El Gobierno nacional anunció días pasados que mantendrá un bono para el personal sanitario que se encuentra atendiendo la creciente demanda de pacientes por la segunda ola del COVID-19.
Es ese mismo bono que tardó casi tres meses en implementar cuando comenzó la pandemia en 2020.
Y que, para colmo de males, en Misiones excluyó a miles de integrantes del sistema sanitario con mínimas correcciones en el transcurso del año.
Esas continuas exclusiones hicieron que la Provincia saliera a cubrir con fondos propios el pago a los discriminados por un sistema que nunca los consideró.
Ahora, con la promesa de haber depurado los padrones, habrá que esperar el primer pago para ver si es real la incorporación.
Pero el personal que está en la “línea de fuego” de la lucha contra el coronavirus, en una batalla desigual dada la escasa vacunación y el relajamiento que se observa en la sociedad que no quiere restricciones pero que aporta poco y nada a la prevención; necesita algo más que un ínfimo aporte mensual dinerario.
Le urge contar con los insumos básicos para salvar vidas, equipamiento para protegerse y la designación de más compañeros de lucha en esta pelea de vida o muerte. Ahí es donde el Estado debe actuar también con rapidez y sentido común: si se incrementa la cantidad de casos que requieren internación (y una cama en terapia intensiva) sin dudas se necesitan más personas para atenderlos.
Enfermeros y algunos médicos es posible conseguir a pesar que muchos han enfermado y no se han recuperado. Otros, de mucha experiencia que podrían ser muy valiosos en esta etapa, han muerto.
Pero terapistas intensivistas no es tan sencillo de conseguir, sabiendo que requieren de al menos cuatro años de formación para tan delicada tarea.
Es fácil criticar al sistema sanitario pero difícil aportarle soluciones. Algo que, pasado más de un año el presidente Alberto Fernández ni sus asesores han podido aprender para cambiar la perspectiva. Así, se evitarían discursos que tensionan innecesariamente a los trabajadores que ponen sus vidas en riesgo para salvar otras.
Porque después, no hay aclaración que valga para subsanar el descrédito inmerecido de quienes honran su profesión.