Cuando gestionamos conflictos observamos una dinámica que se repite: quien cuenta lo sucedido se sitúa en el lugar de víctima poniendo el foco y el esfuerzo en señalar y culpar al otro de todo lo que le pasa, vislumbrando una única solución posible: que el otro cambie.
¿Te pasa?
Los invito a no quedarnos prisioneros de las narrativas que armamos en base a enojos. Me refiero a esas historias que nos contamos en caliente y repetimos una y otra vez anclándolas de manera tal que se transforman en realidad.
Suspendamos por unos segundos nuestras reacciones y observemos cómo funciona nuestra mente, qué siente nuestro corazón y qué experimenta nuestro cuerpo.
De esta manera estaremos desarrollando la percepción y comprensión de nosotros mismos.
La costumbre de observarnos no sólo favorece la receptividad y la percepción, también nos permite ampliar nuestra capacidad para reflexionar en momentos de crisis.
Así como el bienestar y rendimiento físico dependen de hacer ejercicio y alimentarnos bien, también el bienestar, la buena forma y el rendimiento mental dependen de ejercitar habitualmente la auto observación.
A partir de esta práctica podremos descubrir comportamientos, obsesiones y preocupaciones habituales, a la vez que nuestras creencias más profundas y arraigadas.
La atención y la energía siempre son seguidas por la conducta, observando entonces como las usamos habitualmente, aprenderemos a dirigirlas donde realmente deseemos que vayan.
De lo contrario, esta naturaleza limitante de las reacciones no controladas redundará en conflictos, sufrimientos e incluso fracasos, tanto en las relaciones personales como profesionales.
Nuestras decisiones implican consecuencias. No se trata de ignorar los retos que nos plantea la vida, ni de replantearlos para evitar asumir responsabilidades, tampoco justificarlos con un “_es que soy así”; se trata de reconocerlos, aprender de ellos y seguir adelante intentando efectuar cambios positivos.
El oráculo de Delfos fue un gran recinto sagrado que tenía en el centro un templo al que acudían los griegos para consultar a los dioses cuestiones que les inquietaban. A la entrada del templo de Apolo se encuentra la siguiente frase:
“Te advierto que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas tampoco podrás hallarlo afuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los Dioses”.
El autoconocimiento nos permite la auto-observación, punto de partida para la transformación hacia la plenitud. Conócete a ti mismo.