El 28 de enero de 1986, a las 11:38 de la mañana, hora local de Florida (Estados Unidos), 13:38 en Argentina, el transbordador espacial Challenger explotaba en el aire, algo más de un minuto después de haber despegado desde la base de Cabo Cañaveral.
El lanzamiento estaba retransmitiéndose en directo a todo el país porque era la primera misión de un nuevo programa, “Teachers in Space” (profesores en el espacio), que confiaba en atraer de nuevo la atención del público hacia el programa espacial tripulado.
Lo que esos espectadores acabaron viendo fue uno de los peores accidentes en la historia de la astronáutica, y el primero tan grave que sufría la NASA desde el incendio que acabó con las vidas de los tripulantes del Apolo I, el 27 de enero de 1967.
La misión STS-51L, de hecho, terminó poniendo a la agencia en una situación muy delicada porque se la acusó de haber fomentado una cultura interna que no se preocupaba todo lo que debería por la seguridad de las misiones.
En esa misión perdieron la vida Christa McAuliffe, Gregory Jarvis, Judith Resnik, Dick Scobee (comandante), Ronald McNair, Mike Smith (piloto) y Ellison Onizuka.