Por eso la algofobia también alcanza a la política aumentando la presión por alcanzar acuerdos y consensos. Con esta premisa la política se termina ubicando en una zona paliativa, donde pierde toda vitalidad, el difuso centro se convierte en una paliativo político, y la falta de alternativas opera como un analgésico.
Así, la politóloga Chantal Mouffe exige el regreso de una política agonista, que no rehúye de los conflictos. La política paliativa no es capaz de reformas profundas, porque estas necesitan de acciones dolorosas. En la actualidad el dolor se interpreta como debilidad, algo que debe ocultarse o eliminarse.
Hoy el dolor está impedido de expresarse, lo que imposibilita la catarsis, escondida bajo el ropaje de positividad; la resiliencia tiene como objetivo convertir al ser humano en un ser de rendimiento, insensible al dolor y continuamente feliz.
Para la sociedad premoderna el dolor era un medio para el poder, en la sociedad disciplinaria se aplica el dolor de manera más discreta, desaparece el cuerpo martirizado y aparece el cuerpo productivo, hedonista, que no se dirige a ningún fin superior que rechaza el dolor. Se pierde la referencia con el poder, se despolitiza, se transforma en un asunto médico, la nueva fórmula de dominación es ¡se feliz!
El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento, las personas consideran que son libres y la libertad se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión más devastadora que el imperativo de dolor.
En el liberalismo el poder asume una fórmula positiva, se vuelve elegante, no duele, se las arregla de forma permisiva y seductora, la sumisión se logra por autorealización que simula ser libertad; el imperativo de felicidad impone que cada uno se haga cargo de sí mismo, de su propia psicología y no a que se cuestione la situación social, lo que impide que el dolor se haga lenguaje y crítica.
Sólo las verdades duelen, toda verdad es dolorosa, pero la sociedad paliativa es una sociedad sin verdad, donde reina la indiferencia. El dolor es vínculo, por eso hoy se evitan, se elimina al otro como dolor, el otro es cosificado, reducido a objeto, para que no duela.
Estamos embriagados de ego, no somos capaces de percibir al otro en su alteridad, y una vez que el otro está privado de su alteridad sólo se lo puede consumir.
Donde no hay dolor hay indiferencia, la ausencia de dolor convierte al mundo en irreal, sentimos una apatía por la realidad, el virus nos hizo enfrentarnos a la realidad, la vuelve a evidenciar, obliga al espíritu a un cambio radical de perspectiva ya que sin dolor no hay cambio, ni historia.
Pablo Martín Gallero
DNI 26.741.852