No desarrolló demasiado ese proceso secundario que describimos. Me gusta graficarlo como si hiciésemos uso de un trampolín. Una vez que saltamos del trampolín (al punto B), ¿podemos volver? Obviamente que no. Pero si estoy todavía parado sobre él (en el punto A), ¿puedo volver hacia atrás? Sí.
La persona impulsiva viene corriendo y salta del trampolín. Pasa a la acción sin reflexionar. Cuando estés en el punto A e identifiques un dolor, la sensación de que “lo hicieron a propósito”, una contractura o el enojo que está subiendo, salí de la situación. Da una vuelta, contá hasta mil, preguntate: “¿Cuál es mi objetivo?”.
La violencia es una conducta que no resuelve absolutamente nada. No necesitamos explotar (o implotar) ni resignarnos sino utilizar el pensamiento creativo: “¿Qué puedo hacer en esta situación?”. Lo que sucede es que la mayoría de nosotros tenemos arraigada la creencia del “modo encendido /apagado”. Creemos que solo tenemos las dos únicas opciones de reaccionar (por lo general, mal) o no reaccionar.
Otra idea que suele dominar nuestra mente es “el síndrome de la amabilidad crónica”. Muchos creen que si son buenos con todo el mundo serán amados. Esto es falso. Hoy pareciera que algunos han perdido la capacidad de tratar bien a los demás. Este síndrome lleva a la persona a buscar agradar a todos, algo que es imposible porque hagamos lo que hagamos siempre habrá alguien que no le guste.
Quien pretende quedar bien con todo el mundo no puede pararse en su deseo. Entonces vive el deseo de los demás, vive satisfaciendo lo que otros quieren y se olvida de sí mismo. Esta actitud provoca ansiedad y en psicología, se conoce como “conducta evitativa”. ¿El resultado? Le cuesta expresar su deseo, tomar decisiones y pararse firme en sus posturas.
Ni la violencia ni la amabilidad crónica resuelven nada. Tanto enfrentar los conflictos violentamente como postergarlos hacia adelante resulta inútil.
En cambio, escoger reaccionar con calma e inteligencia es una manera de cuidarnos a nosotros mismos, algo fundamental en los tiempos que corren.
Para poder ayudar a los demás, llámense familiares o desconocidos, primero tengo que cuidarme yo. No hay que colocarse arriba de nadie, pero tampoco debajo de nadie. Y, sobre todo, ser conscientes de la “ley de los tres tercios”. Hay 1/3 de gente que nos ama, un 1/3 de gente que nos odia y un 1/3 de gente que es indiferente.
Te invito a reflexionar sobre las creencias tuyas que motivan tus acciones y a cuestionarlas. Tal vez sea momento de reemplazar alguna. Paráte más en el “qué quiero”, cercá tu perímetro emocional y pensá en vos, lo cual no es egoísmo ni narcisismo, sino todo lo contrario: cuidado amoroso.