Tener buenas conversaciones se ha convertido en un símbolo representativo de evolución. Una buena conversación permite construir espacios seguros donde nuestras emociones puedan manifestarse sin temores a la vez que intercambiar información para afianzar vínculos.
Ahora bien, sabemos que hay algunas conversaciones que tenemos pendientes que con sólo pensarlas nos estresan: tal vez el perro del vecino nos desvela por las noches; tal vez nos inquiete la forma en que un socio está manejando los fondos de la sociedad; tal vez estemos preocupados respecto a los planes de un hijo, etc.
He referido en varias oportunidades las conversaciones difíciles, hoy les propongo tres propósitos a tener en cuenta al momento de llevarlas adelante.
Conocer la versión de los hechos que tiene el otro: antes de ofrecer nuestro punto de vista sobre el tema, es conveniente indagar el de las otras personas: ¿Qué información tiene la otra parte que yo estoy pasando por alto? ¿Qué experiencias pasadas influyen en ellos? ¿Qué están sintiendo? ¿Qué significa esta situación para ellos? ¿Cómo afecta su identidad? ¿Qué está en juego?
Expresar los propios puntos de vista y sus sentimientos de manera asertiva. Si bien todos tenemos la esperanza que la otra parte entienda lo que estamos diciendo y se vea motivado por ello, lo cierto es que no siempre podemos contar con que así sea. Por eso, moldear según los pasos de la CNV lo que nos parece importante sobre nuestros propios puntos de vista, intenciones, contribuciones y sentimientos es clave para evitar caer en malos entendidos provenientes de supuestos.
Compartamos nuestra mejor versión de lo que nos sucede.
Resolver problemas juntos. Teniendo en cuenta lo que usted y la otra parte han averiguado y necesitan, ahora si es momento de reflexionar juntos: ¿Qué podríamos hacer para que la situación progrese positivamente? ¿Qué formas creativas de satisfacer las necesidades de ambos podemos encontrar? Para el caso que los intereses sean opuestos, la indagación puede ir por el lado de identificar patrones equitativos para asegurar un modo justo y factible de resolver el conflicto.
Estos tres propósitos parten desde el hecho que cada persona tiene una visión propia del mundo y, por lo tanto, del problema que los ocupa. Y no solo eso, además de las diferentes percepciones también tendrán diferentes y poderosos sentimientos sobre lo que esta sucediendo. De allí lo conveniente de encontrar propósitos que puedan ajustarse a la realidad de ambos.
Reflexionar en torno a estos tres propósitos nos permitirá pasar de una posición interna de certidumbre y juicio respecto a lo que pensamos -nuestros argumentos y razones- hacia una posición de curiosidad, del debate a la exploración, del “esto o lo otro” al “y”.
Si bien puede parecer sencillo, su simpleza a veces, enmascara tanto la dificultad para hacerlos bien como el poder que tienen para transformar la manera que llevamos adelante una conversación difícil.
Acostumbrémonos a hablar bien de lo que está mal.