“¡Nunca más pedirle plata prestada a la suegra!”, “Nunca más carcacita de pollo con arroz”, “Nunca más ese guiso recalentado”, así se le acercaban como moscas sus clientes. Alberto Dávalos -más conocido como “Pira”- vendía sueños, vendía ilusiones en papelitos listos de Quini 6, Telekino o Loto. Sus lugares clave: frente al California del centro o de Alberdi.
Querido por todos, respetado, siempre rebuscándose el pan vendiendo lo que sea en el tiempo indicado, como cuando sacaba los paraguas o cuando se instalaba en la costanera a ofrecer banderas y camisetas en eventos deportivos especiales.
Todos lo conocían y sintieron su temprana partida a los 67 años, víctima del COVID, dejando tantos suspiros de tristeza y lamentos que se hicieron oír en las redes sociales, en las que lo definían como un hombre carismático, tipazo, muy educado, trabajador. Sorprendió tanto que se sucedieron expresiones como “¡No….!!! Falleció el sr. ‘nunca más…’”. “Qué tristeza, excelente persona, inolvidables sus frases célebres”. “Empático personaje, recreando vendía”.
La familia y los golpes
Alberto Dávalos vivió siempre en el barrio Tajamar, amaba el fútbol, “era todo para él” reconoce emocionada Carolina, su hija menor, quien todavía vivía con él.
Hace más de 30 años, enamorado de Alicia Ayala formaron una familia, con tres hijas: Silvia, Julia y Carolina y en 2004 se agrandó la familia con la llegada del pequeño Sebastián, “Seba”. Apenas cinco años más tarde llegaría el primer gran golpe a la familia: su amada Alicia los dejaba víctima de un cáncer. Todos sufrieron, aunque quizás al que más afectó fue a “Seba”. No pasó un año que el pequeño “que siempre fue sanito -remarca la hermana- y jamás tuvo ninguna enfermedad hasta entonces, tenía problemas en su corazoncito”. Se inició una campaña en todos los medios, Pira lo acompañó al Garrahan y estuvieron un año esperando un corazón que nunca llegó. “El 29 de agosto 2012 ya no aguantó, abrió sus alitas y partió a los brazos de mamá”, entiende Carolina y también lo entendieron sus hermanas y su papá.
A pesar de todo Dávalos siguió adelante, cuidando a sus niñas, volvió a vender a la calle y nunca perdió su buen humor.
Corazón de niño
Era un apasionado del fútbol, para él la pelota era una pasión, no solamente jugó en el Atlético Posadas, también en Buenos Aires jugó en Velez, pero su amor por la canchita del Tajamar casi superaba su pasión por River Plate.
Siempre en diálogo con su hija Carolina pudimos saber que era la persona más querida en el barrio. Cuando veía a los chicos jugando, “ya se equipaba para jugar y se escuchaba: ¡Piraaa! ¡Dalee que te esperamos!”. Llevaba agua cuando terminaban de jugar, se refrescaban y compartían chistes. Compraba pelotas para tenerlas guardadas por si les faltaba una a los chicos, se “le partía el alma que no tengan una pelota”.
Junto a su esposa Alicia y otros vecinos festejaban el Día del Niño inventando juegos, consiguiendo para las tortas, facturas y regalos. Carolina asegura que “los mejores días del niño se vivieron en el barrio Tajamar hasta el 2000”, aproximadamente.
No ganaba mucho, pero siempre ayudaba comprándoles medias a los aborígenes en la puerta de California o si veía a un niño que estaba frío iba a comprarle algún calzado, sacaba en cuotas y no importaba cuánto tardaba en pagar, importaba que ese niño no pasara frío.
Pionero con la mesita
Fue el primer vendedor que puso una mesita en la vereda para vender quiniela a pesar de que las normas lo impedían. “Él seguía firme y siempre decía que no le importaba quién viniera a querer sacarlo, él tenía que traer la moneda a la casa, sólo quería trabajar”, así impuso las mesitas que fueron sumándose con otros vendedores. Comenzó en la esquina de Rincón Musical, en Córdoba y San Lorenzo, pasaron los años y seguía ahí, en su lugar.
Después sumó otra mesita con su amada Alicia, juntos llevaron adelante ese puesto que después lo cambiaron a la esquina de Bolívar y San Lorenzo -frente al Shopping-, pero “Pira” siguió vendiendo Quini y Telekino.
Según las fechas, el vendedor por excelencia sumaba ventas de cohetes, pan dulce, sidras, juguetes y hasta vendía inflables en las playas de Ituzaingó.
También dicen que fue uno de los mejores vendedores de lanzanieves en las Estudiantinas por la avenida Corrientes y así mantuvo a su familia. Sus tres hijas se recibieron y se convirtieron en hermosas y amorosas mujeres. Una de ellas, Julia, le dio a su única nieta, Selena.
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Como padre
Carolina, la más chica de las mujeres, habla en su nombre y expresa el sentir de las tres: “Me pongo de rodillas, un padre ejemplar, nosotros cuatro (con July, Seba y Caro) éramos su vida entera, por nosotros se enfrentaba al mundo, no importaba dónde estuviera, si necesitábamos a papá, él estaba ahí como un ¡Súuper papá!”.
“Siempre nos decía: ‘Hay que levantarse, la vida es una lucha’. Nos enseñó que ‘si estás de mal humor dejálo en casa porque a la gente siempre tenés que mostrarle respeto y simpatía’. Tanto mamá como papá nos enseñaron valores y respeto por los demás. Nos enseñaron a ayudar a quien más necesita. Nuestra familia es pequeña, pero nunca dejamos de luchar”.
“Si tengo que describirlo como hija: mi papá es un grande, mi papá lo merecía ¡todo! Él se ganó el respeto y admiración en todos los lugares que estuvo y siempre con todo el orgullo del mundo digo: ‘¡Este señor es mi papá!’”. Y el virus se llevó al Capitán del Barco, pero que no queda a la deriva sino que tiene una carga inmensa de momentos maravillosos.
Quien hacía soñar
Parte de los sueños de muchos se fueron con Pira, más quienes compraban ese papelito que prometía viajes a las playas del Caribe, Cancún, Bahamas y con esos millones también tomar los mejores vinos: “Un Valentín Lacrado, Rutini, Navarro Correa, ya nada de cajita”.
Como asegura su hija, lo vivieron cientos de posadeños, pues “hacía soñar con ser millonario antes de serlo, antes de venderte un Quini 6 con tantos millones te hacía pensar en grande: ‘Hagan fila por favor, sólo una tarjeta por persona’, le decía a la gente y sólo risas se escuchaban”.
Silvia González Chás lo definió así en los comentarios de Posadas del Ayer: “Siempre de buen humor, con frases súper creativas y simpáticas para vender la quiniela, loto y otros. Además de los paraguas que vendía los días de lluvia. Era verlo por la calle y uno comenzaba a sonreír porque sabíamos de las ocurrencias que tenía para motivar a los compradores. Un personaje entrañable y querido de nuestra Posadas. ¡Hasta siempre Alberto!”.
Por Rosanna Toraglio