…”, les aseguro que la aventura del canto con muchas más ganas comenzaba a vibrar.
El coro en acción: manos a la obra trabajaba, juntando el dinero suficiente para cubrir los gastos de nuestra próxima misión. No sé si siendo tan niños o jóvenes advertimos cuánto crecimos en experiencias nuevas, amistades; conociendo y siendo parte de ambientes muy humildes, espacios culturales y modernos.
Solo sé que todos compartimos momentos de grandes oportunidades. Las vivencias, hoy ya recuerdos de años en nuestro coro, nos dejó en la memoria y en la piel esa alegría extrema. Cuando escuchamos nuestra música, esa que entonamos en algún tiempo, es como volver a estar ahí.
Siento que “El Coro de Beby” fue, es y será una valiosa joya para la ciudad de Posadas. A los coreutas nos une el espíritu del canto, somos eternos amigos del ritmo en la voz; sabemos que esas horas de práctica y pasión además nos han dejado indescriptibles fascinantes recuerdos.
Estoy segura que sin habérselo propuesto, nuestra “mamá del canto” ha regalado al mundo miles de voces sensibles, gente dichosa que entiende de conjuntos, de pertenencias, de equipos, de diferencias sutiles; personas que seguramente a las penas espantan entonando un canto. Lo sé porque yo también fui al coro de Beby.