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El 27 de abril de 1996, el Episcopado argentino pidió “perdón a Dios” por los “crímenes cometidos” en el país durante la década de 1970, en especial “por los que tuvieron como protagonistas a hijos de la Iglesia“, y reconoció que lo hecho por la jerarquía eclesiástica en esa época “no alcanzó para impedir tanto horror”.
En un documento autocrítico titulado “Caminando hacia el Tercer Milenio”, los obispos expresaron un “profundo” pesar “por no haber podido mitigar más el dolor producido por un drama tan grande” como el desatado en la época de la última dictadura militar y los años anteriores, con la consiguiente desaparición de personas, y lamentaron “la participación de los hijos de la Iglesia en la violación de los derechos humanos”.
También admitieron que “hubo católicos que justificaron y participaron en la violencia sistemática como modo de liberación nacional” a través de grupos terroristas y otros que “respondieron ilegalmente a la guerrilla de manera inmoral y atroz, que nos avergüenza a todos”.
Por ello, reiteraron que “si algún miembro de la Iglesia, cualquiera fuera su ambición, hubiera avalado con su recomendación y complicidad” los hechos de violencia de las décadas del 60 y del 70, “habría actuado bajo su responsabilidad personal, errando o pecando gravemente contra Dios, la humanidad y la conciencia”.
Al referirse al accionar de la jerarquía eclesiástica en esa época, sostuvieron que “en aquel momento el Episcopado juzgó que debía combinar la firme denuncia de los atropellos con frecuentes gestiones ante la autoridad mediante la Mesa Ejecutiva de la CEA, la comisión encargada de estos asuntos, o la acción individual de los obispos”.
De esa manera “se buscaba encontrar soluciones prácticas y evitar mayores males para los detenidos“, pero “hemos de confesar que, lastimosamente, se tropezó con actitudes irreductibles de muchas autoridades, que se alzaban como muro impenetrable”, argumentaron.
“No pocos juzgan que los obispos en ese momento debieron romper toda relación con las autoridades, pensando que tal ruptura hubiera significado un gesto eficaz para lograr la libertad de los detenidos. Sólo Dios conoce lo que hubiera ocurrido de haberse tomado ese camino”, señalaron.
Por ello, los prelados admitieron que “sin lugar a dudas, todo lo hecho no alcanzó para impedir tanto horror (…) Sentimos profundamente no haber podido mitigar más el dolor producido por un drama tan grande. Nos solidarizamos con cuantos se sientan lesionados por ello, y lamentamos sinceramente la participación de los hijos de la Iglesia en Ia violación de los derechos humanos”.
Caminando hacia el Tercer Milenio