El dolor es algo de lo que todos los seres humanos huimos, nadie quiere sentirlo, naturalmente nos alejamos de aquello que nos duele.
Pero la vida está hecha tanto de placer como de dolor, negarnos a sentir el dolor nos anestesia para sentir el gozo de ¡vivir!
Vivimos en una cultura donde la vida ideal es aquella que vemos en las películas, por eso cuando algo doloroso nos sucede preferimos guardarlo y decir: “Todo está bien”.
De manera innata nos alejamos de aquello que nos genera dolor como una forma de defendernos para sobrevivir, así aprendemos a no sentir y endurecemos nuestro corazón.
Lo que sucede es que como somos seres integrales que somos, aquello que sentimos lo reflejamos en nuestro cuerpo y si no lo expresamos queda guardado y nos condiciona para confiar, y dejarnos amar.
Hoy vivimos momentos de estrés por la pandemia, todo ha cambiado tanto, hay miedo, incertidumbre, nos toca despedir a gente querida, por ahí de manera inesperada, sentir el dolor de la partida de alguien querido nos atraviesa. Nos dicen: “La vida es así” y lo sabemos, sin embargo nos duele, entonces ¿qué podemos hacer con ese dolor?
Por mi parte hoy prefiero sentir, hablar y decir: “Me duele el corazón, estoy triste. Respirar profundamente y llorar, ¡me hace fuerte! Me vuelve humana.
Llorar lo que nos duele nos vuelve fuertes, somos valientes en reconocer eso que nos lastimó, recordar es la mejor manera de sanar.
Hoy con esta lectura podemos respirar profundamente y animarnos a sentir, si duele exprésenlo así cada día seremos un poco más libres.
Me despido con una frase de Viktor Frankl: “Pero no había necesidad de avergonzarse de las lágrimas porque las lágrimas daban testimonio de que un hombre tenía el mayor coraje, el valor para sufrir”.
Que Dios los bendiga.