Carente de una agenda de desarrollo, con la iniciativa asistencial como única respuesta, mareado por tanta incertidumbre, pero siempre listo para dar batalla dialéctica, el Gobierno argentino (es irónico pensar que la premisa trasciende a casi todos), lejos de reinventarse, vuelve a echar manos de las recetas de siempre y cierra la semana con otra exhortación al optimismo.
Tras anunciar más acuerdos y controles de precios, mayor volumen a los planes sociales y repartir palos al sector privado, ayer fue el turno del optimismo cuando el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, aseguró que este año los salarios “le van a ganar a la inflación”.
El funcionario nacional consideró así que hay un “compromiso político” para que los salarios se ubiquen por encima del Índice de Precios al Consumidor (IPC). Según los últimos datos del INDEC, los salarios subieron 4,3% en febrero respecto de enero y acumulan en el primer bimestre del año una mejora del 7,7%, casi en línea con los indicadores de inflación.
Pero en marzo la inflación subió 4,8% y abril no bajaría de 4%. Es más, en los últimos doce meses los ingresos perdieron diez puntos porcentuales frente a la suba del costo de vida, de acuerdo con las cifras oficiales.
En paralelo, los analistas del mercado aumentaron el pronóstico de inflación para este año, al ubicarlo en 47,3%, muy por encima del 29% proyectado por el Gobierno para todo el año en curso y también bastante mayor al 31% promedio de las paritarias que cerraron hasta el momento.
Las distancias entre el país que observa, piensa y del que habla el Gobierno nacional y el que sobrelleva el argentino en general y los sectores más humildes en particular son enormes y se ensanchan todos los días.
Hay un país en el que las soluciones están en marcha y en el que el salario le ganará a la inflación; y otro en el que los problemas arrecian y en el que la inflación crece deglutiéndose el poder adquisitivo de las familias.