La risa sale fácil y las preocupaciones pasan de lado como si nada. Somos como intensas tormentas de verano. A medida que vamos cumpliendo años nos volvemos más selectivos, más cautos, una suave coraza protege nuestro corazón y la inocencia está escondida en algún rinconcito, asustada.
Por eso, muchas de nosotras prefiere realmente profundizar en los vínculos familiares, en las amigas o en algún hobby y el amor, es algo que se ve lejano e incrédulo. Preferimos brisas más tibias, de esas que huelen a calma, a tardes luminosas y playas tranquilas. Risas, confidencias, anécdotas y desencuentros son compartidos en las charlas de amigas.
Los amores en la edad madura se buscan con una lupa y pensamos: “pero si fulana (o mengano), lo logró ¿por qué no nos ocurre al resto de nosotros?”.
Ese encuentro que nada tiene que ver con las películas románticas de Netflix; pero que sí existe, aunque nos resistimos porque no queremos caer en viejos errores.
A la edad madura se sabe de sobra que las parejas no son medias naranjas sino “naranjas, manzanas y tomates”, somos personas que llevamos a cuestas un matrimonio que no funcionó, una pareja que se fue antes de tiempo o la soledad se decidió transitar por muchas cuestiones.
Hay muchas almas con su propia individualidad que desean darle una nueva oportunidad al amor.
En la actualidad se puede mantener una relación prácticamente en cualquier momento o lugar (basta que haya cobertura de internet) y al margen de la presencia física. Un gran avance, pero no hemos domesticado totalmente todos estos canales de comunicación. Muchas mujeres lo vemos como un animal que nos puede morder o atacar porque estos mensajes instantáneos reformulan las perspectivas que uno tiene sobre el otro, crea nuevas expectativas, esperanzas y deseos, modificando la manera en cómo se va formando este nuevo tipo de relaciones.
Sin embargo, no todo es negativo. Estos mensajes instantáneos no son neutros, rompen la distancia y el tiempo. Hasta puedes introducir distancias artificiales estando en el mismo lugar.
El texto hace que, bajo el escudo de la pantalla, se venza la timidez. Tenemos la percepción de que los mensajes amorosos en el móvil o en la computadora no son tan formales; (nadie quiere parecer una “mamá luchona”), porque no son una declaración de amor tal y como la conocemos.
Todo comienza bien, los emoticones, nuestros respectivos nombres, “nos vemos”, “hablamos”, van cediendo con el paso del tiempo a la palabra “ok”. Toda una decepción.
Todo ha cambiado. Casi llegamos a pensar que si no tenemos nada bonito para enviar, mejor no escribir nada. Si la conversación es seria, hay desacuerdos o excusas, más bien se debería hablar, pensamos. Y esperamos. Pero, ¿les parece quedarnos con las manos sucias después de tanto remar y encima sentir que estén vacías?
Pusimos mucho, proyectamos, nos esperanzamos y acá estamos, de nuevo desiertos, sin nada, ni nadie que nos haga sentir mariposas en el estómago. Y el que está al lado nuestro, está igual, solo que se toma una birrita, minimizando y creyendo que así está bomba.
Buscarle la vuelta porque cuando más sentimos que perdemos la esperanza, alguien, tal vez, está pensándonos. Verse, hablar y tocarse son, de momento, prácticas insustituibles. Pensémoslo.