Hemos celebrado una nueva Pascua de Resurrección de Jesús, en medio de todas las incomodidades que ocasiona la pandemia. Sin embargo el poder compartir juntos como familia y como comunidad nuestra fe, es una gran bendición. Por eso es oportuno poder reflexionar sobre el misterio pascual, a la luz de los acontecimientos que estamos viviendo. Celebrar la Pascua es una invitación a celebrar la vida con el mismo espíritu de los apóstoles y las primeras comunidades cristianas, que confiaron plenamente en la cercanía del resucitado y el poder del espíritu en todos los momentos de la vida.
La verdadera experiencia pascual, es un acontecimiento comunitario, que vive y celebra la victoria de la resurrección de Cristo en la comunión espiritual. Aún después de la resurrección de Jesús, uno de los sentimientos que experimentaban los apóstoles, era de miedo y angustia. Tal vez estemos viviendo, la misma experiencia, con el anuncio de la segunda ola de contagios que preocupa a todos. Qué bueno sería que así como los apóstoles se llenaron de fortaleza con la fuerza del Espíritu Santo, también nosotros conservemos el espíritu de la resurrección, pidiendo el don del Espíritu Santo. Que por la gracia de la oración y la comunión espiritual, implemos los dones y frutos del Espíritu Santo, para que nos anime en este tiempo pascual.
El mismo Jesús resucitado se aparece a los discípulos, que estaban con las puertas cerradas, con un mensaje esperanzador y lleno de paz. Una esperanza que se hace realidad en la misión de cada uno de ellos, para que la Pascua de resurrección no sea un simple hecho que aconteció, sino una experiencia que se contagia y se comparte, como el mismo Jesús les dice: “La paz sea con ustedes. Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes. Entonces sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban al Espíritu Santo. Si ustedes perdonan los pecados de alguien, esos pecados son perdonados; si ustedes no los perdonan, esos pecados no son perdonados”. (Jn 20, 19-23)
Que importante es tomar consciencia hoy, que la Resurrección, es la presencia viva de Jesús en nuestra vida. Es mucho más que un simple acontecimiento histórico, sino una experiencia de fe que se transforma en nuestra vocación y misión. Es un llamado para vivir en la esperanza plena de un Dios que nos salva. Y tenemos la misión de compartir esta esperanza con nuestros seres queridos… ayudar a tantos hermanos para que abran sus corazones a la alegría y la esperanza que vence el dolor de la cruz y el sufrimiento.
Pero es bueno tener presente que la paz y alegría de la resurrección, no significa una vida sin problemas ni dificultades, sino la certeza de su presencia entre nosotros. Que en estos tiempos, podamos sentir más que nunca la presencia viva de Dios en la oración y en la fraternidad. La resurrección de Cristo es la alegría y la esperanza para todo cristiano ya que nos trae la certeza de la vida eterna. Así como en Pentecostés, los discípulos recibieron el don del Espíritu Santo, y salieron a compartir, así también nosotros debemos ser portadores de esta alegría, viviendo como resucitados en medio de nuestro diario accionar.
La alegría de la resurrección nos llama a la plenitud de la vida: desde la fe, esperanza y amor. Es un llamado a vivir la experiencia de Dios hasta el último momento de nuestra vida, como nos dice San Pablo: “Si han resucitado con Cristo su vida, entonces lo manifestarán gloriosos con Él.” (Col. 3 1-4). Que experimentemos esta felicidad de la resurrección que fortalezca nuestro espíritu y acreciente la esperanza en un Dios que nos ama y nos salva.