Carnaval, fiesta que se celebra alrededor del mundo de mil formas pero con un único denominador, la diversión. En la Capital Nacional de la Yerba Mate la algarabía volvió a vestir a la ciudad con fuerza en los años 60. Tiempos que Mario Zajaczkowski recordó y compartió con Ko’ Ape.
Vuela una golondrina en nuestra mente, uno encumbra la memoria hacia el cielo nostálgico del ayer, hacia la década del 60 para ser más precisos. Éramos alumnos de la Normal, Los Beatles se escuchaban con mucha fuerza a nivel internacional, en cambio en nuestro país surgía como novedosa la “nueva ola”, una música de letra simple con un ritmo pegadizo que aparecía con el nombre del Club del Clan.
En Apóstoles los bailes en los clubes Social y Ucraniano eran éxitos totales, había que concurrir el sábado por la mañana para reservar la mesa que aglutinaba a todo el núcleo familiar y las damas, que tenían precios preferenciales en la entrada, iban temprano a la peluquería para embellecerse con los clásicos “batidos”.
Bailes en los que pulcramente trajeado o de saco y corbata, uno debía atravesar toda la pista para acercarse a una mesa y después de saludar previamente a los padres, invitar a una chica a bailar, exponiéndose al fiasco de una rebotada ante los ojos expectantes del público presente y la cargada de los amigos que miraban desde la barra.
En el barrio San Martín un grupo de jóvenes impulsaba la creación de una entidad homónima realizando reuniones bailables en el galpón del aserradero de don Miguel Grabovieski para recaudar fondos con el sueño de la sede propia.
Por esa época, en la calle Pellegrini, casi frente a la talabartería de Rulo Fernández y de la vivienda del profesor Tito Oliva, un grupo de vecinos organizó un paso de disfraces y bailarines infantiles con excelente respuesta de público.
En la segunda noche se sumó imprevistamente “una murga de mayores” capitaneada, entre otros, por dos empleados telefónicos: Rulo Cordovez y Mario Klimczuk. Y ahí comenzó la cosa nuevamente y en forma imprevista las fiestas carnestolendas volvieron a cobrar vida en Apóstoles. Se organizaron dos entidades que pasaron a dividir las aguas en la ciudad: el club Social y el Club San Martín.
Posteriormente un grupo de integrantes de la escola de samba de una de las entidades formó Bahía, representando al Unión, y alcanzó renombre provincial, sobre todo por la ejecución de manera excelente del ritmo del carnaval carioca.
Fueron jornadas memorables en noches repletas de público que se aglutinaba en la Belgrano con el palco ubicado frente al bar de Alipio, la animación de Estachiño Zembreski como locutor, con el precario sonido de la Municipalidad que manejaba el recordado Negro Alvarenga.
Si uno hace nombres seguramente sin querer quedarán muchos afuera, pero recordamos a Choché “Máquina” Fiorito, Lupín, al Toto Tarnowski, el gordo Aguilar, a Moncheski “aquel guarda de colectivos”, bailarinas como Norma Newman o Pilula Fiorito, reinas como Coca Barrufaldi y Titina Gelabert que desfilaban en hermosas y bien logradas carrozas.
Había una murga que la dirigía un conocido mozo y albañil, Eduardo “Ayo” Merenda, denominada “El Casamiento de Titito”, que en un carro polaco representaban la clásica boda.
Rememoro el revuelo que causó una carta de los lectores publicada en un diario provincial por un conocido militante político de la calle Belgrano a raíz de la participación de una murga con integrantes de una fuerza de seguridad disfrazados con ropas femeninas y coloridamente pintarrajeados, que casi le cuesta la baja a los mismos si nos atenemos a los pruritos de la época.
Después la fiesta se prolongaba en bailes con conjuntos musicales de Posadas, Encarnación, Santo Tomé o de San Borja o con Rodolfo Mazur y sus Halcones que reforzaba su naciente orquesta con integrantes de la banda de música del Regimiento y allí los “lanza nieves y lanza perfumes”, las bolsitas de papel picado y las serpentinas le daban un colorido especial.
Y uno evoca el sonido de zurdos y redoblantes, de cuicas y recu-recus, muchos de estos instrumentos realizados artesanalmente por sus dueños, con el ritmo de una batucada infernal, una carroza tirada por un viejo tractor que brindaba un hermoso espectáculo donde la reina lucía su belleza rodeada por rostros infantiles de niñas que sentadas en el borde de la misma se sumaban a los festejos.
A dos viejos altoparlantes atados en lo alto de una jirafa de la luz callejera en la vereda de la farmacia Fernández que irradiaban paso a paso la secuencia de la marcha del Rey Momo, era el equipo de sonido como ya dijimos manejado por el querido Negro Alvarenga quien con su Renault 4 (con retoques de pintura realizados a mano por él mismo) circulaba cotidianamente adueñándose del pasaje urbano, repasos que se suman a la figura humanitaria del Rulo Cordovez con su sonrisa característica y predisposición hacia lo social traída desde su Santo Tomé natal o de aquel conocido acomodador del Cine Rex bautizado como Lupín por su similitud con un personaje de historietas.
Los corsos de la que fuera Capital del Carnaval Misionero, como lo reflejara la revista “Así”, una publicación de enorme tirada nacional de la misma editorial que el diario Crónica de Buenos Aires, difícilmente puedan reeditarse, sobre todo con ese calor popular, la calidez de sus participantes y esa cuota de simpleza que le daban un colorido diferente. Participantes algunos fallecidos, otros ya abuelos, como quien escribe esta nota, que con una sonrisa melancólica rememoran permanentemente el ayer, mirando con optimismo el presente y el futuro de nuestra querida Apóstoles.