El domingo 2 de abril de 1916, en unos comicios de los que participaron 747.471 hombres sobre un total de 1.189.254 habilitados por el padrón confeccionado en base al servicio militar obligatorio, se consagró como presidente Hipólito Yrigoyen, acompañado como vice en la fórmula de la Unión Cívica Radical (UCR) por Pelagio Luna.
Fue la primera vez que los argentinos eligieron presidente en las urnas, a través del voto masculino, secreto y obligatorio establecido por la Ley 8.871, popularmente conocida por el nombre de su impulsor, el presidente Roque Sáenz Peña.
El voto femenino llegaría muchos años más tarde, aunque algunas precursoras como Alicia Moreau de Justo y Julieta Lanteri ya habían creado el Comité Pro-sufragio femenino en 1907.
Sin perjuicio de ello, la de 1916, fue una elección avanzada para su tiempo, en un mundo donde menos de una decena de países utilizaban el sufragio masculino, secreto y obligatorio para elegir a sus autoridades.
“Con la ley Sáenz Peña la Argentina quedó entre las naciones más de avanzadas en materia política, porque a principios del siglo XX apenas media docena de países tenía voto popular. Ningún país de América Latina había avanzado tanto, por lo que éramos el país del continente con mayor nivel de inclusión en ese sentido. La proporción de votos fue mayor incluso que en los Estados Unidos, donde los ciudadanos tenían y tienen que inscribirse para poder votar, mientras que aquí, al utilizar el padrón del servicio militar obligatorio, quedó incluida una inmensa mayoría de los hombres mayores de edad. Además, al ser secreto, se pudo elegir con una libertad extraordinaria”, explica el periodista e historiador Oscar Muiño.
Hasta entonces los argentinos votaban de acuerdo con lo establecido por la Ley 623, sancionada el 18 de septiembre de 1873 durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento y modificada en varias oportunidades. Para poder elegir, había que inscribirse en un “registro cívico” que se confeccionaba en cada sección electoral.
Si bien esta ley había eliminado el voto oral o “cantado”, el sufragio seguía siendo público, de modo que en el registro, al lado del nombre del votante, se dejaba constancia de a quién votaba cada uno. Eso no solo atemorizaba a los votantes sino que mientras se llevaba a cabo la votación, los punteros podían influir entre quienes no habían sufragado y, por supuesto, “hacer votar a los muertos” o inventar nombres.
“Los fraudes anteriores eran extraordinarios, había la picaresca, con personajes que se ponían cualquier nombre para votar, como por ejemplo Benito Cámela, un dicho con vigencia actual surgido en los confines del siglo XIX. Se ponían esos nombres para demostrar que eran ellos los que manejaban el padrón”, cuenta Muiño.
El ganador, hasta la ley Sáenz Peña, era siempre el conservador Partido Autonomista Nacional (PAN). En la vereda de enfrente estaban los radicales que, ante los permanentes fraudes, habían intentado revoluciones y boicots ante la farsa electoral.
La Ley 8.871 fue finalmente aprobada el 13 de febrero de 1912 instaurando en la Argentina el sufragio universal e igual, obligatorio y secreto para todos los argentinos varones mayores de 18 años. También estableció el sistema de lista incompleta y la elección presidencial a través del Colegio Electoral.
Lo que probablemente no imaginaran Roque Sáenz Peña ni Indalecio Gómez es que esa ley fuera bisagra en la Argentina. Era el principio del fin de la hasta entonces intocable hegemonía conservadora. “Hicieron todo pensando que ellos iban a ganar y que, al darles la minoría a los radicales, los controlarían. Pero les salió al revés”, dice Muiño.
En las elecciones presidenciales del domingo 2 de abril de 1916. hubo cuatro listas con candidatos a presidente y vice, y otras dos sin fórmula presidencial pero con candidatos al Colegio Electoral.
“Esa votación cambió la historia, porque al ser obligatoria impidió que los patrones evitaran que sus trabajadores fueran a votar. Ellos sabían que no iban a votar a sus partidos sino al radicalismo”.
Yrigoyen Presidente

El escrutinio definitivo dio como amplio vencedor a Hipólito Yrigoyen, con 340.802 votos (47.25%), lo que le otorgaba la mayoría simple en el Colegio de Electoral con 141 de los 300 electores. Segundo quedó el conservador Ángel Dolores Rojas, con 186.677 votos (25.88%), lo que significaba 69 electores.
En total habían votado 747.471 hombres, el 62.71% de la totalidad del padrón electoral.
Para acceder a la presidencia, Yrigoyen necesitaba la mayoría absoluta del Colegio Electoral, para la cual le faltaban 10 electores. Los consiguió después de arduas negociaciones con la UCR- Disidente, 11 de cuyos 14 electores decidieron darle su apoyo.
El 12 de octubre de 1916 Yrigoyen recibió la banda presidencial de manos de Victorino De la Plaza, que había asumido la presidencia dos años antes, tras la muerte de Roque Sáenz Peña.
Fuente: Infobae