
Las lluvias continuas que se registraron en la capital provincial en los últimos días provocan alivio para ciertos sectores de la producción, complicaciones para otras actividades, pero en particular para quienes se dedican a brindar el servicio de lavandería resulta propicio, porque muy poca gente dispone de los elementos y espacio necesario para realizar la limpieza de sus ropas, lo que termina provocando una buena demanda en dichos comercios.
El lavado de un canasto de ropas, en el que se contemplan hasta quince prendas, hoy tiene un costo de 300 pesos, una tarifa que tuvo un 20% de incremento en el último año y es considerado “escaso” por los propios comerciantes del rubro que recuerdan el aumento de los productos que se utilizan para hacer la limpieza y de los impuestos.
Las lavanderías prestan un servicio que “habitualmente puede realizarse en las casas, al menos crecimos con esa imagen del lavarropas funcionando prácticamente todos los días para limpiar las ropas y permitir a los integrantes de la familia asistir al trabajo o a la escuela con las prendas presentables”, señaló Juan Gómez, comerciante que durante años incursionó en el rubro de las lavanderías en la capital provincial, tratando de explicar la existencia de este servicio y su vigencia.
Y siguió señalando que “esa imagen tradicional de familia fue cambiando con el paso de los años, tanto hombres como mujeres se volvieron más independientes, los hijos partieron a estudiar y a vivir solos, lo que produjo la necesidad de resolver el tema de la limpieza de la ropa. Allí aparecieron las lavanderías que ocuparon un espacio que terminó solucionando un tema que para muchos pasa desapercibido. Hay hijos que no toman dimensión de la tarea de limpiar las ropas que realizan casi con exclusividad las madres, aunque eso también fue cambiando, hasta que se encuentran solos y con una pila de ropas sucia ¿Adónde recurren? A la lavandería”.
Con delivery y redes
La pandemia de COVID-19 impactó en todos los sectores, y “las lavanderías no fuimos la excepción. Tuvimos que cerrar nuestras puertas porque así lo determinó el Gobierno, no sabíamos qué podía llegar a pasar. Para abril resolvimos retomar nuestra actividad haciendo delivery, porque tenemos clientes de años y lo que hacíamos era pasar a retirar la ropa para llevar a limpiarla”, explicó Gabriela Pensa, propietaria de uno de los comercios del rubro, a PRIMERA EDICIÓN.
En esos meses, Gabriela recordó que “por suerte la gente empezó a llamar y requerir nuestro servicio, sobre todo los hombres. La gente estaba con miedo, asustada, pero nos fuimos acomodando. Hoy, incluso, abro poquito más tarde porque paso primero por dos o tres lugares a retirar las ropas y vengo a iniciar las máquinas. No tengo empleados, ya que si los tuviera no me resultaría rentable”.
Gabriela es arquitecta y su esposo odontólogo, pero hace siete años tomó el camino del comercio de la lavandería. “El costo no subió mucho, porque cobraba 300 y desde julio lo fijamos en 350 pesos para completar los gastos del delivery y el aumento de los productos. Como somos propietarios podemos manejar el precio pero hoy más o menos tenemos todo el mismo precio acá en Posadas para la limpieza de las quince prendas en un canasto”.
Para amortiguar las bajas ventas en pandemia recortaron varios gastos fijos y “nos manejamos con el Whatsapp 3764-379575 e Instagram, nos dio resultados”, afirma.
Detalló sobre quienes son los que más acceden a lavar las ropas y apuntó a “los hombres porque en muchos casos viven solos en departamentos, traen sábanas, toallas, ropas, piden además planchado de camisas y sacos para trabajar. Las mujeres mandan las ropas cuando se les rompe las máquinas, por lo general, o en época de clases las ropas de los chicos”.
Agregó Gabriela que “cuando llueve, como en estos días, me acercan muchas sábanas y toallas porque a la gente se le complica lavar, no disponen del espacio para colgarlas ni de pasarlas por el secador. La verdad es que nos favorece cuando está lluvioso”.
Una cuestión de estabilidad
La propietaria de la Lavandería Posadas, Gabriela Pensa, contó que es “arquitecta y mi marido odontólogo. No teníamos estabilidad financiera porque yo vivía de los trabajos que iba realizando, entonces había momentos en que tenía buenos ingresos y otros nada. A mi marido con el consultorio le pasaba lo mismo y nos cansamos de esa inestabilidad”.
Luego supieron que “el Consejo Federal de Inversiones estaba brindando préstamos destinados al turismo y resolvimos tomarlo para un emprendimiento que podía ser una lavandería, un restaurante o un café. Como no sabíamos cocinar tomamos este camino de lavar ropas para la hotelería, algo que finalmente no se dio porque trabajamos con el público en general”.
Gabriela apuntó que “no me voy a llenar de plata pero esta actividad es lo que me da de comer todos los días”.