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Cuando el reloj marque hoy las 21, Gonzalo Klusener (37) saldrá a la cancha una vez más para hacer lo que mejor sabe: marcar goles. Será en la primera final de la Liga Nacional de Honduras (la segunda es el miércoles) y esta vez el misionero intentará aportar lo suyo con la camiseta del Motagua, su actual club. Enfrente estará Olimpia, el otro gigante del país, dirigido por Pedro Troglio.
En la previa de ese superclásico hondureño con sabor especial, Gonzalo habló vía telefónica con EL DEPOR y repasó su carrera, desde sus comienzos en Santa Rita hasta la actualidad en Centroamérica. En el camino, claro, todo un capítulo dedicado al amor inconmensurable que se ganó tras su paso por Talleres de Córdoba, donde fue uno de los principales artífices del regreso a Primera. Banderas, murales y tatuajes del misionero pueblan hoy La Docta. La Kluseneta, en primera persona.
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Gonza, ¿cómo arrancó tu pasión por el fútbol?
Arrancó en casa con mis hermanos, con mi papá, con mis tíos… Me acuerdo que de chiquito era ir a jugar todos los martes y jueves con mi viejo a Alba Posse, a ocho kilómetros de Santa Rita. Cuando fui creciendo y faltaba uno, me ponían a jugar. Yo era feliz jugando con los grandes, tengo muy lindos recuerdos de esa época.
¿Y cómo se dio la posibilidad de probarte en un club de Primera?
Yo siempre tuve el sueño de jugar. Y en aquella época jugábamos el torneo regional de la zona con la Escuela San Martín de 25 de Mayo. Se armó una suerte de selección y al poco tiempo empezamos a viajar a jugar la Lidai a Posadas, después otros torneos al Alto Paraná. Todos los sábados me levantaba a las 6 y mi viejo me llevaba hasta 25 de Mayo. Y en uno de esos torneos me vio Hugo Andruszyszyn. Mi DT, Mario Pan, me dijo que él se había comunicado para preguntarme si quería probarme en Estudiantes. Yo tenía 15 años y estaba en el techo de casa, ayudando a mi mamá con los adornos de Navidad. Eso fue en el 2000. Y para febrero de 2001 me fui a La Plata, estuve una o dos semanas y terminé quedando, fue algo increíble, una de las alegrías más grandes de mi vida.
¿Cómo te fue en el Pincha?
Empecé en la Quinta, que era una categoría muy buena, ahí estaban Federico Vismara, Marcelo Carrusca, que ahora está en Australia y tiene una academia de fútbol; Lucas Wilche, que está en Chile; Agustín González Tapia… Ya casi todos se están retirando (se ríe). Hasta hoy tenemos un grupo de WhatsApp y estamos en contacto.
¿Debutaste ahí en Primera?
No tuve la suerte de debutar con Estudiantes, pero sí formé parte del plantel de Primera, con Carlos Bilardo como entrenador, el Tata Brown, Miguel Lemes y el profe Manera. Incluso hice una pretemporada en Mar del Plata… Había muy buenos jugadores como el Tanque Pavone, el Tecla Farías, Rafa Maceratesi, el Lechuga Maggiolo, el Vasco Azconzábal, Pablo Quatrocchi o el Tito Pompei. Había jugadores que uno admiraba y miraba de lejos, como el Tino Asprilla, el Polaco Bastía, el Pepe Chatruc… Terminó ese semestre, yo firmo contrato y justo se va Carlos… Ahí vino Mostaza Merlo y quedé afuera, me terminé yendo a Defensa y Justicia.
Uff… anécdotas con Bilardo debe haber miles…
(Se ríe) Fue algo increíble, una experiencia única. Te pueden gustar o no sus formas, pero Bilardo revolucionó el fútbol. Mirá, lo primero que te cuento es que Carlos organizaba entrenamientos ¡de 8 a 19! Imaginate. A Pocho el utilero le hacía poner unos parlantes y música para que no nos aburramos. Y ahí te citaba por puestos… Y por posición, teníamos tres entrenamientos… En el caso de nosotros, los delanteros, nos tocó a las 11, a las 14.30 y a las 18. Fue algo increíble. Y te cuento otra… Un día fuimos con la Cuarta a jugar contra la Primera, en invierno, un frío bárbaro. Estábamos precalentando y Carlos, siempre atento a todo, viene y me dice “Pibe, ¿estás enfermo?”. A mí me sorprendió… Le respondí que no y entonces él sigue “¿Y por qué tenés guantes? Sacate los guantes”… (se ríe). Estaba en todos los detalles, lo mismo que las canilleras o no poner los brazos en la cintura.
Tal cual, una experiencia única…
Y hay una más. Cuando me subieron a Primera, volvimos de pretemporada y Carlos estaba pidiendo delanteros. Y como no se los traían, en lo que creo que fue una forma de llamar la atención, entrenamos doble turno, terminamos 18.30 y el profe Manera nos dice a mí, a Dante Senger (hoy en Suiza) y a Eloy Colombano (llegó a jugar en la MLS de Estados Unidos)… “Hoy a las 22 tienen que estar acá para concentrar”… ¡Solo a nosotros tres! Justo ese día jugaba Racing contra River, el debut de la Gata Fernández, no me lo olvido más. Y ahí nos pusimos a ver el partido con Carlos al lado, que nos mostraba los movimientos de la Gata, de Licha López, de Cavenaghi… Termina el primer tiempo y nos dice “vayan a cambiarse, que termina el partido y vamos a entrenar”. El partido terminó a eso de las 23.45, cruzamos todo el country a media luz hasta una cancha del fondo y ahí empezamos… Paraba al Tata Brown y a Leme de defensores y nosotros teníamos que hacer los movimientos, sacarnos un hombre de encima, poner la pelota siempre a media altura porque el defensor siempre tiende a poner la mano. Terminamos como a las 1.30. Y son cosas que hasta hoy tengo presentes, que te sirven a la hora de jugar. Y al otro día, a las 9, a entrenar de vuelta. Cuando les contábamos a los compañeros, no lo podían creer.
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¿Cómo llegás a Talleres?
De Estudiantes me fui a Defensa. En 2006 me fui a Antofagasta con Cacho Malbernat, que ahí debuté en Primera, en Chile; volví a Defensa, anduve por Ben Hur, Almagro, me fui a Grecia, después a Unión de Mar del Plata, jugué en Brown de Puerto Madryn… Y de ahí a Talleres, que en ese entonces estaba en el Argentino A.
Decir que los hinchas de Talleres te quieren es quedarse corto…
Jamás pensé que me iba a ganar el cariño de tanta gente. Me tocó hacer un montón de goles y ascender. El primer año en Talleres hice 25 goles, entre ellos ese gol contra Maipú de Mendoza en el nonagonal, en la campaña en la que ascendimos a la B Nacional. Ahí nos tocó descender de vuelta. Yo por entonces me fui a Quilmes, a Olimpo y volví en 2016, que Talleres estaba de vuelta en la B Nacional. Ahí jugamos ese partido contra All Boys, que perdíamos 1-0, me toca hacer el empate y después el Cholo Guiñazú pone el 2-1 con el que ascendimos a Primera.
Sos uno de los goleadores históricos del club…
No llevo la cuenta (se ríe)… Me tocó hacer 50 goles en poco tiempo, en tres años y medio… Es algo muy lindo que tu nombre esté ahí, pero eso no cambia la relación con la gente, el cariño inmenso que le tengo a Talleres. Viví momentos muy lindos y disfruto cada vez que voy a Córdoba.
¿Qué es lo más loco que hizo un hincha por vos?
¡Un montón de cosas! Que se quieran tatuar tu nombre o tu foto… ¡Una locura! Una vez terminamos de entrenar y había una familia afuera.. Siempre hay gente, entonces se firman autógrafos o te sacás fotos. Y esa vez, vienen y me dicen “tenemos un regalo para vos, no sé si lo vas a aceptar, pero ya tiene nombre y todo…” Yo no sabía de qué se trataba, hasta que me trajeron un caniche chiquitito al que le habían puesto Amadeo, por un histórico presidente de Talleres. Y yo justo había adoptado un gatito con mi señora, así que fue imposible llevarlo, pero les agradecí mucho el gesto. Y con los tatuajes, una vez fue un chico que tenía tatuado mi nombre y la camiseta número nueve, bien grande, en el cuádriceps. “Firmame, que me quiero tatuar el autógrafo también”, me decía…
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¿Qué se siente hacer feliz a tanta gente?
Es algo increíble. Siempre digo lo mismo, las cosas se van dando y yo creo que soy un tocado con la varita mágica, porque ser reconocido así y que te pase algo así en un club no es normal, es algo muy difícil. Y para mí es una alegría inmensa. Es un cariño y un respeto recíproco. Son todos recuerdos que no me voy a olvidar nunca.
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Contanos un poco… ¿qué es la Kluseneta?
(Se ríe) Cuando ascendimos en 2016, un grupo de hinchas armó una canción de cancha. Y así fue quedando la Kluseneta o Klusegol. Después con mi familia tuvimos la oportunidad de comprar un terreno y mis hermanos le pusieron “La Kluseneta”… Y hoy hasta el grupo de WhatsApp de la familia se llama así.
¿Te imaginás diciéndole adiós al fútbol en Talleres?
Obviamente que me gustaría, pero no es un objetivo, Talleres tiene un proyecto serio, sé a lo que apunta y se hace difícil volver. De una u otra manera, la relación con Talleres nunca se va a cortar.
Hablemos de actualidad… Se vienen las finales en Honduras… ¿Cómo es el fútbol en ese país?
No es un fútbol que se mire mucho allá. Cuando me llamaron del Motagua (en 2019) yo estaba en Independiente de Mendoza. Y tenía ganas de nuevas experiencias. Me entusiasmé y llegamos a un acuerdo. Y acá me encontré con gente muy amable, con un fútbol interesante, al que quizás le falta algo de infraestructura, pero que está en pleno crecimiento.
¿Y cómo es la vida allá?
Nosotros estamos en la capital, Tegucigalpa. Es un tanto desordenada en cuanto al tráfico, al punto que cuando llegué me dijeron.. “si manejás acá, manejás en cualquier lugar del mundo” (se ríe). Y después, es sabido que en Centroamérica hay una desigualdad importante, así que en la ciudad te recomiendan sectores a los que podés salir a caminar y otros a los que no. Lamentablemente es así. Y respecto a la gente, es muy amable, sigue al fútbol con mucha pasión. Salís y siempre te cruzás con alguien que te dice algo. Y el Motagua es un club muy lindo, que te exige mucho. No podés salir segundo, menos si Olimpia gana el torneo.
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¿Seguís con el mate?
Sí, con el mate acá todos los días. Cuando llegué estaba un poco preocupado por no conseguir yerba, así que me traje un cargamento. Por suerte acá hay varios argentinos y me señalaron un supermercado en el que se consigue. Acá al mate lo miran medio raro, por ahí preguntan, pero ojo… también hay compañeros del plantel que lo toman. Actualmente mi compañero de concentración es hondureño, pero me acompaña con los mates, por lo menos hasta antes de la pandemia…
¿Te ves jugando en Misiones? ¿Sos hincha de algún club?
Es difícil, porque no sé cuánto tiempo más queda de actividad. Ojalá algún día pueda tener esa chance, pero nunca se sabe las vueltas del fútbol. Y respecto a los clubes de allá, soy hincha del fútbol misionero y quiero que le vaya bien. Hoy Totti, mi hermano, está en Crucero y quiero que le vaya bien, pero no tengo preferencias. Tengo amigos de Guaraní, de Crucero…
Toda una vida con el fútbol… ¿Qué te queda como balance?
Muchas cosas… Todo lo que vivo junto a este deporte lo disfruto un montón y me sirve para crecer tanto como jugador como persona. Soy lo que soy gracias a todas esas experiencias. Si tuviera que volver a nacer, obviamente volvería a elegir el fútbol.