Por la celeridad y la precisión con que maneja las tijeras, pareciera que las manos de Miguel Ángel Chamorro (59) fueran una extensión de ellas. Es que, con 40 años de experiencia en el rubro peluquería, no podría ser de otra manera. Desde su comercio, ubicado en el corazón de la Capital del Monte, aseguró que es un apasionado de la profesión, y que la volvería a elegir una y otra vez.
Apodado como el “peluquero de las personalidades”, contó a Ko´ape que empezó siendo muy joven, a los 19, pero que fue “una experiencia muy linda. En esa época eran pocos los jóvenes que se dedicaban al oficio. Fui a estudiar a Buenos Aires y desde que regresé, mi carrera fue siempre exitosa. Desde que abrí las puertas del local, siempre tuve muchos clientes que, en todos estos años, me acompañaron. Para mí nunca fue difícil. Cuando uno se dedica de manera particular, con el esfuerzo, con los años, va logrando las cosas. Esa fue mi meta, mi concepto. Era difícil estudiar una profesión porque éramos hijos de padres humildes y no nos podían pagar, entonces opté por un oficio”.
Entusiasmado, comentó que la mayoría de los intendentes de Oberá y alrededores, diputados, jueces de la zona, fueron sus clientes. “Para mí son todos iguales, a todos los trato de igual manera. Soy un poco el peluquero de las personalidades”, agregó, entre risas. Enseguida, relató una anécdota que al recordarla lo llena de orgullo. “Hace unos siete años, en una tarde gris como la de hoy, apareció una camioneta oscura y estacionó frente al local. Veo bajar al expresidente de la Nación, Eduardo Duhalde, que vino recomendado a ‘Peluquería Miguel’. Al parecer, estaba unos días en un instituto de vida sana, y unos clientes me recomendaron porque su corte de cabello necesitaba ser corregido”, manifestó.
Cuando se sentó en el sillón de cuero negro, frente al espejo, “me dijo que yo era la excepción de los tanos, porque en Buenos Aires, los grandes peluqueros son tanos. Le contesté que mi profesor de tijera era un tano, y el de navaja, un español. Me transmitió mucha tranquilidad, y al final, lo acompañé hasta afuera, y nos quedamos charlando como una hora, mientras se reunía gente alrededor, funcionarios y políticos que supieron de su paso por la Capital del Monte. Esa fue una experiencia muy linda”, acotó, de impecable chaqueta blanca. Lo que rescató de Duhalde es que “cuando le pregunté si el paso por la política, le dejó muchos amigos, el exprimer mandatario me respondió que mis amigos son los que fueron a la primaria y a la secundaria. Esos son mis amigos, los fieles, la política no me dejó amigos. Eso me quedó grabado de un presidente nuestro”.
Sacrificado, de chico
Su papá, Juan Bautista, falleció cuando Miguel Ángel había cumplido seis años. “Vivíamos con mi mamá, Zulma Encina, y a los ocho, salí a vender diarios. Por los años 70, la Cooperativa Agrícola era un furor, y ahí los comercializaba. Hasta ahora muchos pasan y me saludan ¡Miguelito! Porque como había empleados que no me podían comprar un ejemplar, se los prestaba para leer. El dinero recaudado lo entregaba a mamá, pero además me compraba los cuadernos para la escuela, e iba a clases a la N° 304, que queda en Villa Lohr”, dijo. Cuando terminó séptimo, egresó como mejor compañero y mejor alumno, además de la asistencia perfecta. Ese fue el pase asegurado para empezar a trabajar en Expreso Singer. “Tenía 13 cuando me presenté ante el gerente, Alcides Serra. Recuerdo que temblaba. Le dije: mire Don Serra, yo necesito trabajar, y me dio para llenar el currículum. Cuando devolví el formulario y me estaba por ir, le comenté que era fanático de Boca. Era una picardía de la calle, donde escuché que él era hincha del club Azul y Oro. Ah, muy bien eso, me contestó. Al otro día me llamaron, y eso me cambió la vida porque empecé a ganar bien, a tener un sueldo fijo”, narró.
Pero siempre repite que “el click de mi vida fue el servicio militar obligatorio, porque ganando bien, con otra mentalidad, viajé a Córdoba. Fue como que, entre ir y venir, me hice más hombre, más adulto. Al regresar ya no quería ser empleado, ya no quería estar encerrado, y eso me llevó a descubrir este oficio”.
Estudió en la Academia de Peluquerías “Oli”, frente a la Estación de Liniers, en Buenos Aires. “Llegué ahí porque provengo de una familia de peluqueros, en Buenos Aires tengo tías que ejercen la profesión; acá, mi padrastro, Francisco Arguello, era un peluquero conocido, entonces hay un vínculo con la profesión”. Peluquería de caballero siempre hubo en Oberá, “pero nadie se preparaba. Trabajaba en Singer, y en esa época, el 10 o 15% del sueldo se ahorraba, entonces cuando volví del servicio militar, ese dinero estaba en el correo, con eso fui a estudiar a Buenos Aires”. Allí, se formó en peluquería, barbería, limpieza de cutis. Cuando empezó a trabajar, en 1981, “hacía barbería, pero después de unos cinco años la dejé porque no era muy comercial. Ahora volvió la moda de la barbería. Vienen los chicos, se hacen barba, pero son los menos”, alegó. Entiende que “la peluquería en sí es un arte, uno tiene que tener imaginación de la cabeza de la persona, por ahí no digo que soy estilista, trato que, conforme al corte, le quede bien el rostro. En esta época usan todos cortes a la moda, pero hay a muchos que no les queda. Entonces le sugiero”.
Admitió que la suya es una peluquería “más tradicional, no hago color, que para los chicos es una manera de manifestar la libertad. Vine en 1981, que era una época militar, y realmente se venían a hacer cortes cortos, no podían tener el cabello largo. Miguel sacame esta colita porque me va a traer problemas, me pedían. Hoy son más liberales, pero son buenos, tenemos buena gente, la juventud misionera es excelente. “Hay profesionales a los que les cortaba de chiquito, médicos, abogados, que ahora traen a sus hijos. Corto a los abuelos, y después vienen los nietos. Es una profesión que me gusta mucho, me apasiona. Aquí adentro, coseché muchas experiencias, con muchos personajes, con grandes empresarios. Tiempo atrás –antes de la pandemia- había viajantes que vivían en plena Capital Federal pero que a su paso por Oberá, preferían cortarse conmigo. Eso es un halago”.
En la primera época de la peluquería trabajó junto a su padrastro, pero después, al formar familia “me independicé. Tengo tres hijas y tres nietos hermosos, y estoy agradecido a la vida que me llevó por buen camino. Trabajo, me esmero y me va muy bien, esto es mi pasión y la volvería a elegir. Es como cualquier otro oficio o profesión, y cuando hay retos, me apasiona más aún”.
“Estoy agradecido a la vida, con las hijas (Valeria, Silvina, Vanina), los nietos (Lautaro, Gerónimo, Clarita), que viven cerca y nos podemos ver todos los días, propio de una ciudad chica. Los busco, y estamos siempre juntos. Es lo más lindo. Con Marina Meza, -obereña como él- formamos una hermosa familia, de la que ella es el pilar. Es lo más grande que tenemos”, insistió, quien, al iniciarse la pandemia, se tomó vacaciones para refaccionar el local, y “volver con todas las pilas”. Se puede decir que mientras desempeña su tarea, Chamorro lleva adelante las “charlas de sillón”.
Tal es así que “a un candidato, que después fue intendente, lo hicieron bajar de la candidatura. Vino acá acongojado, y me contó lo ocurrido. Le dije, la próxima, acordate que vas a ser vos. Después se presentó y lo eligieron y es algo que siempre recordaba y agradecía cuando venía a mi negocio. Fue como un buen augurio que siempre tuvo presente. Nunca me voy a olvidar. De política se habló mucho desde este sillón. Hubo épocas en las que venían y me preguntaban cómo veía yo la situación, cómo estaba en la encuesta tal o cual candidato, teniendo que cuenta que acá viene una diversidad de personas. Son charlas de peluquería. En diez o quince minutos que la gente se sienta, me dice la verdad, es como ir al psicólogo”.