Cuando miramos a alguien a los ojos podemos notar cómo está interiormente si triste, enojado o alegre. Es como que a través de la mirada podemos ver cómo esta el alma de esa persona.
Lo mismo sucede si nos miramos al espejo, podemos ver nuestra mirada y reflejar en ella cómo nos sentimos.
¿Qué dicen nuestros ojos?
A veces sólo tenemos que tomarnos un pequeño momento para mirarnos y darnos cuenta cuánto estamos necesitando gritar palabras no dichas, arrepentidos por dejar que el tiempo pase sin decir lo que sentimos o pedir ese abrazo que ¡tanto necesitamos!
Decía San Jerónimo, la cara es el espejo de la mente y los ojos sin hablar confiesan los secretos del corazón.
Muchas veces nuestra cara refleja enojo, pero nuestros ojos tienen tristeza o desilusión, a veces nuestro rostro refleja intolerancia, pero nuestros ojos tienen dolor.
¿Qué secretos tiene nuestra alma que no pueden ser contados? ¿Cuándo entregaremos esos secretos? Sólo para liberarnos.
La vida va transcurriendo y muchas veces nos quedamos anclados en un pasado que no queremos mirar y sin mirarlo lo vivimos sintiendo. Hoy podemos mirarnos, respirar profundo y ver en nuestros ojos eso que queremos olvidar pero nos persigue, reconocer que dolió y que es parte de nuestra experiencia.
Hace algún tiempo leí que tenemos que trabajar en nuestro bienestar día a día, tanto emocional y físico como espiritual; así que si tomamos conciencia de nuestro dolor o malestar podemos hacer algo para sentirnos mejor, pero si no lo registramos, si sólo lo tapamos mostrando un rostro enojado o sonriente que en el fondo guarda dolor eso sólo alarga la agonía. En cambio reconocerlo y sentirlo alivia y libera.
Por eso aunque nos cueste o nos asuste sentir hoy podemos mirarnos a los ojos y vernos. Saber que como cualquier otra persona estamos aprendiendo, nos equivocamos, sufrimos, pero lo estamos intentando.
Hoy podemos reconocer lo que nos dolió y sentirlo, darnos un abrazo, llevar luz y esperanza a nuestra mirada para así iluminar nuestro camino.
Que Dios los bendiga.