Las expectativas tienen gran importancia en diferentes aspectos de nuestra vida, afectan nuestras motivaciones, se relacionan con nuestros logros, nos generan esperanzas, nos direccionan hacia el futuro.
Se podría decir que se relacionan con el éxito que esperamos ya sea de nuestra propia conducta o de la de los demás. A su vez, cada rol que ejercemos también contiene las expectativas de los demás sobre nosotros.
Tantas expectativas diferentes si no son expresadas y clarificadas pueden convertirse en fuente inagotable de conflictos. El desencanto o frustración por el no cumplimiento de la expectativa da paso a tensiones que, si no se resuelven, darán lugar a chismes, malas caras, críticas, falta de cooperación, atraso en las tareas y cosas por el estilo, afectando el clima y los relacionamientos.
Las expectativas no son más que suposiciones que realizamos de cara al futuro. Anticipaciones de lo que podría pasar basadas en una serie de aspectos subjetivos y objetivos. El problema es que a menudo los aspectos subjetivos inclinan demasiado la balanza y nuestras expectativas se vuelven irreales o incluso irracionales.
Por ejemplo, si creemos que somos el mejor empleado de la empresa esperaremos que el próximo ascenso sea nuestro. Se trata, por ende, de una expectativa basada en nuestra idea de la justicia.
O por ejemplo, las expectativas respecto a nuestros hijos -mezcladas con mandatos familiares, frustraciones e historias particulares-. Días pasados mediamos una situación familiar en la cual una de las cuestiones bisagra fue que el primer hijo había “roto” la tradición familiar por no estudiar medicina. Esta expectativa de sus padres y abuelos -no explicitada hasta el momento- generó un malestar a partir del cual el conflicto fue escalando a niveles insospechados.
Ser capaces de comprender los diferentes tipos de expectativas que alimentamos, nos permitirá nivelarlas, de manera que sean más acordes a la realidad. Eso no significa resignarse o dejar de soñar, sino tan solo mantener los pies en la tierra, para evitar una dolorosa caída que termine provocándonos heridas a nosotros y a los demás.
Ante la próxima frustración primero preguntémonos si proviene de nuestras expectativas no chequeadas y ante la duda o el desconcierto por favor, no suponga. En ese caso pregunte, explore y clarifique de manera tal de aprovechar las frustraciones capitalizándolas como aprendizajes.
En caso de decepción reformule la expectativa.