El oficialismo, por ejercer actualmente el poder y la oposición, por haberlo hecho en el período anterior, saben perfectamente las causas de todos los males que padecen los argentinos. Es más, en un voluminoso porcentaje son responsables del estado de las cosas. Sin embargo, antes que trabajar en las soluciones y proponer alternativas para saldar la coyuntura, siguen contextualizando el escenario y repartiendo culpas.
No asombra entonces que recientes encuestas de opinión e imagen de políticos con proyección nacional adviertan de la mala posición de casi todos y del elevado nivel de dudas de la sociedad al momento de elegir. No extraña tampoco que actualmente un elevado índice de encuestados todavía no sepa a quién elegir y ni siquiera se tome el tiempo para pensarlo. Parecen no entender que, si bien los queremos siempre políticos, los necesitamos mejores de lo que son hoy. La dualidad que demostraron y demuestran oficialismo y oposición entre el discurso y la práctica en los últimos años, cuando les tocó gobernar, es monumental.
Prometen estabilidad mientras crecen el desempleo, la pobreza y los índices de inflación con los alimentos cada vez más caros. Afirman la necesidad de reformular los impuestos regresivos para aliviar a los emprendedores e incentivar las inversiones mientras Argentina está ubicada en el tope de los rankings en materia de la alta carga tributaria sobre el sector formal de la economía.
Argumentan que la única salida posible es el trabajo formal y de calidad al tiempo que se incrementan la cantidad y los montos de los planes sociales sin ningún incentivo para integrarse al mercado laboral. Y mientras divagan en los diagnósticos y evitan desarrollar agendas productivas, alimentan relatos plagados de exhortaciones al optimismo y culpas hacia atrás, intentando ubicarnos a uno u otro lado, dándole sentido a una dinámica en la que los beneficiados casi siempre son los mismos.