El domingo 9 de abril de 1871 se celebraba la Pascua de Resurrección, es decir terminaba la Semana Santa, y se registraron 501 muertos en un solo día, la mayor cantidad desde el inicio de la pandemia, el 27 de enero de ese año.
En esa fecha, en un inquilinato de ocho habitaciones, fallecieron el italiano Angel Bignollo, de 68 años, y la mujer de su hijo, Colomba, de 18. Fueron atendidos por el doctor Juan Antonio Argerich, de destacada actuación en esos días aciagos.
A raíz de ahí se sucedieron casos fulminantes que mataron en 24 o 48 horas. Las autoridades nacionales y provinciales decidieron huir y una Comisión Popular, integrada por notables ciudadanos y presidida por el doctor Roque Pérez, debió hacerse cargo de la situación.
Aquel 9 de abril, difundieron una proclama extrema en la que se “aconseja a todos los que puedan abandonar la ciudad que se alejen de ella lo más pronto posible, para salvarse y salvar a los suyos”.

Los negocios eran cerrados y abandonados, igual que los enfermos, que morían en las calles, algunos sólo con la asistencia espiritual de un párroco. La Comisión Popular, no obstante decide proseguir con su admirable asistencia.
El 24 de mayo de ese mismo año, un carpintero español se convertía en el último muerto por fiebre amarilla durante esa epidemia que se cobró aproximadamente 15 mil víctimas fatales de una ciudad de 180.000 habitantes.