Es importante que podamos disponernos para las tres prácticas cuaresmales que nos acompañan en este tiempo: el ayuno, la oración y la caridad. Es el camino de la conversión que nos propone el evangelio para que seamos fortalecidos espiritualmente: el camino de la pobreza (ayuno) que nos prepara para enfrentar las privaciones de la vida; una mirada de comprensión, amor y fraternidad hacia el hermano que encierra la caridad; y un diálogo sincero con el padre celestial que nos permite tener una fe y esperanza viva ante las adversidades de la vida.
Un primer crecimiento necesario para vivir en esta cuaresma se centra en la fe y la confianza en Dios. Es oportuno que podamos acercarnos a la Palabra para descubrir la grandeza del amor de Dios que nos sostiene en todo momento de la vida. El ayuno nos fortalece en el don de la gratuidad y la providencia de Dios que siempre nos acompaña.
Las privaciones son momentos que nos hace ver la fragilidad humana y nos ayudan a descubrir el don de Dios en tantas cosas materiales con que somos bendecidos. El ayuno nos hace vivir la experiencia de la pobreza y la riqueza del amor compartido.
En este tiempo de cuaresma el ayuno nos ayuda a crecer en la confianza en la divina providencia que nos hace abrir el corazón a la gracia de Dios en oración por encima de tantas cosas materiales que podemos acumular para asegurarnos la propia vida. La verdadera riqueza está en el compartir los dones y gracias que uno ha recibido gratuitamente. La vida se multiplica en la entrega generosa.
Es un tiempo que nos hace fortalecer el corazón en la esperanza, sabiendo que la cruz, el dolor y el sufrimiento no es el final del camino, sino que es el camino que cada uno transita para llegar a la gloria de la resurrección, como nos enseña el mismo Jesús que primero transitó este camino. En este sentido el tiempo pascual nos hace volver a contemplar el misterio pascual, con la esperanza puesta en un Dios que nos ama y que “hace nuevas todas las cosas” (cf. Ap 21,1- 6).
La cuaresma es un tiempo para crecer en la fraternidad. Es un tiempo como nos diría nuestro querido Papa Francisco para “decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan, en lugar de palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian” (Carta enc. Fratelli tutti [FT], 223). Frente a un mundo que vive en la indiferencia frente al dolor del hermano, crecemos en la fraternidad en nuestras actitudes de amabilidad, servicio, generosidad, escucha…que estimula y anima al caído y desanimado.
Es un tiempo para crecer en la caridad fraterna que nos hace vivir a ejemplo del mismo Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza. La caridad se alegra de ver que el otro crece.
La caridad es don que da sentido a nuestra vida al compartir lo poco que tenemos con amor. La caridad fraterna en esta cuaresma nos invita a cuidar a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a causa del dolor, enfermedad y sufrimiento, especialmente en este tiempo de la pandemia. Hay que crecer en la caridad fraterna que se traduce en una palabra de confianza, para que el otro sienta que Dios lo ama como a un hijo.
Que estas prácticas cuaresmales nos ayuden a crecer en la fe, en la esperanza y en el amor. Que la conversión que logremos experimentar como personas y familias, encuentren su verdadero sustento en la oración, el ayuno y la caridad.