Muchas personas poseen un “yo” inflado y como resultado necesitan demostrarles a los demás que son superiores. Se sienten especiales y exigen un trato preferencial. Ahora, cuando la gente no los reconoce, expresan: “¡Qué mal que está el mundo para no reconocer tanta belleza!”. A alguien con estas características se lo conoce como “narcisista”. La persona no se cree la mejor obra de Dios… ¡se cree Dios mismo!
Esta sobredimensión de su “yo” lo conduce a buscar constantemente exhibirse y mostrar lo que tiene, lo que sabe, lo que puede. Los otros son simplemente “el público” que debe admirar y aplaudir tanta grandeza. Por lo general, el narcisista tiene un bajo nivel de empatía. No le importa lo que siente el otro. Es por ello que su pareja se sentirá sola e incomprendida. En realidad, el narcisista arma pareja consigo mismo. Los demás son solo un espejo que deben devolverle la imagen de grandiosidad que cree tener y que lo lleva a demandar, a exigir, ser atendido. Su lema es: “Los demás deben hacer lo que yo quiero”.
Otro rasgo común es que jamás reconoce sus errores. Cuando alguien le marca que se equivocó, lo niega porque considera que el error está afuera y en los demás. Si, en alguna ocasión, acepta su equivocación, lo hará mordiéndose la lengua para luego descargar toda su bronca a través de una lengua filosa que “descuartiza” irónica y violentamente con palabras hirientes.
Es un ser humano que vive compitiendo. De manera que, cuando alguien es felicitado, eso le genera envidia. El narcisista es muy envidioso porque, para él o ella, todo es motivo de comparación. Descalifica, lleva y trae chismes, con el objetivo de dejar en claro que “los demás son unos tontos y yo soy el único que sabe, que puede, que tiene”.
Posee la necesidad imperiosa de colocarse por arriba de los demás. Esta es la diferencia con alguien con una estima sana que dice: “Yo valgo y vos, también; yo puedo y vos, también”. La gente con buena estima se ubica al lado de la gente, ni a arriba ni abajo, y no coloca a nadie por encima o por debajo. En cambio, la gente narcisista se cree superior o mejor que el resto de los mortales (lo cual esconde su baja estima).
La vida del narcisista gira alrededor de sus autodefensas: “yo… a mí… mío”. Cuando es ignorado, o simplemente considerado igual que los demás, sufre grandemente. Al principio, es posible que logre atraer y seducir a otros, porque se muestra firme, seguro, imponente. Sin embargo, con el correr del tiempo, terminará por quedarse solo.
Es muy difícil convivir con un narcisista, pues todo lo que ocurre a su alrededor lo centra en su propia existencia. Debemos tener presente que lo que la persona está buscando es ser mirada debido a la falta de introspección, al vacío o “agujero emocional” en su interior que busca llenar desesperadamente.
Lo ideal es minimizar su impacto y considerarlo como alguien más con el fin de devolverle un poco de su propia dosis de grandiosidad y lograr así que baje su obsesión con sentirse único y especial.