Somos energía poderosa, cada palabra, cada gesto, cada acto libera una energía desde nuestro interior hacia afuera que transforma nuestro alrededor, nuestras relaciones y a las personas con la cuales compartimos.
Muchas veces hemos leído en distintas tarjetas o en las redes la frase: “el mundo es un espejo, sonríele y te sonreirá” y es una realidad porque una reacción agradable o desagradable genera en el otro una reacción similar pero aumentada.
En una discusión por ejemplo si uno sube la voz, el otro la subirá aún más, si luego alguien dice algo hiriente, el otro dirá otra cosa peor y esto va en aumento generando una reacción en cadena. Lo mismo ocurre con las reacciones positivas, con los gestos de amor, de empatía y de ayuda hacia el otro.
Cuando Jesús dijo: “si te pegan en una mejilla ofréceles la otra”, se refiere a no entrar en esa reacción en cadena negativa, pararla con una actitud positiva y sostener con firmeza sin entrar en el juego de la persona que agrede, de esta forma poco a poco el otro irá bajando su tono, tranquilizándose por la ley espejo.
Es increíble lo que puede generar en el otro un pequeño acto de amor, como dice una frase de un autor que desconozco: “nada es poco o pequeño, el cariño no sabe de tamaños”. Y son esos detalles, esos gestos que denotan haber pensado en el otro lo que hace que alguien perciba el amor, se sienta querido o contenido, abre corazones y genera una respuesta similar pero incrementada.
Tenemos el poder de transformar nuestra vida y nuestro entorno si cambiamos nuestra energía, si tomamos la decisión de encontrar lo bueno en lo malo, lo bello en lo feo, de agradecer y contener, de ver al otro desde la empatía sin juzgar.
Cuando ante un problema que afecta a varios somos nosotros los que hacemos el primer esfuerzo por solucionarlo genera en los demás el deseo de aportar también su ayuda y transforma personas aisladas en un equipo que empuja para el mismo lado.
Como todas las cosas, si algo queremos cambiar debemos empezar por nosotros mismos y tratar de mantener esa energía positiva en el tiempo, que no sea solo algo pasajero, esta permanencia, este equilibrio es el que logra las transformaciones de nuestro entorno.
Estar abiertos para compartir, aportar el don que cada uno tiene en un proyecto para hacerlo mejor, alivianar el peso de alguien, prestarle el oído, impulsarlo a tomar vuelo, cruzar el puente cuando el otro no quiere dar un paso, son actos que muestran con hechos la voluntad de dar amor y esto derrite corazones y si se mantiene en el largo plazo, logra transformaciones increíbles.
Todos recordamos algún detalle que tocó nuestro corazón y nos hizo sentir queridos o que podíamos afrontar cualquier situación, la palmada en la espalda seguida de un “bravo” de nuestro profesor preferido, la abuela que nos esperaba con algo rico en la heladera porque sabía que llegaríamos con hambre, nuestra madre que de noche y cansada se esforzaba para que nuestra ropa estuviera impecable al día siguiente, ese piropo rápido en la mañana: “estás linda”, son pequeños actos que transforman nuestra vida.
Esto funciona también con nosotros mismos, si aprendemos a ver lo bueno que tenemos, a ser compasivos con nosotros mismos, a valorar nuestros logros, a abrazarnos por las veces que nos mantuvimos en pie librando batallas, vamos a generar una reacción positiva donde nos sentiremos más seguros, más felices con nosotros mismos, viendo cuáles son nuestros “puntos de mejora” en lugar de “defectos” y podremos así ir superándonos día a día para lograr ser la mejor versión de nosotros mismos.