Cuaresma, es un tiempo especial de reflexión, que la Iglesia nos regala para vivir y fortalecer nuestra fe. En esta cuaresma atípica por la pandemia que estamos atravesando, y que se inicia con la celebración del miércoles de ceniza, es oportuno que podamos reflexionar entorno al espíritu de este tiempo cuaresmal que nos llenará de fortaleza por la presencia viva de un Dios que nos enseña a abrazar la cruz y caminar confiados en la Divina Providencia.
Para poder entrar en la dinámica de la práctica cuaresmal es bueno significar los símbolos y hermosas prácticas que acompañan este tiempo de gracia. La cuaresma es el lapso de cuarenta días simbólicos de retiro cristiano, que nos prepara para la Pascua de Resurrección. Se inicia con el miércoles de ceniza y finaliza el jueves santo, antes de la celebración de la Cena del Señor.
En la Biblia, cuarenta equivale a retiro en el desierto como tiempo de prueba y de tentaciones, que deben ser dominadas antes de emprender una misión. De hecho cuarenta es el número de días que duró el diluvio, los años de marcha hacia la tierra prometida, los días de estancia de Moisés en el Sinaí y de Elías en el monte Horeb, los de los habitantes de Nínive para que se conviertan, como también el retiro de Jesús en el desierto.
Las prácticas cuaresmales se inician con la imposición de la ceniza, que nos recuerda de la necesidad de conversión y el inicio de una nueva vida.
Dejarnos marcar la frente, es un modo de reconocer nuestras fragilidades, y de manifestar que deseamos emprender una vida nueva. Por eso, la ceniza recibida, es signo de conversión, petición de perdón y confianza en Dios.
Es bueno que podamos renovarnos como personas, familias y comunidades en este tiempo, a pesar de tantas situaciones difíciles que estamos viviendo. Para lograr este propósito de la renovación interior, tenemos la riqueza de los signos cuaresmales: ayuno, oración y limosna.
Ellos nos ayudan a la conversión personal y reconciliación de cara al crecimiento del reino de Dios.
Tanto el ayuno como la limosna son signos de la caridad fraterna, nos privamos de cosas para compartir con los demás, superando así los deseos y apegos personales.
Se trata de una experiencia profunda de encuentro con las personas en su necesidad concreta, como nos diría el papa Francisco, con los que más sufren el impacto de esta pandemia: los enfermos, abandonados, angustiados y los desocupados.
Para vivir esta fraternidad el papa Francisco nos invita a estar atentos a nuestros diálogos interpersonales, para que sean esperanzadores en este tiempo de tantos desalientos. Es bueno que vivamos una conversión hacia una toma de consciencia para decir cada vez más “palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan’, en lugar de ‘palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian”. Nuestras palabras son claves para construir esperanza en estos tiempos difíciles.
Para dar esperanza muchas veces no necesitamos de grandes técnicas y preparaciones, sino que sencillamente es suficiente ser “una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia”. Nuestra escucha que trasmite paz y serenidad.
La oración es un momento privilegiado para estar con Dios y descubrir su amor hacia nosotros. Para ello, es necesario encontrar tiempos de silencio, leer la Palabra de Dios, mirar la vida con actitud contemplativa (dejando que lo que vemos nos cale, se meta dentro de nosotros, nos interpele).
Que este tiempo de cuaresma que estamos iniciando sea una verdadera experiencia que nos fortalezca como comunidad en medio de tantas fragilidades que viviremos como personas y comunidades.
Que predispongamos nuestro corazón y podamos en este tiempo experimentar la cercanía de Dios que quiere nuestra salvación.