El miércoles 19 de julio de 2006 será inolvidable para muchos vecinos de la zona Sur de Posadas. Es que ese día, como si fueran las calles de Pamplona (España) en las famosas fiestas de San Fermín, un toro embravecido se abrió paso en busca de la libertad, quizá presintiendo que muy pronto estaría en la antesala del matadero, y sembró el terror durante el largo tiempo que tardaron en reducirlo.
El corral del frigorífico Alem no pudo contenerlo y, luego de un embate furioso, rápidamente ganó las calles del barrio San Jorge, protagonizando una de las más insólitas situaciones que haya tocado vivir en los últimos tiempos en la ciudad.
Cuentan las crónicas que decenas de curiosos abandonaron sus rutinas mañaneras y en autos, en bicis o de a pie, siguieron el derrotero del animal hasta convertirse en testigos del trágico desenlace.
Durante unas dos horas y media, el cebú, de pelaje rojizo, enormes astas y unos 550 kilos de peso, mantuvo en vilo a gran parte de la población. Desde las 8.45 aproximadamente, corrió unos siete kilómetros (según algunas estimaciones) y en su furibundo andar arremetió contra vehículos que halló en su camino e incluso embistió a una mujer y a un hombre. Afortunadamente, las lesiones de estas personas no pasaron a mayores.
La mujer, una vecina de San Jorge que entonces tenía 45 años y de nombre Nélida, regresaba a su casa en compañía de su hija de 12 años, luego de hacer compras en el barrio. De pronto se topó con el enorme toro que se lanzó hacia la adolescente. Nélida trató de defenderla del furioso ataque y recibió un empellón que la arrojó al suelo. Por fortuna para ellas, los vecinos acudieron y distrajeron el animal, provocando su huida en dirección al centro de Posadas.
La herida fue llevada al hospital Ramón Madariaga, donde se constató que presentaba golpes en las piernas, pero al parecer su lesión no fue grave, al igual que la de un empleado del frigorífico, identificado como Raúl, que también fue atropellado por el animal.
Éste también arremetió contra varios vehículos que se interpusieron a su paso y algunos de ellos sufrieron abolladuras en el capó.
Una fuga de siete kilómetros con varias “paradas”
Según testimonios, luego de escapar del matadero ubicado cerca del arroyo El Zaimán, atravesó las calles del barrio San Jorge, salió a la avenida Quaranta y continuó su carrera por la avenida Francisco de Haro, hasta llegar a los edificios de la chacra 32-33 ubicados en proximidades de la avenida Bouchardo. Allí, se introdujo en el patio de uno de los departamentos de la planta baja, dispuesto a descansar.
“No entendíamos nada, escuchamos gritos y nos decían que no saliéramos, después escuchamos unos tiros”, contó en su momento Miguel, al relatar el momento en que el enorme bovino invadió su propiedad.
Semejante “bicho” no pasó desapercibido en los lugares por donde anduvo, en parte debido también a la bulliciosa caravana que lo escoltaba: patrulleros policiales, una autobomba y una camioneta del frigorífico, con baqueanos que en plena marcha trataban inútilmente de enlazar al animal por los cuernos.
Cuando parecía que todo iba a terminar, el toro no se dio por vencido y escapó jadeante hacia la avenida Francisco de Haro, realizando el recorrido inverso al que lo había llevado hasta allí. En ese trayecto, los policías le efectuaron más disparos, pero las balas (unas cinco), lejos de ponerlo fuera de combate, parecieron aumentar su ira y su instinto lo impulsó a seguir andando.
Finalmente ingresó a un solar ubicado sobre la calle Lorenzini, a metros de una concesionaria de autos, donde destrozó mesas y sillas, hasta que los baqueanos lograron espantarlo hacia la vereda. Allí, ya sin fuerzas y malherido, el toro fue capturado.
Pero no cayó rendido ante la estocada elegante de un “mataor”, ni se oyó el “ole” de la multitud. Varios hombres lo sujetaron con una gruesa soga, mientras los matarifes le asestaban cuchillazos en el cuello, hasta ponerlo en el suelo.